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– Recuerdos de nuestro Padre
Memorias de su hijo Bernardo Daniel Martinez
Wurster
Toledo, Ohio, Estados Unidos, Abril
de 2013
En la última visita que mi
hermano Bernardo hizo a la Argentina en Marzo
de 2013, compartimos mi señora Mónica y los tres hermanos, Ana María, Bernardo
y yo, una exquisita cena preparada por Ana María en su casa. Esa noche nos
agasajó con comidas elaboradas con “las recetas de mi Mamá”, recetas que sólo Ana
María ha sabido atesorar y repetir. Por cierto la cena estuvo “acompañada” por
un muy buen vino malbec proveniente de cepas de Agrelo, Luján de Cuyo, de la zona de
fincas donde el Abuelo tenía una de las suyas. Esto fue motivo suficiente para
derivar, por asociación de ideas, en las anécdotas sobre los tiempos de la
niñez y de adolescencia de nuestro Padre Bernardo, historias que llegaron a
nosotros contadas “de boca en boca”.
En esa agradable cena no faltó
recordar también las anécdotas de nuestra niñez, de nuestros días junto a
nuestra Mamá Mausy Wurster y Victoria Cabanat, al tiempo que veíamos una vez
más las pocas fotos familiares de esa época que han quedado en nuestras manos.
Yo no sé si atribuir a la
comida “con sabor a nuestra casa”, o a las viejas fotos de nuestra familia
“chica”, o al exquisito malbec con sabor “a lo nuestro”, o a estos tres
elementos en conjunto, pero lo cierto es que esa noche disfrutamos de una cena
maravillosa, al tiempo que se fue creando un marco propicio para recordar
nuestras historias familiares, historias sobre Mausy y el Papá.
En ese medioambiente pleno de
recuerdos familiares, propuse a mis dos hermanos que escribiéramos los
recuerdos sobre nuestros Padres y sobre las vivencias personales junto a ellos que
cada uno de nosotros guarda desde la niñez.
Yo por mi lado hice lo propio
con los recuerdos sobre Mausy. Sé que Bernardo está haciendo lo mismo con sus
recuerdos sobre ella. Al momento de aquella idea, yo tenía los borradores redactados y
prácticamente terminados, y por ello decidimos que editara mis escritos antes de 26 de Abril de 2013 para homenajear a
Mausy con motivo de
cumplirse ese día su 96° aniversario del nacimiento. El texto final de
la historia familiar de Mausy la edité el pasado 15 de Abril de 2013 en este
blog, bajo el título Capítulo 023 “… Mi Madre Mausy y sus
ancestros: los Wurster Baun…”.
La propuesta de aquella cena
se completó con la idea de que los recuerdos sobre el Papá también fueran
editados en este blog como homenaje de sus tres hijos, puesto que el próximo 14
de Mayo de 2013 se cumplirán 101 años de su nacimiento.
Yo, anticipándome a esa
fecha, publiqué el pasado 06 de Mayo una reseña bibliográfica del Papá y
algunos recuerdos míos. En otra de estas historias narraré más recuerdos y
anécdotas, y algunas “fechorías” también.
Respondiendo a aquella
propuesta, Bernardo ha enviado sus recuerdos escritos en una carta que la
trascribo para que todos podamos conocerlos y disfrutarlos.
Eduardo Martinez Wurster,
Ituzaingó. Corrientes, Mayo de 2013
Recuerdos
de nuestro Padre, contados por Bernardo Martinez Wurster
Bernardo
Daniel Martinez Rosell (padre) y Bernardo Daniel Martinez Wurster (hijo)
en el
Rosedal del Parque General San Martín de Mendoza, en el año 1951.
(Foto del
archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Bernardo ordenó sus recuerdos
de esta forma:
“… …
1.
Cena bajo las
estrellas.
2.
El patio español
en Navidad.
3.
Música: el jazz
americano.
4.
Juguetes.
5.
Barahúnda infernal.
6.
Bohemios.
7.
Renacimiento de la
medicina (año 1930).
8.
Su poliomielitis
9.
La natación y el ciclismo.
10. Andes Talleres Sport Club de Mendoza.
11. Su Jaguar rojo.
12. Su hijo huérfano de patria.
13. La graduación de Médico: el 11 de Junio de 1970
14. Recuerdos de un viaje. (Memorias escritas por el Dr. Horacio Sanguinetti en el mes de Marzo de 2012)…”.
La carta de
Bernardo con sus recuerdos expresa:
“…Toledo, Ohio, 19 de Abril de 2013…
Mi hermano Eduardo, a quien en casa siempre lo hemos
llamado Eddy hasta que se casó con Mónica y lo rebautizó, me ha pedido que escriba lo que recuerde de
nuestro Padre.
Como sabrán, él también va a escribir sus recuerdos
como homenaje del aniversario su cumpleaños, el próximo 14 de Mayo de 2013.
¿Por qué no hablar de nuestra Madre Eleonora, también,
pues su aniversario de cumpleaños es el 26 de Abril próximo?
Estoy muy orgulloso de Eddy porque está haciendo una
fabulosa tarea de investigación histórica de nuestra Familia, la de los
Martinez Rosell y la de los Wurster Baun.
Yo tenía diez años cuando “perdimos” a nuestro Padre,
y por consiguiente, yo debería tener más recuerdos de nuestro Padre que los que
Eddy pueda guardar en su memoria, y por cierto, muchos más de los que Ana María
pueda recordar.
