miércoles, 22 de mayo de 2013

026 - La llegada del Abuelo Gottlieb Wurster a Argentina

026 - La llegada del Abuelo Gottlieb Wurster a Argentina




El Abuelo Gottlieb Wurster Schuh en la década de 1930
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

Como mencioné en el Capítulo 023 “Mi Madre Mausy y sus ancestros: los Wurster Baun[1], el Abuelo Gottlieb Wurster Schuh había nacido el 18 de Abril de 1872 en la ciudad de Nagold, Württemberg, Alemania, y sus padres fueron Friederick Wurster y María Schuh.

Mi Abuelo Gottlieb llegó el día 02 de Junio de 1913 al Puerto de Buenos Aires, Argentina, con 41 años de edad, procedente del Puerto de Amberes, Bélgica.

El próximo 02 de Junio se cumplirá 100 años de su llegada a la Argentina.

Me imagino sólo una parte de lo que los Abuelos dejaron en Europa

Mi Abuelo Gottlieb llegó a la Argentina habiendo dejado Europa en los tiempos previos a la Primera Guerra Mundial. Allá quedaron sus hijos del primer matrimonio, la Familia Wurster Müller, y asumo también porque no tengo otra información, que  en Europa habrían quedado su primera esposa, la Sra Müller, sus padres y otros familiares.

No he podido encontrar la información que me pueda referir en qué fecha la Abuela Frida Baun y su pequeño hijo Guillermo Eugenio de sólo 6 ó 7 años de edad, habrían llegado a Argentina. Tampoco tengo información acerca de cómo era su familia en Europa, y por ello, sólo puedo inferir que la Abuela Frida también debió haber dejado en Europa a sus padres y demás familiares.

También desconozco hasta el presente en cuáles circunstancias y en qué momento se conocieron mis Abuelos, si ello ocurrió antes de emigrar, durante el viaje, o después que ellos llegaron a Argentina. Sólo presiento que tanto Gottlieb como Frida y Guillermo vinieron “solitos” a Argentina, a un país con distintos idioma y costumbres.

A pesar que he preguntado e investigado en distintas fuentes, no he podido obtener más información que la expresada y pareciera que “la tierra se hubiera tragado” todo otro dato sobre ellos.

¿Por qué los Abuelos habrían dejado aquella Europa del año 1913?

Cuando me expreso “la Europa del año 1913” quiero referirme a la situación general que allá se estaría viviendo en esos años. Me imagino esos tiempos como si hoy yo estuviera viendo una foto de aquel instante retratando el conjunto de circunstancias históricas y personales que los Abuelos pudieron haber estado viviendo. Se me ocurre imaginar que si tal foto la pudiera tener en mis manos, tal vez ella podría sugerirme las razones que ellos tuvieron para tomar la decisión de emigrar.

Se me ocurre pensar que esa fotografía me podría mostrar, también, como escenario de ficción, las circunstancias que rodearon esa toma de decisiones y creo que allí estarían presentes los antecedentes históricos de los anteriores veinte o treinta años de vida de los Abuelos, es decir, los tiempos de fines del Siglo XIX y los de principio del Siglo XX.

Así las cosas, con mucha imaginación y algunas “pizcas” de sentido común, tales circunstancias empiezan a “tomar forma” y uno comienza a comprender cuáles podrían haber sido las razones de peso por las cuales los Abuelos decidieron migrar.

En ese esfuerzo de hoy por comprender aquellos días, no descarto que la razón haya sido el resultado de una sumatoria de varios factores. Visualizo una decisión personal de empezar una nueva vida, también la falta de oportunidades laborales para personas mayores, y los hechos tumultuosos y la inestabilidad política y social que antecedieron a lo que vendría luego, la Primera Gran Guerra Mundial.

Pero no tengo dudas que debe haber existido una razón de mucho peso, aquella “que colmó el vaso”, y que fue la que llevó a que ambos Abuelos tomaran aquella decisión de dejar sus respectivos hogares, sus familias y países.

Vuelvo a insistir, porque no lo entiendo aún, por qué los mayores emigraron y los hijos, en el caso del Abuelo Gottlieb, se quedaron allá en Alemania. Es aquí cuando pienso que ha de haber habido en los Abuelos una razón “muy interna”, ésa que yo he llamado una decisión personal de iniciar una nueva vida en un país nuevo, donde “mucho o casi todo estaba por hacerse”.

Pienso que ha de haber sido “muy duro” y traumático para ellos dejar a sus respectivos padres y familias en aquella Europa convulsionada previa a la Primera Gran Guerra. Digo esto porque me llama la atención que el Abuelo Gottlieb no haya traído consigo a sus hijos nacidos en Alemania. Digo esto, también, porque en el caso de las migraciones españolas eran los padres, en muchos casos, quienes se quedaban en Europa y eran los hijos de muy corta edad quienes viajaban en busca de nuevas oportunidades de vida.

Lo concreto de todo esto es que no he hallado en todos estos años que estoy investigando los orígenes de mis Abuelos Gottlieb y Frida quien me pudiera aportar algún dato sobre ellos, o al menos decirme “por dónde empezar” o “dónde está la punta del ovillo por desenredar”. Dudo que esta incógnita que hoy tengo la pueda develar en un futuro porque quienes pudieron haberme explicado esas razones, o dar alguna pauta sobre ellas, “ya se fueron”.

Dudo entonces que algún día pueda “echar luz” sobre esta parte de la historia de mi Familia.

La llegada del Abuelo Gottlieb Wurster a Argentina

Como mencioné, el Abuelo se embarcó en el Puerto de Amberes, en Bélgica, y arribó al Puerto de la ciudad de Buenos Aires de Argentina el 02 de Junio de 1913, en uno de los primeros viajes que realizó el barco de pasajeros “Sierra Salvada” [2] de la empresa NORDDEUTCHER LLOYD.

Este buque, el “Sierra Salvada”, tuvo una historia de cincuenta años de vida muy interesante de contar, pues con sólo leer su cronología, uno se imagina que ha de haber sido uno de esos barcos que acunó muchas historias de vida, otras tantas historias de hombres y mujeres llenas de romanticismo y de esplendor y, como en todos los órdenes de la vida, el barco tuvo también sus tiempos de madurez y ocaso.

Estamos hablando de uno de esos barcos que, sin quererlo, recorrió una buena parte del mundo en tiempos tumultuosos como los fueron los de las dos Grandes Guerras Mundiales y los períodos anteriores y posteriores a ellas.

El “Sierra Salvada” surcó en sus cincuenta años de vida el Océano Atlántico entre Europa y las Américas, el Mar Mediterráneo y sus mares internos, visitó sus fantásticas costas e islas plenas de historias antiguas, y completó su “edad madura” navegando por el Océano Pacífico y los mares orientales de China, Japón, Corea y Rusia. Terminó sus días, ya como chatarra, en un puerto ruso cercano a la frontera entre China y Corea del Norte, por allá en el “lejano Oriente”, donde fue finalmente desguazado.

Este barco “Sierra Salvada”, además de traer al Abuelo Gottlieb a la Argentina en el año 1913, hizo un “montón de cosas más”.

La “ajetreada” vida del barco “Sierra Salvada”

El “Sierra Salvada” fue un buque con una historia “bastante ajetreada”. Para colmo de males, además de esa vida que le tocó vivir, le cambiaron el nombre cada vez que cambió de dueño.

A este barco le tocó “lidiar en vida” con los hechos históricos de la migración de Europa hacia toda la América de principios del Siglo XX y con los acontecimientos que desembocaron y que se desarrollaron en las Primera y Segunda Guerras Mundiales. Como si estos acontecimientos hubieran sido insuficientes, el “Sierra Salvada”, o como se llamara en el momento, debió “lidiar” también con las consecuencias de las apropiaciones que hicieron de él los países beligerantes en ambas guerras. Finalmente el “Sierra Salvada”, o como se llamara en esa otra oportunidad, terminó su vida como todo barco que no se fue a pique ni terminó encallado en alguna playa desierta. El “pobre” “Sierra Salvada” terminó varado en un puerto lejano, y como dije, “declarado” chatarra para desguace.

Esa fue la “forma de morir” que tuvo el “Sierra Salvada”.

El destino final que la suerte le había asignado al “Sierra Salvada” fue poco “honorable” para un barco que “conoció” muchas historias de hombres, también un buque al que le tocó cumplir todos los roles imaginables en esos tiempos de guerra y de paz. Quizás el “Sierra Salvada”, como muchos otros barcos que corrieron la misma suerte y permanecen en el anonimato, fue un barco fiel a su trabajo hasta sus últimos días.

Cada dueño trajo su bandera y un nombre nuevo para el “Sierra Salvada”

Desafiando a una muy vieja leyenda marinera, aquella que pesa sobre los barcos a los que se les cambian su nombre, al “Sierra Salvada” lo rebautizaron muchas veces en su vida, como si el nuevo dueño que tuvo en cada ocasión no hubiera querido saber de su historia ni de su nombre anterior.

Así fue como cada dueño que el “Sierra Salvada” fue teniendo, podríamos decir que se trató de dueños circunstanciales porque tuvo muchos y frecuentes, fue rebautizando al barco con un nombre autóctono propio del propietario y, fiel a su nuevo dueño, el “Sierra Salvada” tuvo que enarbolar en su mástil una bandera nueva.

Ese desafío de la vieja tradición casi termina como ella presagia. Digo “casi” porque la leyenda perdonó al “Sierra Salvada” cuando cambiaron su nombre original por primera vez, porque el barco no alcanzó a “irse a pique”, sólo dio una vuelta de campana y pudo ser reflotado. A pesar de ese presagio de “muerte marinera” que tuvo “toda su vida”, los sucesivos dueños siguieron desafiando la leyenda y al “pobre” “Sierra Salvada” le siguieron cambiando el nombre hasta terminar sus días como chatarra.

El “Sierra Salvada” y los nombres que tuvo durante sus 50 años de vida, entre los años 1913 y 1963

El “Sierra Salvada”: el nombre original entre los años 1913 y 1917

El “Sierra Salvada” fue un buque de pasajeros construido en el Astillero Bremer Vulkan A.G., en Vegesack, Alemania, y correspondió el número de casco: 560. Era un buque de 8.250 toneladas de desplazamiento, de 139,59 metros de eslora, 17,07 metros de manga y 10,78 metros de puntal. El barco tenía una capacidad para 115 pasajeros de Primera Clase, 74 pasajeros de Segunda Clase y 1.550 pasajeros de Tercera Clase. Fue botado el 05 de Diciembre de 1912 y el 24 de Febrero de 1913 quedó alistado para su primer viaje, el cual realizó ese mismo año.

Cuando salió de los astilleros Bremer Vulkan A.G., el “Sierra Salvada” entró en servicio siendo incorporado a la línea regular de la empresa NORDDEUTCHER LLOYD hacia Sudamérica, juntos con otros buques de esa misma compañía naviera.

Durante esta parte de su vida, como barco de pasajeros, el “Sierra Salvada” realizó once viajes entre Europa y Argentina y transportó en total a 2.786 pasajeros.

Cuando se declaró la Primera Guerra Mundial, el barco quedó amarrado en Río de Janeiro y en el año 1917 fue requisado por el Gobierno del Brasil.

El “Avaré”, el ex “Sierra Salvada” entre los años 1917 y 1923

Incautado por la República de Brasil, el “Sierra Salvada” fue cedido a la empresa naviera Lloyd Brasileiro y fue rebautizado con el nombre “Avaré”.

Cambiado el nombre, aquella vieja leyenda marinera hizo “su trabajo” en la oportunidad y en el año 1922 el “Avaré” se dio vuelta de campana. Para suerte del “Avaré”, el “trabajo de la leyenda estuvo mal hecho” y el 07 de Diciembre de ese año el barco fue reflotado y enviado a amarre.

En el año 1923 el “Avaré” fue vendido al armador alemán Victor Schuppe, pasó a tener bandera alemana, y por supuesto, un nuevo nombre.

El “Peer Gynt”, el ex “Sierra Salvada” entre los años 1923 y 1925

Ya con la bandera alemana enarbolada en su mástil, el barco fue registrado bajo el nuevo nombre de “Peer Gynt”. Ese año fue sometido a obras de reparación de la carena y en el año 1924 entró de nuevo en servicio luciendo el flamante nombre “Peer Gynt en el mercado de los cruceros de turismo, con base en el Puerto de Szczecin [3], Polonia (Puerto de Stettin en alemán).

Al año siguiente, el citado armador alemán quebró y el buque se amarró en Italia hacia fines del año 1925, donde comenzaría una nueva etapa con un nuevo dueño, una nueva bandera y nuevo nombre.

El “Neptunia”, el ex “Sierra Salvada” entre los años 1925 y 1927

A ese mismo año 1925 el  ex “Sierra Salvada” comenzó una nueva etapa de tres años enarbolando la bandera italiana con el nombre de “Neptunia”. El barco navegó por cuenta del armador Boris Vlasvov, de origen ruso, propietario de la empresa italiana SITMAR, con asiento en Génova, Italia,  quien años más tarde sería uno de los principales navieros europeos, Durante esos tres años hasta 1927 el “Neptunia” realizó cruceros de invierno y primavera europeos por las costas del Mar Mediterráneo.

En esta etapa de su vida, el ex “Sierra Salvada” ya no se “codeó” con aquellos pasajeros inmigrantes de diferentes clases sociales, algunos pocos acomodados y muchos, pero muchísimos que migraban “con una mano adelante y otra atrás” de pobres que eran. Por el contrario, ahora el ex “Sierra Salvada” prestaba sus servicios en esta nueva empresa naviera, “tentando” a los aristócratas europeos a que pasaran sus vacaciones de invierno entre las paradisíacas islas griegas y sus mares color azul profundo, por las costas italianas del Mar Tirreno y por las bellas costas del Mar Mediterráneo, del Mar Adriático, y de Medio Oriente, Egipto y el norte de África.

El “Neptunia” con estos nuevos y potentados pasajeros evidentemente había levantado el “status social” respecto de aquellos sus primeros pasajeros inmigrantes en los tiempos en que se llamaba “Sierra Salvada”. Los días de navegación con imaginados bullicios y griteríos de la época de pasajeros inmigrantes habían quedado atrás para dar paso a jornadas de navegación de placer y esparcimiento.


El “Neptunia” (ex “Sierra Salvada”) en un afiche de la naviera “SITMAR” de la época.
(Foto de Internet [4])




Afiche de promoción de los Cruceros del invierno y primavera europeos del  “Neptunia” (ex “Sierra Salvada”) del año 1927 de la empresa naviera “SITMAR” de la época.
(Foto de Internet [5])




El “Neptunia” (ex “Sierra Salvada”) de la empresa naviera “SITMAR” en los años 1925 a 1927.
(Foto de Internet [6])

El “Oceana”, el ex “Sierra Salvada” entre los años 1927 y 1945

Pasaron sólo dos años de la vida del barco en manos de la empresa naviera italiana y el ex “Sierra Salvada” fue vendido una vez más. Tuvo un nuevo dueño, una nueva bandera enarbolada en su mástil, y como ya se había convertido en una tradición, un nuevo nombre.
En el año 1927 el “viejo” ex “Sierra Salvada”, hasta ese momento el “Neptuna”, fue vendido esta vez a la compañía naviera Hamburg America Line (HAPAG) de Hamburgo, Alemania.

El nuevo dueño rebautizó el barco, lo llamó “Oceana”, y con este nuevo nombre y con la bandera alemana flameando en su mástil, inició la etapa de servicios marítimos hacia el Puerto de Santa Cruz de La Palma. En este “trabajo” el barco permaneció hasta el año 1935, año a partir del cual el barco empezó a ser fletado por la empresa naviera alemana Deutsche Arbeitsfront quien lo adquiriría en propiedad luego en el año 1938.