1. Cena bajo las
estrellas
A lo largo de estos casi 43 años de mi vida en los
Estados Unidos, a menudo me han preguntado mis pacientes de los hospitales, o
mis amigos de la familia, o los conocidos gracias a la pasión por las Alfa
Romeo, y me siguen preguntando, qué es lo que más recuerdo de mi niñez en la
Argentina.
A todos ellos les respondo invariablemente que “…
guardo muy lindos recuerdos de mi Familia cuando yo era un niño…”. Pero cada vez que respondo ese tipo de
preguntas siempre viene a mi memoria la cena bajo las estrellas en el verano,
en el patio español de la casa de la calle Chile 1474 de la ciudad de Mendoza.
Bernardo
Martinez Wurster a los cinco años de edad, en 1949, en el “patio español”
de la casa de la calle Chile 1474. (Foto del
archivo de Eduardo Martinez Wurster)
La cena en familia
Los recuerdos me retrotraen al año 1953, eso creo… …, pero
se hace presente en mi memoria ahora.
Recuerdo que es una hermosa noche de verano. La
familia está esperando la llegada del Papá a la casa. Él arribará a casa entre
las 20:30 y las 21:00 horas, luego de su trabajo. La mesa ha sido preparada por
Victoria con un mantel bien
puesto, sin pliegues ni arrugas, y la vajilla de todos los días está dispuesta
en los lugares que cada uno de nosotros ocupa en la mesa. Victoria, con su
limpio delantal blanco, va y viene de la cocina al patio… Ella cocina a la
perfección, tanto comidas frías como calientes, pollos, fiambres, ensaladas,
tortillas. Siempre todo está bien presentado… esta noche la comida es fría… … cerveza
será la bebida para los mayores, y agua para nosotros los menores. El patio, no
muy grande, con mosaicos negros y blancos, luce como nunca antes. La galería del
lado sur “muestra” su mampara de vidrio iluminada desde el interior de la casa,
y las escaleras insinúan sus escalones sobre la pared del patio del lado norte,
apenas en una tenue penumbra.
Victoria con su uniforme ayuda a la Mamá a atender a
la “baby” Ana María, aún con pañales. Sale de la cocina, la toma en sus brazos
y la sienta a la mesa en su sillita alta. Eddy y yo, como siempre, jugando
hasta el último momento posible antes de sentarnos a la mesa.
Ese medioambiente de armonía, casi cotidiano, está a
la espera del Papá.
El Papá llega, anuncia su presencia con el ruido de la
cerradura de la puerta de calle, y Eddy y yo corremos a apretar sus piernas
abrazándolo, contentos de su llegada a la casa. Él, siempre con su habitual
traje de médico, con pantalón y chaqueta
blancos. Pasados los apretones nuestros y los saludos a Mausy, a la “baby” Ana
María y a Victoria, sobreviene una rápida refrescada, cambio de chaqueta por
una remera y a sentarse a la mesa, en la cabecera de siempre, en la del lado este
del patio.
Así eran nuestras cenas familiares de todas las noches
de verano. Lo que recuerdo que cambiaba, para suerte de nosotros los chicos,
era el menú y las bebidas.
La cena en familia,…
pero con “invitados” con o sin aviso
Recuerdo también que nuestra cena familiar era muchas
veces compartida con “invitados”. En estos casos, las cenas y las sobremesas se
prolongaban hasta cerca de la medianoche.
Los “invitados a cenar”, que muchas veces llegaban a
casa sin previo aviso ni invitación, pero que en todos los casos su llegada “ponían
a prueba y templaban los nervios” de Mausy y de Victoria ante la incertidumbre
si alcanzaría o no la comida, podían ser nuestros Tíos Fernando y Luis con sus
esposas, o Lucía y Alberto Ihistarry, o
la Pichona y Antonio Ihistarry, ambos hermanos de nuestra tía María, o los
colegas del Papá de la Facultad de Medicina y del Hospital.
Los médicos amigos del Papá eran, por lejos, los que
frecuentaban con más asiduidad la casa y los que disfrutaban, también, las
ricas cenas preparadas por Victoria. Recuerdo entre esos invitados al Dr. Jorge
Perez, médico cirujano, al Dr. Amadeo Cicchitti, Decano de la Facultad de
Medicina, al Dr, Fernando Cicchitti, al Dr. Manuel Ariza colega de la Facultad
y amigo de la Familia, al Dr. Guillermo Padín, Dr. Armando Salvo, Dr. Guillermo
Palumbo, Dr. De Rasis y a otros médicos amigos del Papá cuyos nombres no los
tengo presentes ahora.
Debo decir que el “guest” más frecuente era el Dr.
Pedro Marón Simón, apodado por sus amigos “…el Negro Simón…”, amigo personal
del Papá y su colaborador directo en la Cátedra de Anatomía de la Facultad de
Medicina de la Universidad Nacional de Cuyo de Mendoza. Muchas veces el Dr,
Simón vino a casa acompañado por la Dra. Simón, su hermana, quién también era médica
cirujana y obstetra, y colega del Papá. Ambos compartieron en repetidas
oportunidades nuestras cenas familiares.
El Dr. Pedro Marón Simón era un hombre alto, robusto,
de cabello bien negro. Siempre se presentaba en la casa bien pulcro, de traje
oscuro y chaleco, de camisa blanca y corbata, bien “engominado” y perfumado
como si recién saliese del baño. Se sentaba siempre a la mesa junto a mi Padre.