El escritor Juan Carlos Díaz Lorenzo [7] ha hecho una muy linda reseña de esta parte de la vida del ex “Sierra Salvada” en su blog “De la Mar y los Barcos”, que transcribo textualmente por la riqueza de su relato histórico y por su léxico marinero:
“… En los años del Tercer Reich, cuando Adolf Hitler accedió al poder en Alemania y la crisis de las líneas regulares golpeaba duramente el sector naviero como consecuencia de la depresión económica, el puerto de Santa Cruz de La Palma vivió una interesante etapa que corresponde a los comienzos del turismo marítimo en la isla, con expediciones que llegaban a bordo de los elegantes trasatlánticos de bandera alemana y británica.
La primera escala correspondió al trasatlántico “Oceana”, que arribó el 24 de septiembre de 1932 y marcó un hito en la historia del puerto palmero, ya que se trataba del primer crucero de turismo de su bandera que llegó a la Isla. A dos millas de la punta del muelle izó el gallardete en el que pedía práctico y subió a bordo el capitán Tomás Yanes Rodríguez. En aquella oportunidad viajaban 240 turistas y 212 tripulantes, al mando del capitán Paul Subble y el barco atracó, impecablemente blanco, como se aprecia en la foto, estribor al muelle. El crucero había comenzado el 10 de septiembre en Hamburgo e incluía escalas en Lisboa, Casablanca, Funchal y Santa Cruz de Tenerife…”.




El trasatlántico alemán "Oceana", atracado en el muelle del Puerto de Santa Cruz de La Palma, el 24 de Setiembre de 1932. (Foto del blog de Juan Carlos Díaz Lorenzo [8])

“… El 23 de septiembre de 1933 hizo su segunda escala con 270 turistas a bordo y en aquella ocasión coincidió con el mercante británico “Avoceta”, de la flota de Yeoward, que realizaba uno de sus viajes regulares de tipo mixto…”.

El Empire Tarn”, el ex “Sierra Salvada” entre los años 1945 y 1948

Llegó el año 1945 el ex “Sierra Salvada” volvió a cambiar de dueño. Tuvo entonces que enarbolar una nueva bandera y lucir en proa a babor y estribor y en popa el nuevo nombre que su nuevo dueño le puso.

Juan Carlos Díaz Lorenzo se ha referido en su blog “De la Mar y los Barcos”, con los mismos detalles que mencioné anteriormente, a esta parte de la vida del barco ex “Sierra Salvada”:

“… En 1945, cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, el buque fue entregado al Gobierno británico en compensación por daños de guerra y recibió el nombre de Empire Tarn”, pero el barco no interesaba a los británicos y un año después fue transferido a la URSS, y con el nuevo nombre de “Sibir”, navegó en el Pacífico oriental, hasta su desguace en 1963 en Vladivostok…”.[9]

El “Sibir”, el ex “Sierra Salvada” entre los años 1948 y 1963

En el año 1946, el “viejo y ajetreado” buque ex “Sierra Salvada” fue transferido una vez más, y en esa oportunidad su nuevo dueño fue la Unión Soviética, quien lo utilizó  como barco auxiliar y lo “rebautizó”: “Sibir”.

El ex “Sierra Salvada” cambió una vez más de dueño, como si ese hubiese sido su vaticinio a lo largo de sus cincuenta años de vida. Así fue que tuvo que enarbolar una nueva bandera y tuvieron que ponerle el nuevo nombre a proa y a popa.

En el año 1948 el “Sibir” fue modernizado en el astillero VEB Warnowerft, Warnemünde, Alemania Oriental y fue destinado a la navegación en los mares orientales de China, Corea, Japón y en el Océano Pacífico.

Finalmente el ex “Sierra Salvada” seguramente bastante ajetreado y herrumbrado por esos años, con su último nombre “Sibir”, terminó sus días en el año 1963, amarrado en el puerto Vladivostock, en el extremo oriental de la ex - Unión Soviética, cerca de la frontera con China y Corea del Norte. Allí fue “declarado… …  chatarra” y “sentenciado… … a desguace”.

¿Por dónde andará el espíritu del “Sierra Salvada”?

El “Sierra Salvada” terminó finalmente desguazado en ese puerto oriental ruso. Seguramente la mayoría de sus partes deben haber sido utilizadas como arrabio en alguna acería, y así recicladas habrán formado parte de nuevas piezas de acero que debieron dar vida a nuevas estructuras.

Gracias a la tecnología, me imagino que el espíritu del “viejo” “Sierra Salvada”, que transportó al Abuelo Gottlieb y a tantos otros hombres, mujeres y niños, todos ellos con sus sueños y esperanzas de una nueva vida, estará ahora formando parte de muchas otras estructuras de acero en una o más partes del mundo.  

Vaya a saber uno, en cuáles estructuras de qué lugares de este mundo se encuentra una parte del “Sierra Salvada”. Donde sea que ella esté, seguramente allí estará el espíritu del viejo “Sierra Salvada”.






[1] Capítulo 023 “Mi Madre Mausy y sus ancestros: los Wurster Baun

[3] Szczecin (en alemán: Stettin): Ciudad portuaria situada a orillas del río Oder al sur de la Bahía de Szczecin y la bahía de Pomerania. Su economía está marcada por su posición como uno de los principales puertos del mar Báltico contando con un gran tráfico marítimo y una notoria industria naval. Wikipedia  http://es.wikipedia.org/wiki/Szczecin

[7]  “De la Mar y los Barcos”, Un blog de Juan Carlos Díaz Lorenzo “El turismo del Tercer Reich en La Palma  http://delamarylosbarcos.wordpress.com/tag/sitmar/

[8]De la Mar y los Barcos”, Un blog de Juan Carlos Díaz Lorenzo “El turismo del Tercer Reich en La Palma  http://delamarylosbarcos.wordpress.com/tag/sitmar/

[9]De la Mar y los Barcos”, Un blog de Juan Carlos Díaz Lorenzo “El turismo del Tercer Reich en La Palma  http://delamarylosbarcos.wordpress.com/tag/sitmar/

jueves, 16 de mayo de 2013

025 – Recuerdos de nuestro Padre - Memorias de su hijo Bernardo Daniel Martinez Wurster


025 – Recuerdos de nuestro Padre

          Memorias de su hijo Bernardo Daniel Martinez Wurster
          Toledo, Ohio, Estados Unidos, Abril de 2013


En la última visita que mi hermano Bernardo [1] hizo a la Argentina en Marzo de 2013, compartimos mi señora Mónica y los tres hermanos, Ana María, Bernardo y yo, una exquisita cena preparada por Ana María en su casa. Esa noche nos agasajó con comidas elaboradas con “las recetas de mi Mamá”, recetas que sólo Ana María ha sabido atesorar y repetir. Por cierto la cena estuvo “acompañada” por un muy buen vino malbec proveniente de cepas de Agrelo, Luján de Cuyo, de la zona de fincas donde el Abuelo tenía una de las suyas. Esto fue motivo suficiente para derivar, por asociación de ideas, en las anécdotas sobre los tiempos de la niñez y de adolescencia de nuestro Padre Bernardo, historias que llegaron a nosotros contadas “de boca en boca”.

En esa agradable cena no faltó recordar también las anécdotas de nuestra niñez, de nuestros días junto a nuestra Mamá Mausy Wurster y Victoria Cabanat, al tiempo que veíamos una vez más las pocas fotos familiares de esa época que han quedado en nuestras manos.

Yo no sé si atribuir a la comida “con sabor a nuestra casa”, o a las viejas fotos de nuestra familia “chica”, o al exquisito malbec con sabor “a lo nuestro”, o a estos tres elementos en conjunto, pero lo cierto es que esa noche disfrutamos de una cena maravillosa, al tiempo que se fue creando un marco propicio para recordar nuestras historias familiares, historias sobre Mausy y el Papá.

En ese medioambiente pleno de recuerdos familiares, propuse a mis dos hermanos que escribiéramos los recuerdos sobre nuestros Padres y sobre las vivencias personales junto a ellos que cada uno de nosotros guarda desde la niñez.

Yo por mi lado hice lo propio con los recuerdos sobre Mausy. Sé que Bernardo está haciendo lo mismo con sus recuerdos sobre ella. Al momento de aquella idea, yo  tenía los borradores redactados y prácticamente terminados, y por ello decidimos que editara mis escritos antes de 26 de Abril de 2013 para homenajear a Mausy con motivo de cumplirse ese día su 96° aniversario del nacimiento. El texto final de la historia familiar de Mausy la edité el pasado 15 de Abril de 2013 en este blog, bajo el título Capítulo 023 “… Mi Madre Mausy y sus ancestros: los Wurster Baun…”. [2]

La propuesta de aquella cena se completó con la idea de que los recuerdos sobre el Papá también fueran editados en este blog como homenaje de sus tres hijos, puesto que el próximo 14 de Mayo de 2013 se cumplirán 101 años de su nacimiento.

Yo, anticipándome a esa fecha, publiqué el pasado 06 de Mayo una reseña bibliográfica del Papá y algunos recuerdos míos. En otra de estas historias narraré más recuerdos y anécdotas, y algunas “fechorías” también.

Respondiendo a aquella propuesta, Bernardo ha enviado sus recuerdos escritos en una carta que la trascribo para que todos podamos conocerlos y disfrutarlos.

Eduardo Martinez Wurster, Ituzaingó. Corrientes, Mayo de 2013


Recuerdos de nuestro Padre, contados por Bernardo Martinez Wurster



Bernardo Daniel Martinez Rosell (padre) y Bernardo Daniel Martinez Wurster (hijo)
en el Rosedal del Parque General San Martín de Mendoza, en el año 1951.
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

Bernardo ordenó sus recuerdos de esta forma:

 “… …

1.      Cena bajo las estrellas.
2.      El patio español en Navidad.
3.      Música: el jazz americano.
4.      Juguetes.
5.      Barahúnda infernal.
6.      Bohemios.
7.      Renacimiento de la medicina (año 1930).
8.      Su poliomielitis
9.      La natación y el ciclismo.
10.    Andes Talleres Sport Club de Mendoza.
11.    Su Jaguar rojo.
12.    Su hijo huérfano de patria.
13.    La graduación de Médico: el 11 de Junio de 1970
14.    Recuerdos de un viaje. (Memorias escritas por el Dr. Horacio Sanguinetti en         el mes de Marzo de 2012)…”.


La carta de Bernardo con sus recuerdos expresa:


“…Toledo, Ohio, 19 de Abril de 2013…


Mi hermano Eduardo, a quien en casa siempre lo hemos llamado Eddy hasta que se casó con Mónica y lo rebautizó,  me ha pedido que escriba lo que recuerde de nuestro Padre.

Como sabrán, él también va a escribir sus recuerdos como homenaje del aniversario su cumpleaños, el próximo 14 de Mayo de 2013.

¿Por qué no hablar de nuestra Madre Eleonora, también, pues su aniversario de cumpleaños es el 26 de Abril próximo?

Estoy muy orgulloso de Eddy porque está haciendo una fabulosa tarea de investigación histórica de nuestra Familia, la de los Martinez Rosell y la de los Wurster Baun.

Yo tenía diez años cuando “perdimos” a nuestro Padre, y por consiguiente, yo debería tener más recuerdos de nuestro Padre que los que Eddy pueda guardar en su memoria, y por cierto, muchos más de los que Ana María pueda recordar.

1. Cena bajo las estrellas

A lo largo de estos casi 43 años de mi vida en los Estados Unidos, a menudo me han preguntado mis pacientes de los hospitales, o mis amigos de la familia, o los conocidos gracias a la pasión por las Alfa Romeo, y me siguen preguntando, qué es lo que más recuerdo de mi niñez en la Argentina.

A todos ellos les respondo invariablemente que “… guardo muy lindos recuerdos de mi Familia cuando yo era un niño…”.  Pero cada vez que respondo ese tipo de preguntas siempre viene a mi memoria la cena bajo las estrellas en el verano, en el patio español de la casa de la calle Chile 1474 de la ciudad de Mendoza.


Bernardo Martinez Wurster a los cinco años de edad, en 1949, en el “patio español”
 de la casa de la calle Chile 1474. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

La cena en familia

Los recuerdos me retrotraen al año 1953, eso creo… …, pero se hace presente en mi memoria ahora.

Recuerdo que es una hermosa noche de verano. La familia está esperando la llegada del Papá a la casa. Él arribará a casa entre las 20:30 y las 21:00 horas, luego de su trabajo. La mesa ha sido preparada por Victoria [3] con un mantel bien puesto, sin pliegues ni arrugas, y la vajilla de todos los días está dispuesta en los lugares que cada uno de nosotros ocupa en la mesa. Victoria, con su limpio delantal blanco, va y viene de la cocina al patio… Ella cocina a la perfección, tanto comidas frías como calientes, pollos, fiambres, ensaladas, tortillas. Siempre todo está bien presentado… esta noche la comida es fría… … cerveza será la bebida para los mayores, y agua para nosotros los menores. El patio, no muy grande, con mosaicos negros y blancos, luce como nunca antes. La galería del lado sur “muestra” su mampara de vidrio iluminada desde el interior de la casa, y las escaleras insinúan sus escalones sobre la pared del patio del lado norte, apenas en una tenue penumbra.

Victoria con su uniforme ayuda a la Mamá a atender a la “baby” Ana María, aún con pañales. Sale de la cocina, la toma en sus brazos y la sienta a la mesa en su sillita alta. Eddy y yo, como siempre, jugando hasta el último momento posible antes de sentarnos a la mesa.

Ese medioambiente de armonía, casi cotidiano, está a la espera del Papá.

El Papá llega, anuncia su presencia con el ruido de la cerradura de la puerta de calle, y Eddy y yo corremos a apretar sus piernas abrazándolo, contentos de su llegada a la casa. Él, siempre con su habitual traje de médico, con pantalón y chaqueta blancos. Pasados los apretones nuestros y los saludos a Mausy, a la “baby” Ana María y a Victoria, sobreviene una rápida refrescada, cambio de chaqueta por una remera y a sentarse a la mesa, en la cabecera de siempre, en la del lado este del patio.

Así eran nuestras cenas familiares de todas las noches de verano. Lo que recuerdo que cambiaba, para suerte de nosotros los chicos, era el menú y las bebidas.

La cena en familia,… pero con “invitados” con o sin aviso

Recuerdo también que nuestra cena familiar era muchas veces compartida con “invitados”. En estos casos, las cenas y las sobremesas se prolongaban hasta cerca de la medianoche.

Los “invitados a cenar”, que muchas veces llegaban a casa sin previo aviso ni invitación, pero que en todos los casos su llegada “ponían a prueba y templaban los nervios” de Mausy y de Victoria ante la incertidumbre si alcanzaría o no la comida, podían ser nuestros Tíos Fernando y Luis con sus esposas, o  Lucía y Alberto Ihistarry, o la Pichona y Antonio Ihistarry, ambos hermanos de nuestra tía María, o los colegas del Papá de la Facultad de Medicina y del Hospital.

Los médicos amigos del Papá eran, por lejos, los que frecuentaban con más asiduidad la casa y los que disfrutaban, también, las ricas cenas preparadas por Victoria. Recuerdo entre esos invitados al Dr. Jorge Perez, médico cirujano, al Dr. Amadeo Cicchitti, Decano de la Facultad de Medicina, al Dr, Fernando Cicchitti, al Dr. Manuel Ariza colega de la Facultad y amigo de la Familia, al Dr. Guillermo Padín, Dr. Armando Salvo, Dr. Guillermo Palumbo, Dr. De Rasis y a otros médicos amigos del Papá cuyos nombres no los tengo presentes ahora.

Debo decir que el “guest” más frecuente era el Dr. Pedro Marón Simón, apodado por sus amigos “…el Negro Simón…”, amigo personal del Papá y su colaborador directo en la Cátedra de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Cuyo de Mendoza. Muchas veces el Dr, Simón vino a casa acompañado por la Dra. Simón, su hermana, quién también era médica cirujana y obstetra, y colega del Papá. Ambos compartieron en repetidas oportunidades nuestras cenas familiares.

El Dr. Pedro Marón Simón era un hombre alto, robusto, de cabello bien negro. Siempre se presentaba en la casa bien pulcro, de traje oscuro y chaleco, de camisa blanca y corbata, bien “engominado” y perfumado como si recién saliese del baño. Se sentaba siempre a la mesa junto a mi Padre. Obviamente cuando el Dr. Simón llegaba, la conversación cambiaba de “norte”, pasaba de ser una tertulia familiar para convertirse casi en un diálogo sobre temas relacionados a los “business” de la Facultad.  

En rigor a la verdad, la llegada súbita de los “invitados” era para “poner a prueba y templar los nervios” del mejor cocinero. Creo que muchas veces estas situaciones pusieron a prueba la capacidad de Victoria para ampliar la “oferta” del menú sin sobresaltos. De todos modos, en el peor de los casos, siempre estaba a mano recurrir al menú de la pizzería “De un Rincón de la Boca”, en la calle Las Heras casi esquina Chile, a pasos de la casa.