Obviamente cuando el Dr. Simón llegaba, la conversación cambiaba de “norte”,
pasaba de ser una tertulia familiar para convertirse casi en un diálogo sobre
temas relacionados a los “business” de la Facultad.
En rigor a la verdad, la llegada súbita de los
“invitados” era para “poner a prueba y templar los nervios” del mejor cocinero.
Creo que muchas veces estas situaciones pusieron a prueba la capacidad de
Victoria para ampliar la “oferta” del menú sin sobresaltos. De todos modos, en
el peor de los casos, siempre estaba a mano recurrir al menú de la pizzería “De
un Rincón de la Boca”, en la calle Las Heras casi esquina Chile, a pasos de la
casa.
Nosotros, Eddy y yo, aprovechábamos este cambio de
conversación para levantarnos de la mesa y nos retirábamos a “jugar”, como si
jugar fuese una imperiosa necesidad de niños. Recuerdo que esas conversaciones
de mayores nos aburrían porque no entendíamos de qué se hablaba. Esta ya era
para nosotros una rutina, toda vez que el Dr. Simón llegaba a la casa y se
sentaba a la mesa.
El lugar predilecto para nuestros juegos de
“sobremesa” era ir al garaje donde encontrábamos el Jaguar de nuestro Padre. Al
garaje pasábamos directamente desde el patio por una angosta puerta. Allí nos
sentábamos en el auto simulando en nuestros juegos manejarlo. Recuerdo que el Jaguar
entraba en aquel garaje de reducidas dimensiones “bien apretado”. Las puertas
apenas se podían abrir y nosotros, gracias a nuestras “reducidas dimensiones”
cuando niños, lográbamos llegar a los asientos de cuero sin mayor dificultad.
Recuerdo que los Dres. Simón llegaban a casa en sendos
De Soto, unos autos americanos que para nosotros parecían excesivamente
grandes, con sus grandes cuatro puertas. El De Soto de la Dra Simón era “color
té con leche”, haciendo juego con su feminidad. El auto de Marón era “negro”, y
yo pensaba de niño que el auto para él “no podía ser de otro color distinto”
que no fuera el negro. Estacionaban esos autos grandes frente a la casa sobre
la calle Chile y ocupaban todo el frente de la casa, incluida una parte del
acceso al garaje. Apenas llegaban los Dres. Simón, Eddy y yo inspeccionábamos
los autos como si fuese la primera vez que los veíamos. Esos De Soto eran autos
tremendamente grandes.
Estos recuerdos de las cenas en familia en el “patio
español” concluyeron súbitamente en menos de dos años cuando nos mudamos de
casa, y a causa de la prematura muerte del Papá, ocurrida el 25 de Abril de
1955, puesto que esas cenas de verano bajo las estrellas no se alcanzaron a
hacer en la nueva casa.
Las conversaciones
de sobremesa en las cena con “invitados”
Era el año 1947 cuando la Universidad Nacional de Cuyo
conformó el Instituto de Medicina para Graduados, y fue ése fue el estadío
previo y necesario para dar paso a la creación de la Facultad de Ciencias
Médicas. En ese proceso de formación, el Papá fue encomendado y nombrado para
iniciar los cursos en el año 1951, siendo él el iniciador de la Cirugía
Torácica, luego el Dr. Gumersindo Sánchez Guisande haría lo propio en Anatomía
y el Dr. Guillermo Oliva Otero en Histología.
En el año 1952 se fundó la Sociedad de Cirugía de
Mendoza como resultado de
"conversaciones” que los Dres. José Candisano, M. Floksztrumpf y
Ernesto Martín mantuvieron.
Me imagino, respecto de estas “conversaciones”, que
ellas deben haberse desarrollado en un medioambiente semejante a aquel de las
cenas compartidas entre médicos, aquellas que nosotros de niños vivimos en el
“patio español” de nuestra casa, puesto que muchas de estas iniciativas
surgieron y continúan surgiendo a menudo, de reunión de “entre casa” o de
conversaciones hechas alrededor de una mesa de café.
Así fue cómo la primera Comisión Directiva de la
Sociedad de Cirugía de Mendoza quedó conformada y fue presidida por el Dr.
Ernesto Martín, con la participación y colaboración de los Dres. Francisco
Rodríguez Ruiz Conde, José Candisano, Carlos Alcalde Lasalle, Manuel Ariza y
Bernardo Martínez.
Mi ingreso a la
Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Cuyo de Mendoza
Diez años después, aproximadamente, yo ingresé para
iniciar mis estudios de medicina en la misma Escuela de Medicina donde mi Padre
había sido Secretario Técnico, Profesor de la Cátedra de Anatomía Normal y
Profesor adjunto de la Cátedra de Taxidermia. En esa misma Escuela de Medicina
estaban los amigos dilectos de mi Papá, aquellos que frecuentaban nuestra casa,
y también, aquellos otros con los que compartió muchas jornadas de hospitales,
clínicas y congresos de medicina.