Nosotros, Eddy y yo, aprovechábamos este cambio de conversación para levantarnos de la mesa y nos retirábamos a “jugar”, como si jugar fuese una imperiosa necesidad de niños. Recuerdo que esas conversaciones de mayores nos aburrían porque no entendíamos de qué se hablaba. Esta ya era para nosotros una rutina, toda vez que el Dr. Simón llegaba a la casa y se sentaba a la mesa.

El lugar predilecto para nuestros juegos de “sobremesa” era ir al garaje donde encontrábamos el Jaguar de nuestro Padre. Al garaje pasábamos directamente desde el patio por una angosta puerta. Allí nos sentábamos en el auto simulando en nuestros juegos manejarlo. Recuerdo que el Jaguar entraba en aquel garaje de reducidas dimensiones “bien apretado”. Las puertas apenas se podían abrir y nosotros, gracias a nuestras “reducidas dimensiones” cuando niños, lográbamos llegar a los asientos de cuero sin mayor dificultad.

Recuerdo que los Dres. Simón llegaban a casa en sendos De Soto, unos autos americanos que para nosotros parecían excesivamente grandes, con sus grandes cuatro puertas. El De Soto de la Dra Simón era “color té con leche”, haciendo juego con su feminidad. El auto de Marón era “negro”, y yo pensaba de niño que el auto para él “no podía ser de otro color distinto” que no fuera el negro. Estacionaban esos autos grandes frente a la casa sobre la calle Chile y ocupaban todo el frente de la casa, incluida una parte del acceso al garaje. Apenas llegaban los Dres. Simón, Eddy y yo inspeccionábamos los autos como si fuese la primera vez que los veíamos. Esos De Soto eran autos tremendamente grandes.

Estos recuerdos de las cenas en familia en el “patio español” concluyeron súbitamente en menos de dos años cuando nos mudamos de casa, y a causa de la prematura muerte del Papá, ocurrida el 25 de Abril de 1955, puesto que esas cenas de verano bajo las estrellas no se alcanzaron a hacer en la nueva casa.

Las conversaciones de sobremesa en las cena con “invitados”

Era el año 1947 cuando la Universidad Nacional de Cuyo conformó el Instituto de Medicina para Graduados, y fue ése fue el estadío previo y necesario para dar paso a la creación de la Facultad de Ciencias Médicas. En ese proceso de formación, el Papá fue encomendado y nombrado para iniciar los cursos en el año 1951, siendo él el iniciador de la Cirugía Torácica, luego el Dr. Gumersindo Sánchez Guisande haría lo propio en Anatomía y el Dr. Guillermo Oliva Otero en Histología. [4]

En el año 1952 se fundó la Sociedad de Cirugía de Mendoza como resultado de  "conversaciones” que los Dres. José Candisano, M. Floksztrumpf y Ernesto Martín mantuvieron.[5]

Me imagino, respecto de estas “conversaciones”, que ellas deben haberse desarrollado en un medioambiente semejante a aquel de las cenas compartidas entre médicos, aquellas que nosotros de niños vivimos en el “patio español” de nuestra casa, puesto que muchas de estas iniciativas surgieron y continúan surgiendo a menudo, de reunión de “entre casa” o de conversaciones hechas alrededor de una mesa de café.

Así fue cómo la primera Comisión Directiva de la Sociedad de Cirugía de Mendoza quedó conformada y fue presidida por el Dr. Ernesto Martín, con la participación y colaboración de los Dres. Francisco Rodríguez Ruiz Conde, José Candisano, Carlos Alcalde Lasalle, Manuel Ariza y Bernardo Martínez. [6]

Mi ingreso a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Cuyo de Mendoza

Diez años después, aproximadamente, yo ingresé para iniciar mis estudios de medicina en la misma Escuela de Medicina donde mi Padre había sido Secretario Técnico, Profesor de la Cátedra de Anatomía Normal y Profesor adjunto de la Cátedra de Taxidermia. En esa misma Escuela de Medicina estaban los amigos dilectos de mi Papá, aquellos que frecuentaban nuestra casa, y también, aquellos otros con los que compartió muchas jornadas de hospitales, clínicas y congresos de medicina.

Por esta razón todos los alumnos de medicina fuimos alumnos de profesores amigos del Papá, y entre ellos estaba el Dr. Pedro Marón Simón. Fue en esa oportunidad que le pregunté a mi Mamá acerca de aquellas cenas de verano en el patio español, y también, por qué el Dr. Simón y los otros “invitados” interrumpían a menudo nuestras cenas familiares. Mi Madre respondió diciendo que el Papá era un profesional y una persona muy respetada por sus amigos colegas. El Papá tenía un cierto liderazgo y comprendía acabadamente la política interna de la Facultad, quizás por haber formado parte del grupo de profesionales que “armó” la Facultad de Medicina, también quizás por su posición de Profesor, o quizás, por ejercer el cargo de Secretario Técnico de la Facultad. Mausy decía que el Papá tenía una visión clara de sus objetivos, sabía cómo y cuándo llegar a ellos, y tomaba buenas y acertadas decisiones en aquel marco de referencia político de esa época, lleno de tensiones, conflictos e intereses.

Mi reciente reencuentro con historias de vida de hombres ligados a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Cuyo

Recientemente estuve en Mendoza en el mes de Marzo de 2013.

Una noche de esos cálidos días del otoño en Mendoza fuimos invitados por la Ñata Guisasola, amiga de la familia Martinez Rosell, a su hermoso departamento. Allí disfrutamos de su amistad y su hospitalidad, “acompañados” por una vista espectacular de la ciudad iluminada de noche. En cuanto llegamos, aún podía distinguirse en el crepúsculo el perfil de la precordillera de Los Andes recortado sobre aquel cielo que se iba tornando oscuro.

Esa noche compartimos con la Ñata muchos recuerdos y anécdotas de nuestra familia, también muchos recuerdos del Papá, su experiencia como paciente de mi Padre, y por ciertos algunos detalles de su carrera de medicina. Un tema trajo a otro, y terminamos hablando del Dr. Juan Carlos Fasciolo, colega del Papá y profesor de la misma Facultad de Medicina. La Ñata se refirió rápidamente al libro “Juan Carlos Fasciolo - Del hombre al científico”, escrito por su hija Susana Fasciolo, quien es amiga de ella.

La Ñata no demoró su siguiente pregunta: “… ¿Bernardo, has leído el libro?,… …, es la historia de esos hombres que hicieron la Facultad… … Aquí tengo un ejemplar del libro en mi escritorio y quiero regalártelo…”.


Portada del Libro “Juan Carlos Fasciolo – “Del Hombre al científico”, escrito por Susana Fasciolo. (Archivo de Internet [7])

Leí el libro completo en las horas de vuelo que me llevaron desde Mendoza hasta a Detroit, Michigan, EEUU. Me “devoré” el libro página a página y lo disfruté de sobremanera. A medida que avanzaba en el relato me fui dando cuenta que la historia profesional de Juan Carlos Fasciolo era un reflejo de la historia que a mi Padre “le tocó vivir” en su profesión de médico, como profesor universitario, y como directivo de la misma Facultad de Medicina.

Susana cuenta en el libro la vida de su padre y las dificultades que los docentes de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Cuyo tuvieron que enfrentar por la presión política del momento.

El Dr. Juan Carlos Fasciolo llegó a Mendoza en el año 1953, procedente de la Universidad de Tucumán. La Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Cuyo nombró al Dr. Fasciolo profesor “full time” de la cátedra de Fisiología Normal, fue él quien desarrolló el departamento de Fisio-Patología que luego se convertiría en un “verdadero puente” entre las ciencias básicas y las ciencias clínicas.

Nuestro Padre venía dictando los cursos universitarios de Anatomía Normal y desarrollando esta cátedra desde 1951, con una filosofía similar a la que el Dr. Fasciolo aplicó en su departamento de Fisio-Patología.

2. El patio español en Navidad

Recuerdo las noches de Navidad y de Reyes en el patio español como noches especiales.

Desde que estoy en EEUU las navidades han sido “blancas y con nieve”, en contraposición a las navidades del hemisferio sur que son “en verano y habitualmente con mucho calor”. En más de mis cuarenta años de residencia en EEUU, desde 1970, sólo dos veces pasé Navidad en el hemisferio sur. Será entonces por ese contraste tan marcado entre unas y otras Navidades que yo recuerdo con especial cariño y nostalgias aquellas noches en el patio español de la casa de la calle Chile.

Siempre recuerdo con mucha simpatía y con no menos ingenuidad de un niño, cómo la Mamá, el Papá y Victoria nos guiaban y nos enseñaban en las noches de la víspera del día de Reyes cómo dejar los zapatos para recibir los regalos, el contenedor de agua y la comida para los camellos. Recuerdo que ellos nos iban indicando en forma detallada, a medida que acomodábamos los enseres para los reyes y los camellos en torno del pesebre y el árbol de navidad, cómo los reyes traerían y dejarían los regalos en la casa. Recuerdo que a continuación de aquel relato yo salía al “patio español” y miraba el cielo estrellado tratando de explicarme cómo y por dónde podrían llegar los reyes magos y, ciertamente, no entendía cómo lo harían. Menos aún entendía las cosas sucedidas cuando veía que los regalos habían “llegado”. Siempre había juguetes, autitos, soldaditos de plomo tan populares después de la Segunda Guerra Mundial, y en las oportunidades especiales,… … las bicicletas Lancaster, una para mí, la otra más chica para Eddy. En las últimas festividades de Navidad y Reyes que pasamos en el patio español, las del año 1954, llegó la “Hispano - France”, una nueva bicicleta para reemplazar a la “vieja” Lancaster que ya “me había quedado chica” y que luego “heredaría” Eddy.

Recuerdo que las Lancaster eran de color rojo ladrillo y como toda buena bicicleta  inglesa,  eran pesadas, con guardabarros y frenos a varillas, con asientos anchos y cómodos pero poco deportivos. En cambio, la “nueva” Hispano – France, de colores blanco y rojo, era más liviana y deportiva, con un asiento que parecía “una banana” que la hacía más deportiva aún… … Pero al mismo tiempo,… qué incómodo era ese asiento, sobretodo, a partir de los segundos treinta minutos de pedaleo. Esta bicicleta Hispano - France la usé por muchos años en las carreras por el parque y también en largas travesías a Cacheuta y Potrerillos.


Una de nuestras travesías a Cacheuta y Potrerillos, en Mendoza, con mi bicicleta Hispano - Suiza en el año 1965. Esta foto fue tomada en la localidad de Blanco Encalada, sobre la vieja Ruta Nacional 7 a Chile. De izq a der: Yo y mi bicicleta Hispano - France, y mi primo Horacio Raúl Lucero Martinez con su bicicleta de carreras. Todas estaban equipadas con una sola relación de transmisión. Eran bicicletas para “desarrollar” cuádriceps. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

3. Música, el jazz americano

Al Papá le gustaba mucho la música, y en particular el jazz americano. Cuando él estaba en casa y había ambiente de distensión laboral, siempre había un disco girando y reproduciendo su música.

Era la época en que la música se escuchaba en discos de pasta de 78 rpm. Mi padre tenía un “combinado” [8] de marca “Torens”, que no sé si era bueno o no, pero recuerdo que el “equipo” tenía su técnico, del mismo modo que el auto tenía su mecánico y la bicicleta su “bicicletero”. El Sr. Ibáñez era el “entendido” del tocadiscos y era quien a menudo estaba en casa cambiando púas y correas de goma, porque el deterioro de aquellas provocaban mucho ruido en los parlantes, y el de estas hacía variar la velocidad del disco y las canciones se escuchaban más lentas y las voces de los cantantes más roncas.

Luego vinieron los discos de vinilo, los llamados “long play”, que funcionaban en 33 rpm ó 45 rpm, según fuera el formato. Este “cambio tecnológico” obligó a cambiar el combinado “Torens” y el Papá compró en el año 1953 un tocadiscos de última tecnología para la época, que sólo admitía discos de 78, 45, 33 y 16 rpm. El nuevo equipo disponía los parlantes integrados en un gran mueble de fina madera. Este nuevo equipo no tenía radio, sólo reproducía discos, y por esta razón el combinado “Torens” y el nuevo tocadiscos convivieron muchos años juntos en el living de la casa, como “buenos amigos”.

Nunca olvidaré el único momento en que vi a mi Papá enojado al tiempo que  recibía de él un reto tremendo. Recuerdo ese momento como si fuera hoy. Eddy y yo estábamos jugando cerca del nuevo tocadiscos recién comprado, y por alguna razón que no recuerdo ahora, marqué la cobertura del mueble de fina madera con mis dientes.

Le gustaba Glen Miller y su orquesta, Duke Ellington. Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, la música compuesta por George e Ira Geshwin, Cole Porter, Frank Sinatra, Gene Kelly, Art Tatum, entre tantos muchos compositores e intérpretes de esa época de oro del jazz.

El Papá tenía una colección de música que era la “envidia” de muchos de sus amigos. Esa colección la había empezado a armar en su época de estudiante de medicina en Buenos Aires, “distrayendo algunos $$$” que originalmente estaban destinados a “gastos compensables” como las comidas o boletos de ómnibus. Muchos más discos pudo adquirir cuando empezó a trabajar de médico. Pero aquél cambio tecnológico, el de pasar de las 78 rpm a las 45 y 33 rpm, significó en parte actualizar una buena parte de su discoteca. Así en casa había discos repetidos pero de distintas velocidades.

“Todos” los discos, así como también ambos tocadiscos, era “intocables” para nosotros los menores.

A propósito de Art Tatum y de “las vueltas que da la vida”. Yo llegué a Toledo, Ohio, en el año 1978, y allí supe que Art Tatum era originario de esa ciudad. Esta circunstancia sucedió 25 años después de haber escuchado su jazz a través de los discos del Papá. Recuerdo esto porque entre los primeros pacientes que tuve en Toledo atendí a una sobrina de Art Tatum y ella fue paciente mía durante muchos años en la década de los ’80. Es más, actualmente atiendo a un paciente de 77 años en la Toledo Clinic que es pariente de Art Tatum. Este señor recuerda con mucho afecto y detalles la vida de Art, porque influenció en su vida de manera tal que mi paciente fue un excelente cantante de un grupo de jazz de Chicago de los años ’60 a ’70.

La música,… ¿un legado, o está en nuestro ADN?

Mi Papá y sus hermanos llevaban la música en su interior. Yo no sé de dónde habría venido esa pasión, pues, por lo que nos contó el Papá y el Tío Luis, el primer fonógrafo que se compró en la casa de los Abuelos fue un regalo para los tres hijos varones.

A su hermano Fernando le gustaba la música brasilera pero no recuerdo que el Tío Fernando tocara algún instrumento musical.

En cambio, a mi Padre y a su hermano Luis les apasionaba el jazz, el piano, el saxo y el clarinete. El Papá aprendió violín en Buenos Aires de joven. El violín estuvo en casa por muchos años, guardado en su estuche, pero nunca pudimos escuchar una nota que saliera de ese instrumento. El Tío Luis ejecutaba el piano con mucha destreza y con un “swing” muy personal, cuestiones que le “abrieron puertas” en el ambiente de jazz de Mendoza y de Buenos Aires.

Mi Tío Luis

Sí recuerdo desde muy chico la enfermedad de linfa edema del brazo derecho del Tío Luis, con múltiples operaciones. El Tío Luis fue atendido por especialistas de Mendoza y de Buenos Aires, pero teniendo en el Papá su referente médico para el diagnóstico y la terapia disponible en aquella época. Cuando falleció el Papi en 1955, recuerdo que el Tío Luis solía repetirme “… si tu Padre hubiera vivido yo no estaría sufriendo de linfa edema, en esta forma…”.

Desafortunadamente fue inevitable que el Tío Luis sufriera la amputación de su brazo derecho a causa de esa enfermedad, pero esta situación no fue impedimento para que Luis retomara su piano interpretando su jazz. Por el contrario, lo mejoró a pesar de interpretarlo en el piano con una sola mano.


Artículo del Diario Los Andes del 02 de Julio de 1992, anunciando el “Tributo a Louis Armstrong que los “jazzistas” harían en Mendoza, entre ellos, el Tío Luis Martinez  Rosell (a la izq. en la foto) 
(Foto del artículo del Diario Los Andes del 02.Jul.1992, del archivo de Eduardo Martinez)

La situación física del Tío Luis tampoco fue impedimento para continuar disfrutando de su natación en el Club de Regatas de Mendoza, de su bicicleta en el parque y sus escapadas de la ciudad a Chacras de Coria, y de sus partidos de “mano – pelota” jugados en el Club de Regatas.

Mi hijo Bernardo Jr.

Yo no sé si esa pasión por la música ha sido un legado de mi Papá, o es algo que traemos en nuestro ADN, vaya a saber uno a partir de qué ancestro.

Mi hijo Bernardo Jr., Bernie como le decimos en nuestra familia, se inclinó por la música a los 4 ó 5 años de edad. Fue en aquel momento que empezó a ejecutar por su propia decisión una batería que le compramos. Al principio, Bernie “golpeaba” aquella batería tratando de “afinar” algún ritmo y de obtener de ella los sonidos armónicos que con el tiempo finalmente pudo.   

Bernie, su batería y su grupo musical, hicieron varias actuaciones  en su escuela secundaria las cuales fueron verdaderas “audiciones” frente a un público diverso. Yo no pude asistir a esos “conciertos” estudiantiles para saber de sus progresos musicales porque no supe darle  importancia a “aquellas pequeñas y grandes cosas de la vida”, porque prioricé la atención de mis pacientes en el hospital. Hoy viendo las cosas con una mirada retrospectiva, siento que perdí muchos momentos de mi vida en familia, siento que no vi crecer a mis hijos como otros padres lo hicieron.

La dimensión musical que Bernie alcanzó ejecutando su batería la percibí, y la comprendí, en la oportunidad de una reunión familiar celebrada en Puerto Rico, junto a la playa y al Mar Caribe, en una noche espléndida.

La reunión estaba amenizada por una orquesta integrada por no más de cinco jóvenes que ejecutaban excelentemente bien canciones de diferentes estilos y ritmos. En un determinado momento el animador de la reunión interrumpió la secuencia del recital e invitó a Bernie y a su prima Mónica a subir al escenario para ocupar los lugares que hasta ese momento habían tenido el baterista y la cantante. Yo no supe si esto estuvo preparado o no, o si alguien habría hecho algún comentario sobre la idoneidad de Bernie para ejecutar la batería y sobre la de Mónica para cantar. Lo cierto es que el baterista y el cantante del conjunto dejaron sus lugares y bajaron del escenario, y dejaron que Bernie y Mónica hicieran lo propio con los restantes miembros del conjunto musical.

Fue en esa oportunidad cuando me dí cuenta realmente de la espléndida manera que Bernie tenía para interpretar su batería y para dar ritmo a esa orquesta, llenando ese ambiente de una música que, debo decir, me enorgulleció. También fui sorprendido por la  sensualidad de la voz de Mónica y de la forma en que ella dominó el ambiente de esa reunión.

Nuevamente, haciendo ahora una mirada retrospectiva, entiendo que Bernie ha heredado aquellos genes de la familia por la música. Son aquellos mismos genes por los que todos hemos resultado ser apasionados por la música, unos lo somos de una manera, otros, para suerte de ellos, con la habilidad de ejecutar instrumentos musicales.

La orquesta de jóvenes artistas en la reunión de Puerto Rico.




Mi hijo Bernardo agradeciendo la invitación para ejecutar la batería en la  orquesta de jóvenes artistas en la reunión de Puerto Rico. 





Mis tres hijos en aquella espléndida noche en Puerto Rico. De izq. a der.; Cristina Beatriz Martinez Mattiello, Bernardo Daniel Martinez Mattiello (Jr) y Cecilia Inés Martinez Mattiello. 


4. Juguetes

El Arca de Noé era “la juguetería de Mendoza” en los años ’50. Su dueño la había subtitulado “El Templo del Juguete” en una clara alusión a la variedad de juguetes que allí se exhibían y vendían, y por la magnitud de las instalaciones.

El Arca de Noé estaba ubicada en la calle Lavalle 199, en la esquina de la calle La Rioja, a unas tres cuadras del Hospital Central donde el Papá trabajaba.

Allí vendían autitos de colección Dinky Toys, trenes eléctricos y accesorios de las líneas Lionel y Marklin, muñecas, soldaditos de plomo, animales de granja y salvajes también de plomo, y todo tipo de juguetes y juegos de mesa. Allí el Papá compró algunos vagones de carga y accesorios para su tren eléctrico Lionel y la gran mayoría de la hermosa colección de autitos Dinky Toys que teníamos.


Una boleta original de la juguetería “El Arca de Noé - El Templo del Juguete” de Mendoza. Esta boleta n° 00280 – 39 del 08. Dic.1954 corresponde a una compra efectuada por el Papá en su cuenta corriente. La boleta lleva su firma y en esa oportunidad compró: Un juego “Rutas Nacionales” para todos nosotros, un “muñeco” para Ana María, y 6 “autitos chiquitos” Dinky Toys para Eddy y  para Bernardo, seguramente tres autitos para cada uno. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

Mi Padre Bernardo nos llevaba a sus dos hijos a la juguetería “El Arca de Noé, la juguetería “del Turco Jorge” como le llamaba amistosamente mi Papá al dueño, siempre a la tarde de antes de iniciar la atención de su consultorio. El viaje desde la casa a la juguetería era muy corto, de no más quince cuadras y lo hacíamos, o en su Citroën 11 Ligero color negro del año 1938, o en su rojo Jaguar XK – 120 del año 1950.

Toda vez que íbamos a lo “del Turco Jorge”, siempre veníamos con algo nuevo en nuestras manos, algunos autitos Dinky Toys, o un nuevo escuadrón de soldaditos de plomo, o animales de plomo para nuestra granja y zoológico en miniaturas, o alguna caja de trenes Lionel para continuar completando la colección.

Muchos años después, esto fue en los ’80, estaba caminando por las calles de Chicago cuando de pronto encontré una juguetería muy parecida a aquella “del Turco Jorge”. Era parecida por la variedad de trenes eléctricos que tenía expuestos en las vidrieras y en su interior, y por la colección de autitos Dinky Toys que disponían para la venta.

A propósito de trenes eléctricos, recuerdo que en el consultorio del Papá en la casa de la calle Chile había colgado en la pared un cuadro con una caricatura realizada por uno de los colegas del Papi, según él contaba, dibujada durante una larga noche de guardia en el Hospital Central. El autor de este dibujo, anónimo para nosotros, había logrado retratar con pocos trazos muy finos, sólo los necesarios, hechos con una pluma en tinta azul, la escena en la que aparecían el Papi vestido de cirujano con su estetoscopio y barbijo, con un gorro de maquinista de locomotoras en su cabeza, y arrodillado en el piso jugando con sus trenes eléctricos. Sus dos hijos estaban ubicados en una esquina del dibujo, semejando estar en un rincón de la habitación, y se los mostraba llorando sentados en sendas sillas de madera “encadenados” a las respectivas patas.

La caricatura sin lugar a dudas quiso transmitir la pasión que el Papi tenía por este hobbie. Así fue cómo el autor anónimo de ese dibujo caracterizó al Doctor Martinez “jugando con el juguete de los hijos”, al tiempo que éstos lloraban desconsoladamente en un rincón de la sala y sin posibilidades de moverse de sus sillas, ni de “participar del entretenimiento del padre.” El autor ironizó a los niños como meros espectadores de ese ir y venir de los trenes.

Como era costumbre de la época, el consultorio estaba en la misma casa de la familia. La sala de espera para los pacientes era la sala de estar de la casa, cuestión que llevaba a que durante el horario de atención de pacientes los niños de la casa deambuláramos entre ellos.

A Eddy y a mi nos enseñaron a respetar a los pacientes y a guardar el “silencio en la sala“ durante los horarios de trabajo del Papá, período que empezaba a las 16:00 horas y terminaba cuando el último paciente del día se retiraba.  Como la sala de espera quedaba en el medio de nuestros juegos, y muchas veces formaba parte del escenario de ellos, era difícil para nosotros mantener a rajatabla esa lección enseñada. Hubo días que no la respetamos y merecimos los retos que nos propinaron.

5. Barahúnda infernal

Los relatos de Mausy referían a la pasión que tenía nuestro Padre por los autos sport. Sin embargo ella nunca nos pudo explicar con certeza la razón de tal pasión, tampoco, aquella específica por los autos sport.

Quizás la primera expresión de esa pasión se materializó con la compra de su MG negro del año 1939, al que más adelante me referiré.


Un MG modelo TC del año 1938, similar al primer auto sport que el Papá adquirió en Buenos Aires.
(Foto de archivo de Internet [9])


El MG modelo TC del año 1938, visto desde 3/4 del perfil izquierdo delantero
(Foto de archivo de Internet [10])


El MG modelo TC del año 1938, visto desde el 3/4 del perfil izquierdo trasero
(Foto de archivo de Internet [11])

Ni su paso ni la estadía del Papi en Buenos Aires en la década de los años ’30, tampoco el cambio cultural y tecnológico que sobrevino en aquella época, parecen explicar su interés por los autos.

Pero en esa época fue justamente cuando se iniciaron las famosas carreras europeas de ruta y, quizás, su pasión por los autos haya devenido de allí, del mismo modo como ocurrió en muchos otros hombres de la época, el interés sobrevino a partir de las carreras de auto y de los avances tecnológicos que, año a año, se incorporaban en los autos.

Pienso que quizás la razón de ese interés por los autos, también por la música y la cinematografía, haya sido el resultado de un poco de cada cosa, o quizás, de la suma de todas ellas. Pienso que la personalidad de nuestro Padre y sus raíces en Mendoza, la prematura muerte de su Madre Encarnación en el año 1931 y la fuerte personalidad de su Padre, el Abuelo Bernardo, hayan sido los factores que también pudieran explicar esta incógnita.

Lo cierto es que esas pasiones por los autos y la música fueron definitivamente apoyadas por su esposa Mausy, y también traspasada por ellos a sus tres hijos por igual.

En mi reciente viaje a Mendoza de Marzo de 2013 tuve la oportunidad de revisar los archivos de documentación familiar que Eddy está atesorando a partir de su investigación sobre la historia de nuestra Familia. Entre esos documentos encontré una carta escrita por su dilecto amigo Jorge Caamaño al Papá, cuya fecha es de principio de Junio de 1953.

Jorge Caamaño fue quien le vendió en el mes de Setiembre de 1951 el Jaguar XK 120 rojo del año 1950. Esta venta se concretó luego de que Jorge corriera con ese mismo Jaguar en la primera carrera de autos sport que se hizo en Mendoza, en un improvisado circuito en el Parque General San Martín el 23 de Setiembre de 1951.

Recuerdo que nuestro Padre nos llevó a ver esa primera carrera. El circuito tenía la línea de largada frente de las instalaciones del Golf Club Andino, luego venía una larga recta por la avenida de las palmeras junto al Club Mendoza de Regatas y el lago del parque, hasta la primera curva a la izquierda antes de llegar a la Fuente de los Continentes. Precisamente en esta curva nos ubicamos nosotros.

Jorge Caamaño tenía sus actividades comerciales en Buenos Aires y allí residía. Fue miembro fundador del Club de Automóviles Sport de San Isidro, Provincia de Buenos Aires, club que aún existe con su actual sede de la calle Simón de Iriondo 820, Victoria, provincia de Buenos Aires

Aquella carta de Jorge Caamaño de Junio de 1953 dice:

“… Querido Bernardo:

… Sabrás que dentro de muy poco estaremos en ésa para correr la carrera del autódromo mendocino el 21 de Junio. Tendré el grato placer de saludarte con tal motivo y hacerte entrar en la barahúnda infernal del coro estable del C.A.S. [12] a los efectos que trueques por una semana siquiera tu importante tono de prestigioso facultativo por el más bohemio y menos importante, de muchacho aficionado a los autos Sport…

… Tendrás la oportunidad de ver a las florecientes Ferrari en la mejor época de su vida, y a las decadentes Simcas en su momento más afónico…

…Lucio Bollart se ha amarrado al palenque conyugal hace pocos días,… …, pasará sin duda por tu casa a saludarte y a retirar un libro que olvidó…

Recibe un afectuoso abrazo… …, firmado Jorge Caamaño…”.


Carta de Jorge Caamaño de Junio de 1953 dirigida a mi Padre Bernardo Martinez, con motivo de la visita de los pilotos y autos sport del Club de Automóviles Sport a Mendoza. Luego, el 21 de Junio de 1953 correrían en el nuevo autódromo General San Martín de Mendoza que se encontraba emplazado en el predio que hoy ocupa el Estadio Malvinas Argentinas, construido en el año 1978. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

Esta carta guardada por más de 60 años, primero por mi Padre y mi Madre y luego por mis hermanos Ana María y Eddy, ha mantenido “encerrados” por todo ese tiempo, porque esta es la primera vez que la publicamos, varios detalles interesantes de destacar.

Primero. Esta carta pone de relieve “el romance” que estos jóvenes pilotos vivían con estos autos sport en la época inmediata de post-guerra, la cual fue económicamente “dura” en la Argentina y con limitaciones muy fuertes en materia de importaciones de artículos suntuarios, como habían sido encuadrados estos autos.

Segundo. La pasión que estos jóvenes tenían por estos autos los motivó para que los conociesen por todo el país. Esto contrastaba con el otro movimiento que se estaba gestando en el automovilismo argentino, más comercial, también apoyado por talleres mecánicos y peñas de fanáticos, e indirectamente por algunas fábricas automotrices. De este segundo movimiento salieron pilotos como Juan Manuel Fangio, José Froilán González y los hermanos Gálvez, tal vez para nombrar algunos pilotos referentes de esa época.

Tercero. Este grupo de autos sport era diferente al resto de los autos de carrera que en esa época corrían en Argentina. Los autos del C.A.S. eran exponentes del automovilismo con estirpe deportiva que estaban corriendo en Europa con notable éxito. Todos esos autos, en particular aquellos que lograron “sobrevivir” hasta nuestros días, son hoy en día indiscutibles piezas de colección. Todos estos autos sobrevivientes son piezas muy preciadas con valorizaciones elevadas, casi inalcanzables para cualquier “mortal”, sobretodo en aquellos casos en que hay pocos “ejemplares sobrevivientes”, y también, en los casos en aquellos autos guardan una historia deportiva importante.

Cuarto. Estos jóvenes del CAS tenían alguna “pizca” de bohemia, unas cuantas “cucharadas” de aventura, y los “bolsillos llenos“ de ganas de vivir. Ellos no dudaban en trasladarse y compartir sus gustos y pasiones con todos los amigos, con aquellos que eran viejos conocidos y con los nuevos por venir en cada carrera, y en cada reunión. Por eso Jorge Caamaño habla en su carta de la barahúnda que los muchachos del C.A.S. generaban en cada presentación de los autos que hacían.

Por último. Quiero rescatar las palabras de Jorge Caamaño en primera persona y cuando él escribe refiriéndose a Lucio Bollart. Ambas referencias que él hace denotan el aprecio y el respeto que estos dos muchachos tenían por mi Padre y por su profesión de médico.

6. Bohemios

Mi Padre vivió una niñez y juventud en un hogar donde “no faltaron cosas”, pero también, donde “no se tiraba manteca al techo” porque no la había.

El Abuelo Bernardo fue un hombre de trabajo y todo lo material que pudo reunir en su vida lo hizo en base a esfuerzos personales, a su iniciativa y decisión. Algunas cosas salieron mal pero muchas otras  resultaron exitosas y eso le permitió a la Familia Martinez Rosell vivir con cierta holgura.

Mi Abuela Encarnación acompañó al Abuelo en todos los emprendimientos que encaró y en las decisiones que tomó. Era una “señora de su casa”, dedicada a la crianza y educación de sus hijos, y a la participación en la sociedad de Mendoza a través de la iglesia católica y de sus obras de beneficencia.

En suma, la Familia Martinez Rosell se fue ganando su lugar en la sociedad mendocina, y tarde o temprano los hijos fueron recibiendo los que sus Padres habían “sembrado”.