Por esta razón todos los alumnos de medicina fuimos
alumnos de profesores amigos del Papá, y entre ellos estaba el Dr. Pedro Marón
Simón. Fue en esa oportunidad que le pregunté a mi Mamá acerca de aquellas
cenas de verano en el patio español, y también, por qué el Dr. Simón y los
otros “invitados” interrumpían a menudo nuestras cenas familiares. Mi Madre
respondió diciendo que el Papá era un profesional y una persona muy respetada
por sus amigos colegas. El Papá tenía un cierto liderazgo y comprendía
acabadamente la política interna de la Facultad, quizás por haber formado parte
del grupo de profesionales que “armó” la Facultad de Medicina, también quizás
por su posición de Profesor, o quizás, por ejercer el cargo de Secretario
Técnico de la Facultad. Mausy decía que el Papá tenía una visión clara de sus
objetivos, sabía cómo y cuándo llegar a ellos, y tomaba buenas y acertadas
decisiones en aquel marco de referencia político de esa época, lleno de
tensiones, conflictos e intereses.
Mi reciente reencuentro
con historias de vida de hombres ligados a la Facultad de Medicina de la
Universidad Nacional de Cuyo
Recientemente estuve en Mendoza en el mes de Marzo de
2013.
Una noche de esos cálidos días del otoño en Mendoza fuimos
invitados por la Ñata Guisasola, amiga de la familia Martinez Rosell, a su
hermoso departamento. Allí disfrutamos de su amistad y su hospitalidad,
“acompañados” por una vista espectacular de la ciudad iluminada de noche. En
cuanto llegamos, aún podía distinguirse en el crepúsculo el perfil de la
precordillera de Los Andes recortado sobre aquel cielo que se iba tornando
oscuro.
Esa noche compartimos con la Ñata muchos recuerdos y
anécdotas de nuestra familia, también muchos recuerdos del Papá, su experiencia
como paciente de mi Padre, y por ciertos algunos detalles de su carrera de
medicina. Un tema trajo a otro, y terminamos hablando del Dr. Juan Carlos
Fasciolo, colega del Papá y profesor de la misma Facultad de Medicina. La Ñata se
refirió rápidamente al libro “Juan Carlos Fasciolo - Del hombre al científico”,
escrito por su hija Susana Fasciolo, quien es amiga de ella.
La Ñata no demoró su siguiente pregunta: “… ¿Bernardo, has leído el libro?,… …, es la historia de esos hombres que hicieron la
Facultad… … Aquí tengo un ejemplar del libro en mi escritorio y quiero
regalártelo…”.
Portada del Libro “Juan Carlos
Fasciolo – “Del Hombre al científico”, escrito por Susana Fasciolo. (Archivo de
Internet
Leí el libro completo en las horas de vuelo que me
llevaron desde Mendoza hasta a Detroit, Michigan, EEUU. Me “devoré” el libro
página a página y lo disfruté de sobremanera. A medida que avanzaba en el
relato me fui dando cuenta que la historia profesional de Juan Carlos Fasciolo
era un reflejo de la historia que a mi Padre “le tocó vivir” en su profesión de
médico, como profesor universitario, y como directivo de la misma Facultad de
Medicina.
Susana cuenta en el libro la vida de su padre y las
dificultades que los docentes de la Facultad de Medicina de la Universidad
Nacional de Cuyo tuvieron que enfrentar por la presión política del momento.
El Dr. Juan Carlos Fasciolo llegó a Mendoza en el año
1953, procedente de la Universidad de Tucumán. La Facultad de Medicina de la
Universidad Nacional de Cuyo nombró al Dr. Fasciolo profesor “full time” de la
cátedra de Fisiología Normal, fue él quien desarrolló el departamento de Fisio-Patología
que luego se convertiría en un “verdadero puente” entre las ciencias básicas y
las ciencias clínicas.
Nuestro Padre venía dictando los cursos universitarios
de Anatomía Normal y desarrollando esta cátedra desde 1951, con una filosofía
similar a la que el Dr. Fasciolo aplicó en su departamento de Fisio-Patología.
2. El patio
español en Navidad
Recuerdo las noches de Navidad y de Reyes en el patio
español como noches especiales.
Desde que estoy en EEUU las navidades han sido “blancas
y con nieve”, en contraposición a las navidades del hemisferio sur que son “en
verano y habitualmente con mucho calor”. En más de mis cuarenta años de
residencia en EEUU, desde 1970, sólo dos veces pasé Navidad en el hemisferio
sur. Será entonces por ese contraste tan marcado entre unas y otras Navidades
que yo recuerdo con especial cariño y nostalgias aquellas noches en el patio
español de la casa de la calle Chile.
Siempre recuerdo con mucha simpatía y con no menos
ingenuidad de un niño, cómo la Mamá, el Papá y Victoria nos guiaban y nos
enseñaban en las noches de la víspera del día de Reyes cómo dejar los zapatos
para recibir los regalos, el contenedor de agua y la comida para los camellos. Recuerdo
que ellos nos iban indicando en forma detallada, a medida que acomodábamos los
enseres para los reyes y los camellos en torno del pesebre y el árbol de
navidad, cómo los reyes traerían y dejarían los regalos en la casa. Recuerdo
que a continuación de aquel relato yo salía al “patio español” y miraba el
cielo estrellado tratando de explicarme cómo y por dónde podrían llegar los
reyes magos y, ciertamente, no entendía cómo lo harían. Menos aún entendía las
cosas sucedidas cuando veía que los regalos habían “llegado”. Siempre había juguetes,
autitos, soldaditos de plomo tan populares después de la Segunda Guerra
Mundial, y en las oportunidades especiales,… … las bicicletas Lancaster, una
para mí, la otra más chica para Eddy. En las últimas festividades de Navidad y
Reyes que pasamos en el patio español, las del año 1954, llegó la “Hispano -
France”, una nueva bicicleta para reemplazar a la “vieja” Lancaster que ya “me había
quedado chica” y que luego “heredaría” Eddy.