Cuando mi Papá tomó la decisión de estudiar medicina en Buenos Aires, cosa que nunca supe qué fue lo que lo motivó, fue apoyado por los Abuelos. Solo sé que mi Padre no quiso seguir los pasos del Abuelo en las empresas de agricultura y vitivinicultura de la familia, ni tampoco el camino que ya había iniciado de su hermano mayor, Fernando, junto al Abuelo en los emprendimientos familiares.


Instalaciones de la bodega entre los años 1920 a 1930 y el primer Ford que compró el Abuelo Bernardo.
(Foto del archivo de la Bodega Rosell Boher) [13]


En Mendoza en los años ’30, Mi Tía Ñata Martinez Rosell sentada al volante del auto del Abuelo Bernardo, y mi Papá sentado en el estribo a la derecha. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)


En la finca de Coquimbito, Maipú, Mendoza en los años ’30. Mi Papá sentado en el estribo de otro auto del Abuelo Bernardo acompañado de señoritas amigas. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

En ese momento corría el año 1930 y Buenos Aires se mostraba para los jóvenes que venían del interior, a pesar de la crisis económica, con todas sus “luces. Buenos Aires “lucía” el esplendor de la arquitectura de los magníficos edificios construidos desde principios del Siglo XX, los autos de calle y los autos deportivos, y resonaban en las disquerías y en los bailes el tango arrabalero y el jazz,… …. En cuanto a las “chicas”, muchas de ellas eran rubias y de ojos celestes, hijas de inmigrantes sajones que se habían instalado en el conurbano de las grandes ciudades, y muy pocos de ellos, a principio del Siglo XX, se habían aventurado hacia el interior “profundo” de la Argentina de esa época.


Mi Padre Bernardo Martinez Rosell a principio de los años ’30, plenamente adaptado a las “luces de Buenos Aires”. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)


De izq a der: Mi Padre Bernardo, Julio Fillipelli y una señorita (muy “mona” ella), durante ese paseo por el Río de la Plata, a mediados de los años ’30. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

 

Mi Padre Bernardo en los preparativos para un viaje por el Río de la Plata, a mediados de los años ’30. 
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

 

De izq a der: Mi Padre Bernardo, Pichona Segura, mi Tía Ñata, Dominga Emilia Martinez Rosell, y Julio Fillipelli durante otro paseo por el Río de la Plata, a mediados de los años ’30.  (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

Muy pronto mi Papá Bernardo se acomodó a la forma de vivir de Buenos Aires, y diría yo, pronto adoptó su ritmo de vida y sus buenas  costumbres e hizo amistades con jóvenes de la misma facultad y con aquellos que compartirían los mismos gustos, en particular, la pasión por el jazz y los autos sports.

Pero la gran crisis económico-financiera mundial también se hizo sentir en la Argentina, y en todos los ámbitos del quehacer comercial. Los empresarios bodegueros mendocinos y sanjuaninos que comercializaban sus vinos en el interior del país y en el exterior, no fueron la excepción, y entre ellos, el Abuelo Bernardo vio afectadas su economía y finanzas.

Por lo tanto, mi Padre Bernardo inició su nueva vida en Buenos Aires con grandes cambios socioculturales importantes para un joven del interior del país. Por un lado aparecían todas esas luces de Buenos Aires, y por otro, dejaba su Mendoza natal y las facilidades de inserción estudiantil y laboral que le podía brindar la posición social alcanzada por la Familia.

En un principio, en Buenos Aires no había otro contacto conocido excepto la Tía Aurelia, en cuya casa el Papá vivió mientras fue estudiante. En ese medioambiente inicial prevalecía el anonimato y la casa de su Tía Aurelia fue desde el principio el único “punto a su favor”.

Los cambios fueron grandes para un joven de 18 ó 19 años. El Papá salía de un colegio secundario de curas católicos como el San Buenaventura, para ingresar a una universidad como la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Buenos Aires, polifacética y multitudinaria, donde un estudiante era un número y no había otra opción que valerse por sí mismo.

En suma, la crisis económica de los años ’30 y posteriores poco ayudaron para que el Papá “aprovechara” todas aquellas “luces de Buenos Aires”, y pronto “minaron” todo intento de hacer cosas distintas a aquellas que no fueran estudiar y recibirse de médico. A pesar de esta situación, el Papá pudo y supo darse algunos gustos mientras vivió en Buenos Aires.

Al año siguiente de llegar a Buenos Aires, el Papá estaba cursando su segundo año de la facultad, cuando el 25 de Junio de 1931 recibió la triste noticia del fallecimiento inesperado de su Madre, la Abuela Encarnación Rosell i Boher. Sin dudas éste fue otro “golpe bajo” que le “asestó la vida”. Las cosas a partir de ese momento fueron distintas, pues el “paraguas protector” de su madre ya no estaba, y se ahondó aún más la imposibilidad de aprovechar las ventajas de Buenos Aires para hacer cosas distintas a aquellas que no fueran la de estudiar y de recibirse de médico.

El hecho de vivir con su Tía Aurelia facilitó la vida del Papá en Buenos Aires en ciertos aspectos, pero en esa casa, como en muchos hogares de inmigrantes de los años ‘30, había “mucho cariño para dar” pero “nada de manteca para tirar al techo”. Las jornadas en la facultad eran muy largas y por lo tanto los horarios de estudio durante el cursado de las materias y en los períodos de exámenes se extendían hasta avanzadas horas de la noche. No sé porqué razón era, pero mi Padre contaba con alguna nostalgia que muchas horas de otras tantas noches de estudio debieron alumbrarse con velas de cebo, e inmersos en la penumbra titilante de la luz de las velas, debieron “descubrir” las letras de los libros de estudio. Sin dudas que aquella nostalgia del Papá tendría algún fundamento en esas incomodidades que debió vivir, y que nosotros no conocimos.

El Papá fue uno de los tantos jóvenes del interior del país que fueron a estudiar medicina a Buenos Aires en los años ’30. Allí se recibieron y luego muchos de ellos fueron los médicos que “hicieron el camino y enseñaron cuál era la dirección a seguir” en la medicina moderna.


Médicos residentes del Hospital de Clínicas de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires . Ciudad de Buenos Aires, año 1939. Parado, a la derecha, mi Padre Bernardo. 
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

Creo que cada uno de ellos hizo lo suyo en su ambiente de trabajo y en su especialidad, pero todos en conjunto forjaron el renacimiento de la medicina en la Argentina, la cual se había iniciado como movimiento científico alrededor de 1860 a 1865 con la llegada a Argentina de un grupo de médicos inmigrantes.

El Papá, junto con colegas amigos, muchos de ellos que compartieron con nosotros aquellas cenas familiares en el “patio español” de la casa de la calle Chile 1474, formó parte de los médicos de Mendoza que le dieron forma práctica y efectiva a la creación de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo de Mendoza [14].

El Papá se encargó de planificar y de desarrollar la Cátedra de Anatomía Normal y luego fue su profesor adjunto hasta su fallecimiento en 1955. También le confiaron el cargo de Secretario Técnico de la Facultad, cargo que ocupó hasta fines del año 1954.

Fue también, Médico de Necropsias y Taxidermista del Instituto de Criminología y Medicina Legal, Médico y Presidente de la Cruz Roja Argentina Filial Mendoza, Jefe de Clínica del Servicio Mixto de Cirugía del Hospital José Lencinas, Miembro de la Sociedad de Cirugía de Mendoza y miembro de su Comisión Directiva, entre otros cargos que ejerció hasta Abril del año 1955.


Ceremonia de graduación de médicos de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo de Mendoza del año 1954. En primera fila, el segundo de derecha a izquierda, es mi Padre, Dr. Bernardo Martinez Rosell
(Foto del archivo de Bernardo Martinez Wurster)


Ceremonia de graduación de enfermeras de la Escuela de Enfermería de la Cruz Roja Argentina Filial Mendoza, en el año 1954. En el centro, al fondo, el segundo a la izquierda, es mi Padre, Dr. Bernardo Martinez Rosell
(Foto del archivo de Bernardo Martinez Wurster)


Congreso Argentino de Cirugía en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Buenos Aires en el año 1954. En la fila del medio, el segundo de derecha a izquierda, es mi Padre, Dr. Bernardo Martinez Rosell
(Foto del archivo de Bernardo Martinez Wurster)

El Dr. Juan Carlos Fasciolo [15] procedente de Pigüé, en el interior de la provincia de Buenos Aires, y el Dr. Fidel José Rosell [16], proveniente de la ciudad de Rosario, Santa Fe, fueron otros dos ejemplos de médicos de esa camada de jóvenes del interior, que llegaron a Buenos Aires y luego, como profesionales de la medicina, marcaron “el camino a seguir” en lugar elegido para vivir y en sus respectivas especialidades.

Visto los acontecimientos como sucedidos con una mirada retrospectiva, concluyo que esos jóvenes médicos graduados en los años ’30 y ’40 en conjunto “provocaron”, sin que ellos se dieran cuenta, un resurgimiento de la medicina en la Argentina. Yo, como estudiante de medicina primero y luego como médico egresado en el año 1970, debo decir que fui un claro ejemplo del resultado de ese proceso de resurgimiento de la medicina en nuestro país.

7. Renacimiento de la Medicina – Año 1930

La medicina en los años ’30 estaba cambiando en todo el mundo como consecuencia de las investigaciones científicas que se encontraban en pleno apogeo y de la cirugía que progresaba con las nuevas escuelas de enseñanza.

Ese escenario promisorio de la medicina de los años ’30 en el mundo también se replicó en Argentina pero se complementó con las condiciones propias de un país “funcionando”, todavía en pleno desarrollo económico gracias al impulso de sus exportaciones agropecuarias provenientes del llamado “granero del mundo”. Mucho influyó en ese crecimiento la llegada de miles de inmigrantes desde principio del Siglo XX que arribaron de toda Europa, entre ellos personas con capacitación, con profesiones y con oficios artesanales.

El resultado de esa conjunción del desarrollo económico, de las investigaciones en materia científica y de los recursos humanos capacitados en sus materias, fue crear el campo propicio para que aquellos jóvenes que viajaron desde el interior a Buenos Aires encontraran allí las mejores condiciones para formar sus carreras profesionales, y también, para dar un nuevo impulso a la futura medicina que vendría hacia la segunda mitad del Siglo XX.

El Dr. Juan Carlos Fasciolo, el Dr, Fidel José Rosell y nuestro Padre, para citar ejemplos, llegaron a Buenos Aires en ese período de resurgimiento de la medicina. Estos jóvenes tuvieron que vivir indefectiblemente los cambios socioculturales que representaba llegar a la “Gran Capital” y enfrentarse a los nuevos desafíos propios de la universidad, de la música y la vestimenta de moda, el arte, el teatro y el cine, los autos y los desarrollos científicos y tecnológicos posteriores a la Primera Guerra Mundial.

¿Y por qué no incluir también en estos cambios socioculturales que debieron enfrentar estos jóvenes del interior a las nuevas relaciones con las bellas mujeres que ellos encontraron en la Capital?

Evidentemente aquellos años de la década del ’30 han de haber sido años “muy acelerados” desde la óptica de esos jóvenes del interior del país, acostumbrados a una “vida pueblerina”.

Esos jóvenes ya inmerso en el quehacer diario y cosmopolita de Buenos Aires, y dedicados de lleno al ambiente científico, tuvieron que “codearse” con todos estos cambios inevitables.

Nuestro Padre Bernardo, al finalizar sus estudios universitarios inició su internado en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires y su entrenamiento durante un año en la escuela de cirugía de los hermanos Dres. Ricardo y Enrique Finochietto [17].

Los Dres. Ricardo y Enrique Finochietto eran en esa época verdaderos pioneros de la cirugía torácica en la Argentina de preguerra, y también, reconocidos cirujanos abdominales.

Un ejemplo de aquel desarrollo científico de la Argentina de los años ’30 es el retractor o separador de costillas que lleva el nombre de Finochietto, y que nosotros los cirujanos de los EEUU utilizamos en forma habitual, pues ese dispositivo forma parte de los instrumentos quirúrgicos que están en uso hoy en día. Muchos creen aquí en los EEUU que éste es un instrumento de origen italiano, pero nadie sabe que fue desarrollado en la Argentina en los años ’30.

Mi Papá Bernardo terminó este entrenamiento en la escuela de cirugía de los hermanos Dres. Finochietto y su internado de medicina hacia fines de 1939 y principio del año 1940. Luego se radicó en su Mendoza natal, y allí el Papá consolidó su desarrollo profesional durante los años ’40 y la mitad de los años ’50. A pesar de que esos fueron tiempos muy difíciles y tumultuosos como consecuencia de los resabios económicos y políticos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el Papá pudo desarrollar su medicina con mucho esfuerzo y se convirtió con los años en uno de los líderes y pioneros de la cirugía torácica en la zona de Cuyo.


Médicos residentes en el Hospital de Clínicas de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires. Año 1939. Parado, a la derecha, mi Papá Bernardo Daniel Martinez Rosell. 
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

Juan Carlos Fasciolo, por su parte, al finalizar sus estudios quiso especializarse en cirugía ortopédica. Sin embargo, una oferta para investigar la hipertensión renal, efectuada en su momento por el Dr. Bernardo Houssay [18], llevó al Dr. Fasciolo a desarrollar su tesis y al descubrimiento del sistema renina-angiotensina. El equipo de científicos de los Dres. E. Braun Menéndez, Luis Leloir, J.M. Muñoz y. J.C. Fasciolo, bajo el liderazgo y dirección del Dr. Houssay, hicieron conocer a nivel mundial este extraordinario hallazgo de la investigación del equipo, mérito que valió para que el  Dr. Bernardo Houssay recibiera el Premio Nobel de Medicina del año 1947.

Entre los otros cambios socioculturales que mi Padre “debió enfrentar” estando y viviendo en Buenos Aires, fue el de vincularse con un grupo de  jóvenes que, luego en Marzo de 1948, culminaría con la fundación del Club de Automóviles Sport [19]. Me imagino yo, por las reseñas históricas, que tal amistad entre estos jóvenes se debe haber forjado y consolidado después de una larga serie de reuniones de amigos y luego de consumir muchas tazas de café.

Como resultado de esa amistad con los muchachos que más adelante fundarían el Club de Automóviles Sport, el Papá adquirió su primer auto sport, un MG modelo TC del año 1939, color negro, con el cual  se “apareció” por Mendoza, para sorpresa muchos, de un día para el otro. Tengo recuerdos de haber visto alguna foto tomada de ese MG y mi Padre en uno de sus viajes de Buenos Aires a Mendoza.

Otro de los cambios socioculturales que mi Padre “tuvo que aceptar,” estando y viviendo en Buenos Aires, fue conocer a quien, luego de algunos años, sería nuestra Madre. Papá conoció a Mausy Wurster, como la llamaban por su sobrenombre y apellido los amigos de esa época, en los últimos años de su carrera de medicina cuando cursaba la especialidad Nariz, Garganta y Oídos.

Un amigo en común de Mausy y mi Padre, y posterior colega de él, el Dr, Julio César Filipelli, los presentó. Mausy, joven, bella rubia de ojos celeste, de descendencia suizo alemana, estaba afectada por una parálisis parcial del nervio facial, probablemente de origen viral. Aprovechando de aquella presentación e inicio de amistad, Mausy no tardó mucho tiempo en convertirse en paciente de Bernardo, y luego de algunas visitas al consultorio del hospital, Mausy y Bernardo no tardaron demasiados días para establecer una relación de noviazgo.

8. Su poliomielitis …

El Papá tuvo poliomielitis en su pierna izquierda a la edad de 14 años aproximadamente, mientras cursaba su escuela secundaria en el Colegio San Buenaventura de Mendoza.

En los años ’20 la poliomielitis era una enfermedad que tenía un alto porcentaje de afectación y de mortalidad en la población infantil toda vez que se manifestaba una epidemia. El Papá sobrevivió a la enfermedad pero le dejó secuelas en su pierna izquierda que lo obligaron a una prolongada rehabilitación y a la utilización de calzado ortopédico.

Fue evidente que superada la enfermedad, el Papá no tuvo otras secuelas que no fuesen las físicas de su pierna izquierda.

Su renguera de la pierna izquierda era muy notoria pero el Papá supo superar y compensar su déficit neuromuscular.