Recuerdo que las Lancaster eran de color rojo ladrillo
y como toda buena bicicleta inglesa, eran pesadas, con guardabarros y frenos a
varillas, con asientos anchos y cómodos pero poco deportivos. En cambio, la
“nueva” Hispano – France, de colores blanco y rojo, era más liviana y
deportiva, con un asiento que parecía “una banana” que la hacía más deportiva
aún… … Pero al mismo tiempo,… qué incómodo era ese asiento, sobretodo, a partir
de los segundos treinta minutos de pedaleo. Esta bicicleta Hispano - France la
usé por muchos años en las carreras por el parque y también en largas travesías
a Cacheuta y Potrerillos.
Una de
nuestras travesías a Cacheuta y Potrerillos, en Mendoza, con mi bicicleta
Hispano - Suiza en el año 1965. Esta foto fue tomada en la localidad de Blanco
Encalada, sobre la vieja Ruta Nacional 7 a Chile. De izq a der: Yo y mi
bicicleta Hispano - France, y mi primo Horacio Raúl Lucero Martinez con su
bicicleta de carreras. Todas estaban equipadas con una sola relación de
transmisión. Eran bicicletas para “desarrollar” cuádriceps. (Foto del
archivo de Eduardo Martinez Wurster)
3. Música, el jazz americano
Al Papá le gustaba mucho la música, y en particular el
jazz americano. Cuando él estaba en casa y había ambiente de distensión laboral,
siempre había un disco girando y reproduciendo su música.
Era la época en que la música se escuchaba en discos de
pasta de 78 rpm. Mi padre tenía un “combinado” de marca “Torens”, que
no sé si era bueno o no, pero recuerdo que el “equipo” tenía su técnico, del
mismo modo que el auto tenía su mecánico y la bicicleta su “bicicletero”. El Sr. Ibáñez era el “entendido” del tocadiscos y era quien a menudo estaba en
casa cambiando púas y correas de goma, porque el deterioro de aquellas provocaban
mucho ruido en los parlantes, y el de estas hacía variar la velocidad del disco
y las canciones se escuchaban más lentas y las voces de los cantantes más
roncas.
Luego vinieron los discos de vinilo, los llamados “long
play”, que funcionaban en 33 rpm ó 45 rpm, según fuera el formato. Este “cambio
tecnológico” obligó a cambiar el combinado “Torens” y el Papá compró en el año
1953 un tocadiscos de última tecnología para la época, que sólo admitía discos
de 78, 45, 33 y 16 rpm. El nuevo equipo disponía los parlantes integrados en un
gran mueble de fina madera. Este nuevo equipo no tenía radio, sólo reproducía
discos, y por esta razón el combinado “Torens” y el nuevo tocadiscos
convivieron muchos años juntos en el living de la casa, como “buenos amigos”.
Nunca olvidaré el único momento en que vi a mi Papá
enojado al tiempo que recibía de él un
reto tremendo. Recuerdo ese momento como si fuera hoy. Eddy y yo estábamos
jugando cerca del nuevo tocadiscos recién comprado, y por alguna razón que no
recuerdo ahora, marqué la cobertura del mueble de fina madera con mis dientes.
Le gustaba Glen Miller y su orquesta, Duke
Ellington. Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, la música compuesta por George e Ira
Geshwin, Cole Porter, Frank Sinatra, Gene Kelly, Art Tatum, entre tantos muchos
compositores e intérpretes de esa época de oro del jazz.
El Papá
tenía una colección de música que era la “envidia” de muchos de sus amigos. Esa
colección la había empezado a armar en su época de estudiante de medicina en
Buenos Aires, “distrayendo algunos $$$” que originalmente estaban destinados a “gastos
compensables” como las comidas o boletos de ómnibus. Muchos más discos pudo
adquirir cuando empezó a trabajar de médico. Pero aquél cambio tecnológico, el
de pasar de las 78 rpm a las 45 y 33 rpm, significó en parte actualizar una
buena parte de su discoteca. Así en casa había discos repetidos pero de
distintas velocidades.
“Todos” los discos,
así como también ambos tocadiscos, era
“intocables” para nosotros los menores.
A propósito de Art Tatum y de “las vueltas que
da la vida”. Yo llegué a Toledo, Ohio, en el año 1978, y allí supe que Art
Tatum era originario de esa ciudad. Esta circunstancia sucedió 25 años después
de haber escuchado su jazz a través de los discos del Papá. Recuerdo esto
porque entre los primeros pacientes que
tuve en Toledo atendí a una sobrina de Art Tatum y ella fue paciente mía
durante muchos años en la década de los ’80. Es más, actualmente atiendo
a un paciente de 77 años en la Toledo Clinic que es pariente de Art Tatum. Este
señor recuerda con mucho afecto y detalles la vida de Art, porque influenció en
su vida de manera tal que mi paciente fue un excelente cantante de un grupo de
jazz de Chicago de los años ’60 a ’70.
La música,… ¿un legado, o está en nuestro ADN?
Mi Papá y sus hermanos llevaban la música en su
interior. Yo no sé de dónde habría venido esa pasión, pues, por lo que nos
contó el Papá y el Tío Luis, el primer fonógrafo que se compró en la casa de
los Abuelos fue un regalo para los tres hijos varones.
A su hermano Fernando le gustaba la música
brasilera pero no recuerdo que el Tío Fernando tocara algún instrumento
musical.
En cambio, a mi Padre y a su hermano Luis les
apasionaba el jazz, el piano, el saxo y el clarinete. El Papá aprendió violín
en Buenos Aires de joven. El violín estuvo en casa por muchos años, guardado en
su estuche, pero nunca pudimos escuchar una nota que saliera de ese
instrumento. El Tío Luis ejecutaba el piano con mucha destreza
y con un “swing” muy personal, cuestiones que le “abrieron puertas” en el
ambiente de jazz de Mendoza y de Buenos Aires.
Mi Tío Luis
Sí recuerdo desde muy chico la enfermedad de linfa
edema del brazo derecho del Tío Luis, con múltiples operaciones. El Tío Luis
fue atendido por especialistas de Mendoza y de Buenos Aires, pero teniendo en el
Papá su referente médico para el diagnóstico y la terapia disponible en aquella
época. Cuando falleció el Papi en 1955, recuerdo que el Tío Luis solía
repetirme “… si tu Padre hubiera vivido yo no estaría sufriendo de linfa edema,
en esta forma…”.
Desafortunadamente fue inevitable que el Tío Luis
sufriera la amputación de su brazo derecho a causa de esa enfermedad, pero esta
situación no fue impedimento para que Luis retomara su piano interpretando su
jazz. Por el contrario, lo mejoró a pesar de interpretarlo en el piano con una
sola mano.
Artículo
del Diario Los Andes del 02 de Julio de 1992, anunciando el “Tributo a Louis
Armstrong que los “jazzistas” harían en Mendoza, entre ellos, el Tío Luis
Martinez Rosell (a la izq. en la foto)
(Foto del artículo del Diario Los Andes del 02.Jul.1992, del archivo de Eduardo
Martinez)
La situación física del Tío Luis tampoco fue
impedimento para continuar disfrutando de su natación en el Club de Regatas de
Mendoza, de su bicicleta en el parque y sus escapadas de la ciudad a Chacras de
Coria, y de sus partidos de “mano – pelota” jugados en el Club de Regatas.
Mi hijo Bernardo Jr.
Yo no sé si esa pasión por la música ha sido un
legado de mi Papá, o es algo que traemos en nuestro ADN, vaya a saber uno a
partir de qué ancestro.
Mi hijo Bernardo Jr., Bernie como le decimos en
nuestra familia, se inclinó por la música a los 4 ó 5 años de edad. Fue en
aquel momento que empezó a ejecutar por su propia decisión una batería que le
compramos. Al principio, Bernie “golpeaba” aquella batería tratando de “afinar”
algún ritmo y de obtener de ella los sonidos armónicos que con el tiempo finalmente
pudo.
Bernie, su batería y su grupo musical, hicieron
varias actuaciones en su escuela
secundaria las cuales fueron verdaderas “audiciones” frente a un público
diverso. Yo no pude asistir a esos “conciertos” estudiantiles para saber de sus
progresos musicales porque no supe darle
importancia a “aquellas pequeñas y grandes cosas de la vida”, porque
prioricé la atención de mis pacientes en el hospital. Hoy viendo las cosas con
una mirada retrospectiva, siento que perdí muchos momentos de mi vida en familia,
siento que no vi crecer a mis hijos como otros padres lo hicieron.
La dimensión musical que Bernie alcanzó
ejecutando su batería la percibí, y la comprendí, en la oportunidad de una
reunión familiar celebrada en Puerto Rico, junto a la playa y al Mar Caribe, en
una noche espléndida.
La reunión estaba amenizada por una orquesta
integrada por no más de cinco jóvenes que ejecutaban excelentemente bien
canciones de diferentes estilos y ritmos. En un determinado momento el animador
de la reunión interrumpió la secuencia del recital e invitó a Bernie y a su
prima Mónica a subir al escenario para ocupar los lugares que hasta ese momento
habían tenido el baterista y la cantante. Yo no supe si esto estuvo preparado o
no, o si alguien habría hecho algún comentario sobre la idoneidad de Bernie
para ejecutar la batería y sobre la de Mónica para cantar. Lo cierto es que el baterista y el cantante del conjunto dejaron sus lugares y bajaron del
escenario, y dejaron que Bernie y Mónica hicieran lo propio con los restantes
miembros del conjunto musical.
Fue en esa oportunidad cuando me dí cuenta
realmente de la espléndida manera que Bernie tenía para interpretar su batería
y para dar ritmo a esa orquesta, llenando ese ambiente de una música que, debo
decir, me enorgulleció. También fui sorprendido por la sensualidad de la voz de Mónica y de la forma
en que ella dominó el ambiente de esa reunión.
Nuevamente, haciendo ahora una mirada
retrospectiva, entiendo que Bernie ha heredado aquellos genes de la familia por
la música. Son aquellos mismos genes por los que todos hemos resultado ser
apasionados por la música, unos lo somos de una manera, otros, para suerte de
ellos, con la habilidad de ejecutar instrumentos musicales.
La
orquesta de jóvenes artistas en la reunión de Puerto Rico.
Mi
hijo Bernardo agradeciendo la invitación para ejecutar la batería en la orquesta de jóvenes artistas en la reunión de
Puerto Rico.
Mis
tres hijos en aquella espléndida noche en Puerto Rico. De izq. a der.; Cristina
Beatriz Martinez Mattiello, Bernardo Daniel Martinez Mattiello (Jr) y Cecilia
Inés Martinez Mattiello.