En esta foto de mi Padre se puede apreciar la secuela de su enfermedad de poliomielitis que afectó su pierna izquierda. 
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

La afectación de su pierna no le impidió para que desarrollara sus funciones de médico cirujano. Tampoco afectó su habilidad para manejar autos, cuestión que había hecho desde su adolescencia pues el Abuelo siempre dispuso de un auto en su casa.

Como el empleo del embrague y la caja de velocidades dependen de la destreza de la pierna izquierda, recuerdo que el Papá siempre era muy cuidadoso en el uso del auto porque él conocía su propia limitación en el manejo. Esta conducta siempre la tuvo presente cuando conducía, por sobretodo, cuando estaba al mando de su Jaguar XK 120.

La concesionaria Chevrolet

Quizás por esa limitación en su pierna, el Papá hablaba de las cajas de velocidad automáticas que Chevrolet estaba empleando en sus modelos. La Concesionaria oficial de esta marca era, en los años ’50 en Mendoza, “Carlos Luján Williams”.

La agencia de exposición y venta de autos quedaba en la calle Necochea 420, a la vuelta de nuestra casa de la calle Chile 1474. Por esta simple razón, recuerdo que toda vez que íbamos a comprar helados a la Heladería Bernardi en la calle Necochea 589, pasar por esa agencia de auto para mirar los últimos modelos expuestos en sus vidrieras era una parada obligatoria del paseo.

La Heladería Bernardi

Estas “visitas” a la Heladería Bernardi y a la agencia de autos eran un paseo casi obligado después de cena en las noches de la primavera y del verano mendocinos.

Mi Papá había abierto una cuenta corriente en la heladería para que nosotros, los chicos, pudiésemos tomar helados cuando quisiéramos. A partir de ese momento, los chicos “habíamos alcanzado” un cierto grado de libertad para comprar pero, como era de esperar, en pocos días perdimos “todo lo alcanzado” porque exageramos nuestras compras de helados más de lo previsto por el Papá. Fue bien claro que cuando el Papá vio que “el saldo deudor en su cuenta corriente” con Don Bernardi era un mal negocio para él, el citado grado de libertad quedó reducido a una mínima expresión plenamente controlada: “… sólo podrán ir a la heladería siempre y cuando vayan acompañados por un mayor…”. Esa fue la sentencia. Así fue cómo nuestras “visitas” a la heladería de Don Bernardi quedaron asociadas con el paseo después de la cena.

Mi Papá pedía su helado favorito: el de canela. Eddy y yo nos optábamos por el de chocolate y dulce de leche. Cada uno, con su vasito o cucurucho, nos íbamos sentando en las sillas y mesitas que Don Bernardi había dispuesto sobre la vereda de la calle Necochea. Recuerdo que era una sola fila de mesas y sillas junto al cordón de la vereda, razón por la cual, eligiésemos la mesa que fuese, siempre nos tocaba tomar nuestro helado junto a la vía del tranvía n° 2 que “subía” por calle Necochea hasta calle Perú. Recuerdo que cuando el tranvía se acercaba a la esquina de Necochea y 25 de Mayo, donde tenía su parada, empezaba a frenar y tocar su campañilla avisando su proximidad. Entre el rechinar de las ruedas sobre las vías por la frenada, y el “tilín -  tilín” de su campanilla de advertencia, el ambiente de llenaba de ruidos que apagaban nuestras voces. Pasado ese momento, todos nos dábamos vuelta para mirar hacia la parada de tranvía, para “adivinar” quién se bajaría del tranvía, como si hubiéramos estado esperando a alguien.

La imagen que tengo en mi mente recuerda a Don Bernardi y su señora atendiendo la heladería, ambos con sus guardapolvos blancos. Recuerdo a sus dos hijas pequeñas, jugueteando entre las heladeras y el pasillo detrás del mostrador al tiempo que sus padres ponían los helados en los vasitos y en los cucuruchos. De niño siempre me pregunté qué lindo debía ser, ser el hijo de un papá heladero, para poder tomar helados cuando un quisiera…


Boleta original de la cuenta corriente de mi Papá en la Heladería Bernardi, de Bernardi y Trujillo, que estaba ubicada en la calle Necochea 589 casi esquina 25 de Mayo, en Mendoza, de fecha 07 de Octubre de 1954. 
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)


Un típico tranvía de Mendoza de los años ’50 que circuló hasta el año 1966 [20]. El tranvía de esta foto perteneció a la Línea 1 que hacía el recorrido en ambas direcciones, desde el Cementerio de la Capital en Las Heras hasta circunvalar la Plaza de Godoy Cruz. (Foto del archivo de Internet [21])
  
El dibujo, una habilidad del Papá que no conocíamos

El Papá fue un muy buen dibujante “amateur”. Esta habilidad innata la conocimos recientemente cuando descubrimos una serie de dibujos en lápiz, gracias a que nuestra hermana Ana María había guardado un viejo libro del Papá en el que estudió de Inglés en el Colegio San Buenaventura.

Para la sorpresa de los hermanos varones, este libro “apareció” en la Navidad del año 2007, y a partir de él descubrimos para nuestro asombro esta habilidad del Papá desconocida para nosotros.

Este libro está firmado de puño y letra del Papá en el año 1928, dato que refiere que él lo usó cuando tenía 16 años. El libro está ilustrado en las hojas libres de escrituras y en aquellos espacios en blanco, con prolijos y variados dibujos realizados por mi Papá. Los dibujos representan personajes de esa época en los que el Papá en evidencia las  “inquietudes” de su adolescencia vigente en esos días.

Con notable destreza artística, los dibujos están realizados en lápiz de color negro, de trazo muy fino. El Papá supo captar los detalles de la moda y de la ropa de la época y pudo representarlos con singular belleza. Todos sus dibujos muestran el “manejo” que el Papá tenía de la representación gráfica tridimensional, de la correcta profundidad de campo y de la perspectiva.


Dibujo original efectuado por el Papá en el año 1928, en el libro de Inglés.
El dibujo está realizado en lápiz de trazo negro y muy fino, pleno de detalles. Representa a una mujer joven, con sus típicos zapatos, vestido y sombrero, tal cuales estaban de moda en los años ’20. Entre los detalles se distinguen: la silueta delgada de la mujer, la cara y gesto de su cuerpo que insinúa mostrar sus piernas y su cuerpo, la posición de las manos y el detalle de las mismas levantando la pollera por encima de las rodillas, y los pliegues del vestido asido por las manos. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

  

Dibujo original efectuado por el Papá en el año 1928, en el libro de Inglés.
El dibujo está realizado como el anterior, con el mismo lápiz de trazo negro y muy fino. Este dibujo muestra innumerables detalles de una jovencita, luciendo una melena que, por la densidad de los trazos, sugiere que era rubia. Por otros detalles que se observan, esta joven parecería estar de “entre casa”, luciendo una pollera muy corta y una blusa que “ocultaba lo necesario pero insinuaba todo”. Las pestañas y las cejas delineadas, los ojos, la mirada y la forma de la boca son trazos que caracterizaban a los personajes de los años ’20. 
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)


Dibujo original efectuado por el Papá en el año 1928, en el libro de Inglés.
El dibujo está realizado como el anterior, con el mismo lápiz de trazo negro y muy fino. Este dibujo muestra innumerables detalles de una jovencita. Las pestañas y las cejas delineadas, los ojos, la mirada, la forma de la boca y el gorro son trazos que caracterizaban a los personajes de los años ’20.
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

Sus hijos pensamos hoy, viendo estos dibujos realizados en un libro de la escuela secundaria, que el Papá los debe haber imaginado durante sus largos días de recuperación de su enfermedad, y también, luego de ver esos personajes en el cine y en revistas, los debió haber “materializado” en sus largas horas de estudios del régimen “semi pupilo” del Colegio San Buenaventura.

9. La natación y el ciclismo

La natación era, junto con la bicicleta, dos de los pocos deportes que el Papá practicó por años como consecuencia de la secuela de su poliomielitis.

Yo estoy convencido que la natación y el ciclismo que él practicó desde aquel momento por el resto de su vida fue su terapia y bienestar psicosomático.

Estas actividades deportivas las practicó junto con sus seres queridos, con sus hermanos y con su socia y después su esposa, nuestra Madre Mausy Wurster.


Mi Papá en uno de los paseos a Cacheuta, Mendoza, que hiciera junto a Mausy en el año 1942 ó 1943. Esta foto fue tomada en la localidad de Blanco Encalada, sobre la vieja Ruta Nacional 7 a Chile, prácticamente en el mismo lugar donde yo me tomaría aquella foto junto a mi primo Horacio Raúl Lucero Martinez en el año 1965. 
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)


Mi Papá y Mausy en uno de sus paseos por el Parque General San Martín de Mendoza, en el año 1942 ó 1943. Mi Mamá en su flamante bicicleta francesa Automoto y mi Papá en una de las varias bicicletas Raleigh inglesas de color negro, con frenos a varillas, que había en la bodega. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

Por esa razón, sus tiempos al aire libre siempre estaban asociados a una pileta de natación, o al mar, y en ese sentido al Papá, como a sus hermanos, le gustaba disfrutar de la piscina, del mar y de la playa.


Pileta del Hotel de Potrerillos, año 1946 ó 1947, disfrutando de un día de natación. De der. a izq.: Mi primo Fernando Martinez Ihistarry, mi Tío Fernando Martinez Rosell, mi Padre Bernardo, mi Tío Luis Domingo Martinez Rosell y Jorge Guillermo Martinez Ihistarry. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

En cuanto pudieron, en la huerta familiar de la casa de la bodega de Chacras de Coria, construyeron un tanque australiano para poder nadar sin limitaciones de horarios y sin mucha gente. Para nosotros los menores, “ir a bañarnos al tanque” como le decíamos, era toda una aventura. Allí podíamos hacer cuanto juego con el agua se nos ocurriese sin limitación alguna hasta el horario del fin de la siesta mendocina, puesto que a partir de allí llegaban los mayores y nosotros ya sabíamos que debíamos comportarnos con cordura.


Una tarde de verano del año 1958 ó 1959, en el tanque australiano de Chacras de Coria. Sentados atrás, de izq a der: Mi Tío Fernando Martinez Rosell, mi Tía María Ihistarry de Martinez, …, mi Primo Fernando Martinez Ihistarry y mi hermano Eduardo. Sentados adelante, de izq. A der.: …, Yo,… ,… , Edith Valdez de Martinez, la esposa de mi primo Fernando.
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

Los hermanos Martinez eran unos “enamorados” de la Playa Amarilla de Concón, en Chile, y hacia allá fuimos muchos años de vacaciones de verano. Recuerdo casi todos los viajes de los veranos de los años 1947/1948 a 1953/1954. Un año viajamos en auto (Citroën) y en tren, desde las Cuevas a Los Andes, por las restricciones vehiculares que había por el paso a través del túnel ferroviario. Otro año el viaje fue en tren desde Mendoza hasta Valparaíso en Chile, y tardamos casi 20 horas. Otro, creo que fue en el año 1947 ó 1948, fuimos en avión, en un Douglas DC 3. Recuerdo que este viaje en avión fue muy ruidoso.


El viaje a Chile en auto y con el Citroën 11 Ligero del Papá cargado sobre un vagón para hacer en tren el tramo desde Las Cuevas en Argentina hasta Los Andes en Chile. Quien se asoma por la ventanilla del Citroën, soy yo. 
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)


El viaje a Chile con el Citroën 11 Ligero del Papá y el Ford modelo 38 de mi Tío Fernando, ingresando al cobertizo en la boca del Túnel Internacional del ferrocarril trasandino, del lado argentino, en la época que ese túnel se habilitaba en horarios restringidos para el paso de vehículo. Recuerdo que en esos años de post Segunda Guerra Mundial era muy difícil conseguir neumáticos. Por eso, para estos viajes a Chile donde era frecuente dañar neumáticos por el estado del camino, había que llevar los repuestos necesarios para prevenir cualquier contingencia. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)


Playa Amarilla, Concón, Chile, Verano de 1945 / 1946
Parados, de izq a der: mi primo Jorge Raúl Martinez Ihistarry (hijo de Fernando y María), mi tío Fernando Martinez Rosell, mi Tía María Ihistarry de Martinez (esposa de Fernando), Sra y Sr. Alberto Granata, mi Papá Bernardo Martinez Rosell y Victoria Cabanat. Arrodillados, de izq. a der.: Mi Mamá Mausy Wurster, Juan Carlos Ihistarry (hijo de Antonio y Pichona), Antonio Ihistarry (hermano de mi tía María Ihistarry), Pichona Segura de Ihistarry (esposa de Antonio) y Silvia Ihistarry (hija de de Antonio y Pichona). Niños en la arena: de izq. a der. Yo Bernardo Martinez Wurster y mi primo Jorge Guillermo Martinez Ihistarry (hijo de de Fernando y María). 
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)


Playa Amarilla, Concón, Chile, Verano de 1946 / 1947. De izq a der: Mi Tío Luis Martinez Rosell, Doña Elodia de Echeverría (mamá de Ercilla), mi Tía Ercilla Echeverría (esposa de mi Tío Luis), mi Papá Beranrdo Martinez Rosell y Mi Mamá Mausy Wurster. Sentados sobre la arena, de izq a der: yo y mi primo Luis Roberto Martinez Echeverría (hijo de Luis y Ercilla)
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)


Playa Amarilla, Concón, Chile, Verano de 1948 / 1949. Mi Papá Bernardo Martinez Rosell y sentados sobre la arena, de izq a der: mi hermano Eduardo (Eddy) con un poco más de un año de edad y yo con algo más de cuatro años. 
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

El último viaje en familia lo hicimos en el verano de 1953/1954 con un auto de la empresa CATA porque el Citroën del Papá estaba en reparaciones. Ése era un auto de alquiler, de aquellos que hacía esos viajes entre Mendoza y Viña del Mar y Santiago de Chile. Recuerdo que un  Mercury Monterrey Modelo 1954, nuevo, con caja de cuarta, en dos tonos de azul, y con la suspensión trasera levantada para sortear los desniveles en cerradas curvas de los caracoles del Cristo Redentor y de Juncal y Juncalillo en Chile. Recuerdo el los Mercury tenían sus “escapes libres”, sin ningún tipo de silenciador, porque sus choferes decían que así el motor tenía mejor rendimiento con la altura del cruce de Los Andes. En aquella oportunidad salimos de Mendoza entre las 02 a 03 de la mañana y trepamos por los caracoles de Villavicencio de noche. Recuerdo que los autos que viajaban delante del nuestro, algunos más cerca otros bien lejos, iluminaban el camino mostrándonos el sinuoso recorrido que debíamos transitar. Llegamos a Concón a las 17 horas.

10. Andes Talleres Sport Club

El Papá se hizo socio del Andes Talleres Sport Club y nos incorporó a Mausy, a Eddy y a mí también, como socios integrantes del “grupo familiar,” para que pudiéramos utilizar la piscina para la natación.

El Papá fue el socio n° 4.414 del club. Comenzamos a disfrutar de aquella piscina a partir de la temporada de verano 1951/1952. En ese momento yo tenía siete años y Eddy cuatro, ambos recién cumplidos. Mi hermana Ana María no había nacido aún.

La piscina del Club Andes Talleres era en esos años la mejor, o sino, una de las mejores que había en Mendoza.


Carnet del Andes Talleres Sport Club, perteneciente al Papá,
el socio activo n° 4414, Año 1951 (Foto del Archivo de Eduardo Martinez Wurster)

Recuerdo que en las horas del almuerzo y de las siestas mendocinas el club cerraba sus puertas para los socios. No sé cuál habría sido la razón de esa normativa pero me imagino que las reminiscencias pueblerinas de antaño, o el “culto por dormir la siesta”, podrían haber sido razones suficientes para esa determinación. Lo concreto es que no se qué “arreglos” pudo haber hecho mi Papá, pero la verdad es que nosotros tres, él, Eddy y yo, íbamos en verano casi todas las siestas a esa piscina, mi Padre para nadar, nosotros para chapotear a nuestro antojo y jugar en el agua.

Recuerdo que el agua era en extremo cristalina y muy fría, bondades que muy pocas piscinas de la época podían ofrecer.

Las vueltas de la vida quisieron que diez años más tarde, en el año 1962, quizás por alguna coincidencia del destino, yo volví al Club Andes Talleres pero esta vez para empezar mis entrenamientos de gimnasia en aparatos durante las noches, bajo la dirección técnica de Gustavo Neumann. Gustavo era un hombre de nacionalidad alemana, muy serio, recto y disciplinado. Había servido en la Segunda Guerra Mundial como marinero y miembro de la tripulación del acorazado alemán Admiral Graf Spee, que fuera hundido durante la Segunda Guerra Mundial en el Río de la Plata, muy cerca de Montevideo, Uruguay [22].

El objetivo de tal entrenamiento era mi preparación final para participar en los Torneos Nacionales de Gimnasia que se realizarían en los meses de Noviembre y Diciembre de ese año 1962.

En otra de estas historias les contaré mi experiencia de vida y los amigos que conocí gracias a esta disciplina deportiva entre los que, anticipo, se encontraban hijos de médicos que habían sido colegas de mi Papá en vida. Recuerdo que cuando conocí a los padres de estos compañeros y empecé a frecuentar sus respectivas casas, sus padres me manifestaron el aprecio y los buenos recuerdos que ellos tenían por mi Papá, por su profesionalismo y su bonhomía.

En esas oportunidades fue cuando comprendí cuán buen tipo habría sido mi Padre desde el momento en que todos sus colegas opinaban y lo recordaban de la misma forma después de muchos años de su muerte, haciéndome esos comentarios elogiosos sin necesidad alguna de quedar bien conmigo, pues no había razón para ello.

Volviendo al Club Andes Talleres. Recuerdo que ya habíamos tomado como costumbre al terminar nuestras sesiones de entrenamiento de gimnasia, ir “religiosamente” al bar del club con Gustavo y los muchachos gimnastas. Como esta “visita obligada al bar” ocurría habitualmente entre las 21 y 22 horas, ese horario era el propicio para “picar algo, lo que el cantinero tuviera a mano”. Nuestra preferencia pasaba por pedir un sándwich de queso con pan negro, acompañado de la bebida que hubiera. Podía ser una Coca Cola, una Bidú (que era una copia nacional muy pero muy “lejana” de la Coca Cola), o una Crush (otra bebida nacional que luego conoceríamos como la “Orange Crush”). En esas reuniones Gustavo nos contaba, y así fue cómo las conocimos “desde adentro”, las anécdotas e historias del buque Graf Spee, de la batalla del Río de la Plata y de los prolegómenos del hundimiento del acorazado.

Entre esas anécdotas e historias del barco, también cada vez que ingresaba o me retiraba del club, siempre venían a mi memoria las tardes de piscinas y de juegos que había compartido con mi Padre en ese mismo lugar, diez años antes.

11. Su Jaguar rojo

El Jaguar XK 120 que el Papá compró Jorge Caamaño en setiembre de 1951 fue un auto fabricado en Inglaterra en el año 1950, y fue uno de los cinco primeros Jaguar que entraron a Argentina traídos directamente de la fábrica para competir y luego venderlos.

Debo decir que en el año 1951 “los dedos de una mano” eran suficientes para contar los autos sport y de estirpe deportiva europea que circulaban por Mendoza.

  

Año 1953. El Jaguar XK 120 en los Caballitos de Marly, en el Parque General San Martín de Mendoza. Sentados en el habitáculo, mi hermana Ana María, yo Bernardo Martinez Wurster y mi Papá Bernardo. Esta foto fue tomada por mi Madre Mausy Wurster.(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

 

Similar a este Jaguar XK 120, del mismo color de carrocería, tapizado, espejo sobre el tablero y ruedas, era el Jaguar XK 120 modelo 1950 del Papá
(Foto del archivo de Internet [23])

Demás está decir que ese Jaguar XK 120, de color “rojo sangre”, no pasaba desapercibido por ningún lugar, ya fuera por sus líneas deportivas exóticas, ya fuera por el color porque en aquellos años la mayoría de los autos que circulaban en aquella época por Mendoza eran de color negro.


Año 1953. El Jaguar XK 120 en el Parque General San Martín de Mendoza. Sentado al volante, yo, Bernardo Martinez Wurster, mi hermana Ana María y mi Papá Bernardo. Esta foto fue tomada por mi Madre Mausy Wurster.
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)

Ese auto fue el "deseo" de muchos, y unos cuantos quedaron “prendados” de esa marca y de sus líneas. Muy pocos, creo que los “dedos de una sola mano sobran para contarlos”, pudieron adquirir más tarde un Jaguar. Aún hoy, casi sesenta años después, algunos personas amigas, mayores ellas, recuerdan el Jaguar rojo del Papá y el Mercedes  Benz alas de gaviota de Eduardo Copello.

El Papá tuvo este auto desde Setiembre de 1951 hasta Abril de 1955 cuando falleció. Pienso que en esos cortos cuatro años, él supo disfrutar ese auto y pudo compartirlo con su familia. Con su esposa Mausy Wurster hicieron varios viajes a Buenos Aires, y con sus hijos algunas “corridas” por el parque General San Martín, algunas escapadas veloces a la bodega de Chacras de Coria, y los recorridos hacia el Aeropuerto de Mendoza y hacia el Monumento de Canota.

El ir al Aeropuerto de El Plumerillo en el Jaguar en las siestas de primavera, verano y otoño, recibiendo el sol de lleno en nuestras caras, es un recuerdo y son sensaciones que tanto Eddy como yo no podemos olvidar.

El Sr. Juan Cruz Vera fue el mecánico del Jaguar en Mendoza. Recuerdo que Juan Cruz testeaba sus arreglos y los afinamientos del motor del Jaguar en la larga subida a Villavicencio desde Panquehua pasando por el Monumento de Canota.


Monumento de Canota, en Las Heras, Mendoza, y la larga recta de la Ruta Provincial 52 en subida hacia Villavicencio (Foto de archivo de Internet [24])

Recuerdo que un día fuimos los cuatro en el Jaguar, el Papi manejando, Juan Cruz y yo en el asiento del acompañante, y Eddy como era el más chiquito en el piso, entre los pies de Juan Cruz y los míos. Nosotros los menores no podíamos perdernos lo que iba a suceder, por eso la incomodidad del viaje se justificaba largamente. Cuando llegamos al Monumento de Canota [25], mi Papá, Eddy y yo bajamos del Jaguar y nos sentamos en las piedras del monumento, teniendo frene de nosotros la larga recta pavimenta a uno y otro lado. Nos sentamos como si fuéramos a ver pasar la gente que en el lugar no había. Juan Cruz arrancó el motor del Jaguar y se alejó de nosotros a velocidad reducida primero, para luego comenzar a acelerar y alejarse rápidamente hasta que el auto de convirtió en un punto rojo lejano en el pavimento. El sonido del motor era espectacular. Era un sonido “sordo” y “uniforme”. Al rato, aquel punto rojo se empezó a agrandar, y a medida que se acercaba el rugido del motor aumentaba hasta que sobrepasó por donde estábamos sentados, ensordeciendo nuestros oídos en forma espléndida. Menos mal que no habían hojas de árboles en el pavimento por que sino “hubieran quedado revoloteando” por largo rato. Realmente era apasionante escuchar el motor del Jaguar a alta velocidad, tanto en la larga trepada como en el descenso desde Villavicencio.

Con el tiempo supimos que de tanto en tanto, Juan Cruz Vera hacía estas corridas veloces con el Jaguar. Recuerdo la recomendación que Juan Cruz le hacía al Papá respecto de la forma de manejar el Jaguar: “… Bernardo,... éstas picadas a altas revoluciones y velocidad hay que hacerlas de tanto en tanto para que no se le junte carbón en los cilindros,… porque estos autos están preparados para otro tipo de nafta que nosotros no tenemos, con más octanaje… Si usted pudiera conseguir nafta de avión,… … eso sería lo ideal…”.

Diez años más tarde, estando en la facultad, la gente que había conocido al Papá y a su Jaguar aún me preguntaba por el “… Jaguar rojo…”.

El auto quedó en silencio en el garaje de la casa de Agustín Álvarez desde Abril hasta Noviembre de 1955. Sólo yo puedo contar lo que fue aquel sentimiento mío, de un niño de diez años, sentado sobre el mismo Jaguar en el cual había pasado momentos tan sentidos en aquellos tiempos en que su motor rugía. Ahora el auto estaba en el garaje inmóvil y en silencio.

Recuerdo que en aquellos momentos, solo en el garaje frente al volante y al tablero con los instrumentos inmóviles, comencé a llorar tratando de encontrar una explicación del por qué de la ausencia de nuestro Padre, tratando de entender el por qué tanto silencio dentro de mí y en ese lugar.

Muchos años después comprendí las sensaciones y los sentimientos que en nuestro Padre se pudieron haber despertado cuando tuvo la oportunidad de su vida de conducir aquel Jaguar “de sus sueños” llevando de acompañantes a sus dos hijos.

Yo disfruté mucho cuando pude llevar a mi hijo, primero de niño, después de adolescente, en una Ferrari mía del mismo modo que mi Padre lo hizo conmigo.

Yo pude percibir en aquellos ojos y en aquella sonrisa de mi hijo, las mismas expresiones que sé que mi Padre pudo haber visto en nosotros, sus hijos, y sé que supo disfrutar esos momentos con nosotros a su lado.

Cada vez que recuerdo esas dos vivencias propias, siempre me digo en silencio “… No hubo momento más hermoso que aquel que pude disfrutar de la sonrisa y de la alegría de mi hijo en la Ferrari…”.

12. Su hijo huérfano de patria

Deseo cerrar estos recuerdos sobre mi Padre con algunos pensamientos míos. Creo que si mi Padre hubiera vivido unos años más y hubiera visto mi desarrollo profesional de postgrado, él habría titulado este último capítulo de recuerdos con este mismo título.

Si debo resumir estos casi 40 años de médico cirujano vascular en los EEUU, debo empezar desde el principio. No vienen a mi memoria otros recuerdos que aquellos conceptos que Eddy expresó a su sobrino en el año 2008 cuando se refirió a la partida de su hermano Bernardo hacia EEUU en 1970. Con estas palabras o con otras, ellas son lo de menos, lo importante es el concepto, Eddy sintetizó:

 “… Tu Padre hizo una “apuesta” muy fuerte en 1970 cuando se graduó y decidió educarse en EEUU haciendo su post grado… Fue una “jugada” que él hizo porque tuvo la “corazonada” de que ése era el camino correcto. Fue una decisión muy audaz en todos los sentidos…”.

En los años setenta Argentina vivía momentos sociopolíticos muy complicados para el desarrollo profesional y de controvertidos resultados a futuro. Los profesionales que egresábamos de las universidades en aquellos años debíamos tomar una decisión de vida, o nos quedábamos en el país, o nos íbamos al exterior. Así fue como muchos jóvenes profesionales, entre los que me incluyo, tuvimos la oportunidad de salir del país con una posibilidad de ampliar nuestra formación profesional con un postgrado que determinó la meta de nuestras vidas. Muchos profesionales y científicos que se quedaron en el país pudieron descollar en lo suyo, pero otros tantos siquiera pudieron desarrollarse. Los que tuvimos la oportunidad de salir al extranjero, debimos pelearla solos en ambientes que fueron, con seguridad, aún más hostiles que en nuestro país, políticamente hablando, porque en cualquier parte que estuviésemos, éramos extranjeros para todo y para todos. Y esto de ser extranjero, lo dijo así, no fue ni será cosa fácil ni sencilla.

Eddy concluyó aquellos conceptos expresados a su sobrino refiriéndose al resultado final a mi carrera profesional en EEUU que se inició en 1970 con aquella “corazonada”. Nuevamente, con estas u otras palabras, eso es lo de menos, Eddy expresó estos conceptos:

“… Bernardo tomó aquella decisión y la llevó adelante, yo pienso, de la mejor manera que pudo. Vos tienes ante tus ojos el resultado de su carrera profesional después de casi cuarenta años de la toma de aquella decisión…. Ese resultado es gracias a su dedicación, sacrificio y aptitud personales…”

13. La graduación de Médico - El 11 de Junio de 1970

El 11 de Junio de 1970 me gradué de médico en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo, en Mendoza.

Ese día marcó la culminación de una etapa de mi formación profesional, lo digo así, porque después vinieron muchas otras etapas que continúan hasta el presente, pues debo ser sincero, en medicina y en mi especialidad, siempre hay algo nuevo por aprender.

Pero aquella etapa de estudiante de medicina estuvo “plagada” de acontecimientos que en repetidas oportunidades me recordaron al Papá, ya fuera porque yo estaba siguiendo sus mismos pasos, o porque estaba terminando mi educación como médico en la misma facultad que él había formado en muchos aspectos casi dos décadas antes, o porque ese día 11 de Junio de 1970 me convertiría en colega de los antiguos colegas de mi Padre, por supuesto, que sólo por compartir la misma profesión porque si de experiencias profesionales hablamos, había como era lógico, un “abismo” entre las experiencias de ellos y la mía.

Recuerdo que aquel 11 de Junio, mientras caminaba hacia las escalinatas que me llevarían hacia el ingreso de la Facultad de Medicina donde asistiría a mi graduación, vino a mi mente el recuerdo de un acto de académico vivido un par de años antes. Imaginé en aquel corto camino hasta las escaleras que el acto de ese día podría tener cosas en común con aquel otro.

El homenaje a mi Padre en la Sociedad de Cirugía de Mendoza del 17 de Diciembre de 1968

Una mañana de Noviembre de 1968 llamó a casa el dilecto amigo de mi Padre, el Dr. Jorge Perez, quien había sido colega de la Facultad y de los hospitales y clínicas de Mendoza, y como les conté, también, uno de los “invitados” a las cenas y sobremesas en el “patio español” de la casa de la calle Chile.

En un muy emotivo llamado telefónico, el Dr. Perez le hizo saber a mi Madre Mausy que la Sociedad de Cirugía de Mendoza quería hacer un justo reconocimiento a “… los entrañables colegas y amigos que ya no están con nosotros, en un acto académico que la Sociedad está organizando para homenajear a colegas que ya se han retirado de la práctica de la medicina,… ....Quiero comunicarte, Mausy, que la Sociedad de Cirugía desea que Bernardo tenga un diploma en esta oportunidad y quiero que asistas a ese acto académico para recibirlo en su nombre… … En un par de días te llegará por correo una invitación dirigida a tu nombre…”.

Recuerdo que en cuanto mi Mamá colgó el teléfono “rompió en un llanto de emoción”, y nosotros que no sabíamos de qué se había conversado hasta el momento, pensamos que había llegado alguna noticia lamentablemente triste.

Cuando nos explicó el motivo del llamado del Dr. Jorge Perez, entre sollozos y lágrimas, no dejó de expresar un pensamiento “muy suyo” que quizás tenía guardado desde hacía mucho tiempo: “… yo sabía que algún día llegaría,… … han pasado trece años del fallecimiento de vuestro Papá y el Dr, Perez me avisa que le harán un homenaje y entregarán un diploma en su nombre… …. Quiere que vaya a recibirlo…”.

Entonces, tal como anticipado, la Sociedad de Cirugía de Mendoza organizó para el 17 de Diciembre de 1968, en el hermoso Teatro Independencia de Mendoza, la entrega del premio trianual a los Dres Héctor Perinetti y Arturo Ceresa y al Dr. José Candisano Liqueno “in memoriam” [26]. Fue en esa oportunidad que el Dr, Jorge Perez, como Presidente de la Sociedad de Cirugía de Mendoza, hizo una referencia especial sobre mi Padre al auditorio que ese día se había reunido para el acto académico, e hizo la entrega de un diploma especial en nombre de la Sociedad de Cirugía de Mendoza.

Mi mamá Mausy, con la humildad que siempre la caracterizó, quiso que fuera yo quien recibiera de manos del mismo Dr. Jorge Perez aquel diploma de reconocimiento.

Tal como el Dr. Perez expresó en aquella oportunidad, con ese diploma que me estaba entregando la Sociedad de Cirugía de Mendoza quiso homenajear la trayectoria profesional del Papá, y lo hizo refiriéndose a mi Padre tanto como médico cirujano de tórax, como miembro de esa Sociedad de Cirugía, y como ser humano.

Recuerdo que al término del Acto Académico, muchos de los profesionales que habían asistido y que habían sido amigos personales y colegas del Papá saludaron afectuosamente a Mausy y la felicitaron por el homenaje que se le había hecho al Papá.