4. Juguetes
El Arca de Noé era “la juguetería de Mendoza” en los
años ’50. Su dueño la había subtitulado “El Templo del Juguete” en una clara
alusión a la variedad de juguetes que allí se exhibían y vendían, y por la
magnitud de las instalaciones.
El Arca de Noé estaba ubicada en la calle Lavalle 199,
en la esquina de la calle La Rioja, a unas tres cuadras del Hospital Central
donde el Papá trabajaba.
Allí vendían autitos de colección Dinky Toys, trenes
eléctricos y accesorios de las líneas Lionel y Marklin, muñecas, soldaditos de
plomo, animales de granja y salvajes también de plomo, y todo tipo de juguetes
y juegos de mesa. Allí el Papá compró algunos vagones de carga y accesorios
para su tren eléctrico Lionel y la gran mayoría de la hermosa colección de
autitos Dinky Toys que teníamos.
Una boleta original
de la juguetería “El Arca de Noé - El Templo del Juguete” de Mendoza. Esta
boleta n° 00280 – 39 del 08. Dic.1954 corresponde a una compra efectuada por el
Papá en su cuenta corriente. La boleta lleva su firma y en esa oportunidad
compró: Un juego “Rutas Nacionales” para todos nosotros, un “muñeco” para Ana
María, y 6 “autitos chiquitos” Dinky Toys para Eddy y para Bernardo, seguramente tres autitos para
cada uno. (Foto del
archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Mi Padre Bernardo nos llevaba a sus dos hijos a la
juguetería “El Arca de Noé, la juguetería “del Turco Jorge” como le
llamaba amistosamente mi Papá al dueño, siempre a la tarde de antes de iniciar
la atención de su consultorio. El viaje desde la casa a la juguetería era muy
corto, de no más quince cuadras y lo hacíamos, o en su Citroën 11 Ligero color
negro del año 1938, o en su rojo Jaguar XK – 120 del año 1950.
Toda vez que íbamos a lo “del Turco Jorge”, siempre
veníamos con algo nuevo en nuestras manos, algunos autitos Dinky Toys, o un
nuevo escuadrón de soldaditos de plomo, o animales de plomo para nuestra granja
y zoológico en miniaturas, o alguna caja de trenes Lionel para continuar
completando la colección.
Muchos años después, esto fue en los ’80, estaba
caminando por las calles de Chicago cuando de pronto encontré una juguetería
muy parecida a aquella “del Turco Jorge”. Era parecida por la variedad de
trenes eléctricos que tenía expuestos en las vidrieras y en su interior, y por
la colección de autitos Dinky Toys que disponían para la venta.
A propósito de trenes eléctricos, recuerdo que en el
consultorio del Papá en la casa de la calle Chile había colgado en la pared un
cuadro con una caricatura realizada por uno de los colegas del Papi, según él
contaba, dibujada durante una larga noche de guardia en el Hospital Central. El
autor de este dibujo, anónimo para nosotros, había logrado retratar con pocos trazos
muy finos, sólo los necesarios, hechos con una pluma en tinta azul, la escena
en la que aparecían el Papi vestido de cirujano con su estetoscopio y barbijo,
con un gorro de maquinista de locomotoras en su cabeza, y arrodillado en el
piso jugando con sus trenes eléctricos. Sus dos hijos estaban ubicados en una
esquina del dibujo, semejando estar en un rincón de la habitación, y se los
mostraba llorando sentados en sendas sillas de madera “encadenados” a las
respectivas patas.
La caricatura sin lugar a dudas quiso transmitir la
pasión que el Papi tenía por este hobbie. Así fue cómo el autor anónimo de ese
dibujo caracterizó al Doctor Martinez “jugando con el juguete de los hijos”, al
tiempo que éstos lloraban desconsoladamente en un rincón de la sala y sin
posibilidades de moverse de sus sillas, ni de “participar del entretenimiento
del padre.” El autor ironizó a los niños como meros espectadores de ese ir y
venir de los trenes.
Como era costumbre de la época, el consultorio estaba
en la misma casa de la familia. La sala de espera para los pacientes era la
sala de estar de la casa, cuestión que llevaba a que durante el horario de
atención de pacientes los niños de la casa deambuláramos entre ellos.
A Eddy y a mi nos enseñaron a respetar a los pacientes
y a guardar el “silencio en la sala“ durante los horarios de trabajo del Papá,
período que empezaba a las 16:00 horas y terminaba cuando el último paciente
del día se retiraba. Como la sala de
espera quedaba en el medio de nuestros juegos, y muchas veces formaba parte del
escenario de ellos, era difícil para nosotros mantener a rajatabla esa lección
enseñada. Hubo días que no la respetamos y merecimos los retos que nos propinaron.
5. Barahúnda infernal
Los relatos de Mausy referían a la pasión que tenía
nuestro Padre por los autos sport. Sin embargo ella nunca nos pudo explicar con
certeza la razón de tal pasión, tampoco, aquella específica por los autos
sport.
Quizás la primera expresión de esa pasión se
materializó con la compra de su MG negro del año 1939, al que más adelante me
referiré.
Un
MG modelo TC del año 1938, similar al primer auto sport que el Papá adquirió en
Buenos Aires.