Invitación que la Sociedad de Cirugía de Mendoza le cursó a Mausy Wurster para el Acto Académico que se llevaría a cabo el 17 de Diciembre de 1968 en el Teatro Independencia de la ciudad de Mendoza, con motivo de la entrega del Premio Trianual a médicos de Mendoza y de un Diploma del homenaje a mi Padre.
La invitación estaba suscripta por el Dr. Jorge Perez y por el Dr. Oscar Masetto como Presidente y Secretario de la Sociedad de Cirugía de Mendoza, respectivamente 
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)



Acto Académico de la Sociedad de Cirugía de Mendoza del 17 de Diciembre de 1968, realizado en el Teatro independencia de la ciudad de Mendoza, en el que recibo de manos del Dr. Jorge Perez, un Diploma de reconocimiento por la trayecto profesión de mi Padre Dr. Bernardo Daniel Martinez.
(Foto del archivo de Bernardo Martinez Wurster)



Diploma de la Sociedad de Cirugía de Mendoza de fecha 17 de Diciembre de 1968, por reconocimiento a la trayectoria profesional de mi Padre Dr. Bernardo Daniel Martinez, suscripta por el Dr. Jorge Perez y por el Dr. Oscar Masetto como Presidente y Secretario de la Sociedad de Cirugía de Mendoza, respectivamente. 
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
  
Acta Académico del 11 de Junio de 1970 de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo

Aquel Acta Académico del 11 de Junio de 1970 formó parte de la historia de actos que todos los años celebra la Facultad de Medicina para tomar el Juramento Hipocrático y graduar a los nuevos médicos.

En una parte de esa historia está el acto de graduación del año 1954, en el cual mi Padre Bernardo, como Secretario Técnico de la Facultad, tuvo el honor de dirigir las palabras del acto académico.

En ese mismo acto del año 1954 estuvo presente el Dr. Oscar Masetto, como abanderado de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo. La historia quiso que el mismo Dr. Masetto, dieciseis años después, en aquel 17 de Diciembre de 1968, suscribiera como secretario de la Sociedad de Cirugía de Mendoza junto al Dr. Jorge Perez como Presidente, el diploma con que esa Sociedad  homenajeó a mi Padre.


Graduación Médicos de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo de Mendoza. Año 1954. Mi Papá en el momento de dirigir las palabras del acto académico de los nuevos médicos. 
A la derecha, el Abanderado de la Facultad, el Dr. Oscar Masetto. 
(Foto del Archivo de Bernardo Martinez Wurster)

Esa mañana del día 11 de Junio fue una mañana fría, ya faltaba poco para iniciar el invierno en el hemisferio sur, y el sol iluminaba tímidamente los picos de la precordillera mendocina de Los Andes que ya lucían las primeras nevadas caídas. El calor del sol apenas lograba elevar la temperatura de aquella fría mañana.

Dentro de las aulas del edificio de la Facultad de Ciencias Médicas, en el Parque General San Martín de Mendoza, cuatro flamantes médicos se aprestaban para dar el Juramento Hipocrático de rigor. A partir de allí y luego de acto académico, el último acto de la carrera universitaria, cada uno de nosotros iniciaríamos los respectivos caminos profesionales que la vida nos tenía preparados.

Hay tres fotos de ese día de la graduación. Para ser sincero, yo no había recabado en los detalles de esas fotos ni había tomado conciencia de ese momento decisivo hasta que tuve en mis manos nuevamente esas fotos, recientemente, en Marzo de 2013.

Una de las fotos muestra a los familiares y amigos de los nuevos graduados, presentes en la Facultad de Medicina ese 11 de Junio de 1970. La segunda foto muestra mi persona, pero por sobretodo, refleja la inocencia de un joven de 25 años de edad en el momento del Juramento Hipocrático. La tercera foto ha plasmado el momento en que recibí mi diploma de médico, fue el instante en el cual “dejé de ser estudiante para convertir en médico”, y a partir de allí se abrió todo un mundo de desafíos y oportunidades.


Acto Académico de Graduación de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo del Año 1970. En la primera fila estamos sentados los cuatro médicos egresados, de izquierda a derecha, Juan Afif y yo. En la cuarta fila, también de izquierda a derecha, se encuentran Victoria Cabanat y mi Madre Mausy Wurster. En la tercera fila, se encuentra tres parientes míos, muy allegados de mi Padre y de mi Madre. Todos tienen expresiones en sus rostros que sugieren “estar pensando en el más allá”. Pero la expresión de Victoria habla por sí sola, me sugiere que en ese momento pasaban por su mente sentimientos “muy queridos”. En definitiva, Victoria de un modo o de otro, vivió la graduación de mi Padre Bernardo en el año 1939, y en ese momento, estaba viviendo mi graduación en el año 1970. No me imagino cuáles recuerdos pasaron por su mente esa mañana de Junio de 1970. (Foto del archivo de Bernardo Martinez Wurster) 


Acto Académico de Graduación de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo del Año 1970. Yo estoy cumpliendo con el Juramento Hipocrático. (Foto del archivo de Bernardo Martinez Wurster)

Recientemente llegó a mis manos y tuve la oportunidad de leer el libro “Juan Carlos Fasciolo: Del Hombre al Científico”, escrito por su hija Susana Fasciolo. Ella recuerda Susana que el Dr. Fasciolo dio varios “keynotes” a los alumnos graduados, y en su libro, ella describe con precisión las palabras y recomendaciones del Dr. Fasciolo, las cuales fueron sabias para muchos de nosotros.

Recuerdo también que al concluir aquella breve ceremonia, un profesor de la Facultad, quien sabía que viajaría a EEUU en breve para continuar mi especialidad, porque era “vox populi” en esos claustros universitarios que me alejaría de la Argentina, me separó del grupo en el que estaba y me dijo:

“… Yo fui muy amigo de tu Padre. Sin dudas él hubiera querido estar presente hoy aquí. Seguramente él está muy orgulloso de ti, de tu decisión de proseguir sus pasos, y de continuar con tu educación quirúrgica en el país del norte… Deseo decirte aquello que tu Padre hubiera querido decirte en este momento… Él seguramente te hubiera dicho… …” Hijo, en todos estos años de estudios en esta facultad nosotros te hemos preparado intelectualmente lo mejor que pudimos. Hemos enriquecido tu intelecto… … En los próximos siete años prepárate técnicamente lo mejor que puedas en EEUU… … Pero no te olvides, Hijo, que nadie te va a enseñar el componente político de la medicina y la cirugía… … Eso lo vas a tener que aprender solo, con el tiempo…”.

Cuán sabias fueron esas palabras. Ellas han permanecido en mi memoria hasta hoy, no sé por cual razón. Pero debo confesar que las guardo en mi memoria como si me las hubiera dicho mi propio Padre, entremezcladas en un abrazo de padre e hijo que nunca hubo.

Ya en EEUU, y habiendo transcurrido mis primeros ocho años de profesión, también a ocho años de aquella mañana del 11 de Junio de 1970, terminé mi entrenamiento médico quirúrgico en la Cleveland Clinic y me radiqué en la ciudad de Toledo, Ohio. Allí tuve que enfrentar y solucionar mi primera crisis política profesional, que se convertiría con el correr de los siguientes cuarenta años, en la primera de las muchas crisis que sucedieron.

Con la sabiduría de aquellas palabras del 11 de Junio de 1970, con la técnica quirúrgica que aprendí, con la honestidad y la humildad que me inculcaron en mi hogar paterno, he podido “sobrevivir” a todos esos “tembladerales políticos” con entusiasmo sirviendo a mis pacientes.

Me siento gratificado de haber pasado cuando niño momentos con mi Familia bajo el cielo estrellado de aquellas noches mendocinas.

Han pasado casi setenta y cinco años desde que mi Padre perfeccionó su cirugía torácica en la Clínica de los Hermanos Finochietto en Buenos Aires con las técnicas y conocimientos de los años 1930. Hoy. en el año 2013, yo me encuentro perfeccionando las técnicas quirúrgicas mínimamente invasivas en la revolucionaria cirugía robótica y endovascular, que había empezado a desarrollar y a entrenar en la escuela de medicina de la Universidad de Stanford, California, hacia fines de 1998.

Veo hoy que las técnicas quirúrgicas mínimamente invasivas han cambiado notablemente las prácticas empleadas en los años 1930 - 1940, por suerte, para el beneficio de nuestros pacientes debido al menor dolor post – operatorio y a la rápida y mejor recuperación funcional de ellos.

Muchas gracias a la eterna leyenda de mi Padre y al apoyo incondicional de mi Madre.

Bernardo D. Martinez MD. FACS  Hecbc. …”.

14.  “Recuerdos de un viaje”

Memorias del Dr. Horacio Sanguinetti
Buenos Aires, Marzo de 2012

Este texto hace honor a nuestros Madre y Padre. Está escrito por un gran escritor a un pedido que yo le hice con motivo de de mi próximo libro próximo a editar.

Se trata de un bellísimo relato que dice así.

“… Recuerdos de un viaje

Al término de la guerra, los automóviles norteamericanos inundaron el mercado argentino provocando un deslumbramiento explosivo. Líneas modernas y sorprendentes, elementos de bienestar hasta entonces desconocidos, motores poderosos, todos los avances técnicos posibles.

En 1949 mi padre, luego de conducir durante una década un vetusto Chevrolet, adquirió un Frazer celeste, cuyo capot y baúl eran exteriormente casi idénticos, ¡tenía calefacción!, y un andar mullido de balanceo subtropical. Salimos a probarlo y mi madre, lo recuerdo siempre, se transfiguró en un ataque de euforia.

Nuestro veraneo habitual de un mes en Rosario y tres en Unquillo, Córdoba, donde residían los respectivos Abuelos, comenzó en las condiciones más benévolas. Pero mi Padre, volante pionero del automovilismo nacional, especializado en los demoníacos caminos cordobeses de cornisa, preparó una gran aventura: el viaje a Mendoza.

De cualquier modo temía encontrarse con cuestas y serpenteos mayores que en Córdoba y dudaba que el novedoso automóvil, con toda su aparente potencia, fuese capaz de trepar el macizo andino presumiblemente inaccesible. Entre entusiasmos y cavilaciones hicimos el periplo, que planteó inmejorable.

Pernoctamos en el flamante Hotel de Turismo de San Luis y al día siguiente abordamos la última etapa, bastante monótona, según mis memorias. En tales circunstancias nos sobrepasó un estilizado Jaguar rojo, sumamente veloz en el cual divisamos a quien lo piloteaba, un hombre apuesto de mediana edad acompañado por una rubia espectacular de fulgurante cabellera.

Mi padre, cediendo al impulso nacido de la parcimonia del viaje y de cierto espíritu de emulación, propio de quién conduce un coche original, se lanzó a perseguirlo. Logró adelantarse pero un trecho después el Jaguar nos rebasó nuevamente. Divertido y acuciado por la numerosa familia que lo incitaba (éramos seis), mi Padre insistió y así seguimos avanzando. Ya nos saludábamos y nos sonreíamos en cada desborde, que fueron varios, hasta que arribamos a una estación de servicio. Allí fueron las presentaciones. Como el hombre, médico de Mendoza, con su legítima mujer, era lugareño y evidentemente entendido, mi Padre inició un interrogatorio para que le diera opinión acerca del Frazer, de los desniveles cordilleranos y de que si un auto de ese peso podría ascender sin riesgo de quedar varado. El médico asesoró en positivo, explicó que las rutas de Mendoza pavimentadas eran más seguras que las cordobesas, y que un auto nuevo y potente como el Frazer no hallaría problemas. Así fue, admiramos las líneas del Jaguar y sus asombrosos detalles, él nos advirtió que sólo había dos de ese color en el país, y partió tras cordiales saludos.

No nos vimos nunca más. Murió intempestivamente poco después. Yo lo supe porque el destino, y mi buen ojo para elegir esposa, hicieron que al cabo de casi veinte años me casase con una sobrina suya. Así, la rubia espectacular Mausy Wurster de Martinez pasó a ser mi familia, al igual que sus hijos Bernardo, Eduardo y Ana María. Con ellos redescubrí mucho después un poco casualmente, el remoto episodio, que es un recuerdo emotivo y un buen signo del azar que rige parte de nuestras vidas.

Dr. Horacio Sanguinetti, Buenos Aires, Marzo de 2012…”.



[1] Dr. Bernardo D. Martinez, MD

  Dr. Bernardo D. Martinez, MD F.A.C.S.

[2] Capítulo 023 “… Mi Madre Mausy y sus ancestros: los Wurster Baun…”:

[3] Bernardo se refiere en su relato a Victoria Cabanat, quien trabajó desde su temprana edad en la casa de los Abuelos en Chacras de Coria, antes que naciera nuestro Papá en el año 1912. Luego del fallecimiento del Abuelo Bernardo en 1942, cuando mis Padres formaron su hogar en Diciembre de 1942, Victoria vino a trabajar a nuestra casa paterna hasta el año 1976 aproximadamente.

[4] Datos obtenidos de la publicación “Historia de la Cirugía en Mendoza, del Dr. Eduardo Cassone, Profesor Titular del Departamento de Medicina Quirúrgica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo:  http://revista.medicina.edu.ar/vol01_01/01/

[5] Idem Referencia 3.

[6] Idem Referencia 3.

[7] Libro “Juan Carlos Fasciolo – “Del Hombre al científico”, escrito por Susana Fasciolo.  http://www.losandes.com.ar/fotografias/fotosnoticias/2010/9/7/int-332556.jpg

[8] Combinado: este es el nombre que se daba al aparato de música que incorporaba en un solo mueble la radio, el tocadisco y un par de parlantes. Los muebles eran de madera y tenían una tapa superior abatible que permitía acceder a la radio y al tocadisco. Los parlantes estaban en su interior del mueble, sobre la cara frontal, normalmente cubiertos con una tela cuyo color hacía juego con el de la madera del mueble.

[12]  C.A.S. son las siglas que identifican al Club de Automóviles Sport de Argentina.

[13] Fotografía del archivo de la Bodega Rosell Boher: 

“… En julio de 1947… … se crea el lnstituto de Medicina para Graduados con el objeto de desarrollar estudios médicos superiores. Su director el Dr. Juan Carlos Labat y los que le sucedieron Dres. Fernando y Amadeo Cicchitti, Zavala Jurado y Balter impulsaron la actividad académica, organizando cursos y conferencias con destacadas personalidades del país y del extranjero… … El 26 de Diciembre de 1950, se crea en la UN Cuyo la Facultad de Ciencias Médicas…”.
[15] Dr. Juan Carlos Fasciolo, discípulo del Dr, Bernardo Houssay y descubridor de la angiotensina

[16] Fidel José Rosell, (primo segundo de mi Padre Bernardo Martinez Rosell), se radicó en la ciudad de Pigüé, provincia de Buenos Aires. En 1949 realizó la primera transfusión de sangre en la historia del Hospital de Pigüé. En 1950 realizó la primera operación cesárea en la historia del Hospital de Pigüé, y en 1953 creó la primera escuela de enfermería en la misma ciudad.

[17] Ricardo Finochietto: (1911-1993) Médico argentino del Siglo XX yt destacado cirujano, fue calificado como el “Maestro de la cirugía argentina”. Junto a su hermano Enrique Finochietto aportaron enormes progresos quirúrgicos, con técnicas y modificaciones sustanciales de procedimiento”.

[18] Bernardo Alberto Houssay: (10.Abr.1887, Buenos Aires  21.Set.1971, Buenos Aires). Médico  y farmacéutico argentino. Por sus descubrimientos sobre el papel desempeñado por las hormonas pituitarias en la regulación de la cantidad de azúcar en sangre (glucosa), fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina en 1947.


[22] Acorazado alemán Admiral Graf Spee: Wikipedia:  http://es.wikipedia.org/wiki/Admiral_Graf_Spee
  

[25] Monumento de Canota: Referencia histórica de la gesta libertadora del Gral José de San Martín http://wikimapia.org/6139852/es/Monumento-Canota

[26] Los Dres Jorge Perez, Héctor Perinetti, Arturo Ceresa y José Candisano Liqueno fueron, junto con otros profesionales, quienes formaron el grupo de médicos que, junto con el Papá, organizaron y le dieron forma a la Facultad de Ciencia Médicas de la Universidad de Nacional de Cuyo en los últimos años de la década de 1940 y principios de los años ’50.