(Foto de archivo de Internet )
El
MG modelo TC del año 1938, visto desde 3/4 del perfil izquierdo delantero
(Foto
de archivo de Internet )
El
MG modelo TC del año 1938, visto desde el 3/4 del perfil izquierdo trasero
(Foto
de archivo de Internet )
Ni su paso ni la estadía del Papi en Buenos Aires en
la década de los años ’30, tampoco el cambio cultural y tecnológico que
sobrevino en aquella época, parecen explicar su interés por los autos.
Pero en esa época fue justamente cuando se iniciaron
las famosas carreras europeas de ruta y, quizás, su pasión por los autos haya
devenido de allí, del mismo modo como ocurrió en muchos otros hombres de la
época, el interés sobrevino a partir de las carreras de auto y de los avances
tecnológicos que, año a año, se incorporaban en los autos.
Pienso que quizás la razón de ese interés por los
autos, también por la música y la cinematografía, haya sido el resultado de un
poco de cada cosa, o quizás, de la suma de todas ellas. Pienso que la
personalidad de nuestro Padre y sus raíces en Mendoza, la prematura muerte de
su Madre Encarnación en el año 1931 y la fuerte personalidad de su Padre, el
Abuelo Bernardo, hayan sido los factores que también pudieran explicar esta
incógnita.
Lo cierto es que esas pasiones por los autos y la
música fueron definitivamente apoyadas por su esposa Mausy, y también
traspasada por ellos a sus tres hijos por igual.
En mi reciente viaje a Mendoza de Marzo de 2013 tuve
la oportunidad de revisar los archivos de documentación familiar que Eddy está
atesorando a partir de su investigación sobre la historia de nuestra Familia. Entre
esos documentos encontré una carta escrita por su dilecto amigo Jorge Caamaño
al Papá, cuya fecha es de principio de Junio de 1953.
Jorge Caamaño fue quien le vendió en el mes de
Setiembre de 1951 el Jaguar XK 120 rojo del año 1950. Esta venta se concretó luego
de que Jorge corriera con ese mismo Jaguar en la primera carrera de autos sport
que se hizo en Mendoza, en un improvisado circuito en el Parque General San
Martín el 23 de Setiembre de 1951.
Recuerdo que nuestro Padre nos llevó a ver esa primera
carrera. El circuito tenía la línea de largada frente de las instalaciones del
Golf Club Andino, luego venía una larga recta por la avenida de las palmeras
junto al Club Mendoza de Regatas y el lago del parque, hasta la primera curva a
la izquierda antes de llegar a la Fuente de los Continentes. Precisamente en
esta curva nos ubicamos nosotros.
Jorge Caamaño tenía sus actividades comerciales en
Buenos Aires y allí residía. Fue miembro fundador del Club de Automóviles Sport
de San Isidro, Provincia de Buenos Aires, club que aún existe con su actual sede
de la calle Simón de Iriondo 820, Victoria, provincia de Buenos Aires
Aquella carta de Jorge Caamaño de Junio de 1953 dice:
“… Querido Bernardo:
… Sabrás que dentro de muy poco estaremos en ésa para
correr la carrera del autódromo mendocino el 21 de Junio. Tendré el grato
placer de saludarte con tal motivo y hacerte entrar en la barahúnda infernal
del coro estable del C.A.S. a los efectos que trueques
por una semana siquiera tu importante tono de prestigioso facultativo por el
más bohemio y menos importante, de muchacho aficionado a los autos Sport…
… Tendrás la oportunidad de ver a las florecientes
Ferrari en la mejor época de su vida, y a las decadentes Simcas en su momento
más afónico…
…Lucio Bollart se ha amarrado al palenque conyugal
hace pocos días,… …, pasará sin duda por tu casa a saludarte y a retirar un
libro que olvidó…
Recibe un afectuoso abrazo… …, firmado Jorge
Caamaño…”.
Carta
de Jorge Caamaño de Junio de 1953 dirigida a mi Padre Bernardo Martinez, con
motivo de la visita de los pilotos y autos sport del Club de Automóviles Sport a
Mendoza. Luego, el 21 de Junio de 1953 correrían en el nuevo autódromo General
San Martín de Mendoza que se encontraba emplazado en el predio que hoy ocupa el
Estadio Malvinas Argentinas, construido en el año 1978. (Foto
del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Esta carta guardada por más de 60 años, primero por mi
Padre y mi Madre y luego por mis hermanos Ana María y Eddy, ha mantenido
“encerrados” por todo ese tiempo, porque esta es la primera vez que la
publicamos, varios detalles interesantes de destacar.
Primero. Esta carta pone de relieve “el romance” que
estos jóvenes pilotos vivían con estos autos sport en la época inmediata de
post-guerra, la cual fue económicamente “dura” en la Argentina y con limitaciones
muy fuertes en materia de importaciones de artículos suntuarios, como habían
sido encuadrados estos autos.
Segundo. La pasión que estos jóvenes tenían por estos
autos los motivó para que los conociesen por todo el país. Esto contrastaba con
el otro movimiento que se estaba gestando en el automovilismo argentino, más
comercial, también apoyado por talleres mecánicos y peñas de fanáticos, e
indirectamente por algunas fábricas automotrices. De este segundo movimiento salieron
pilotos como Juan Manuel Fangio, José Froilán González y los hermanos Gálvez,
tal vez para nombrar algunos pilotos referentes de esa época.
Tercero. Este grupo de autos sport era diferente al
resto de los autos de carrera que en esa época corrían en Argentina. Los autos
del C.A.S. eran exponentes del automovilismo con estirpe deportiva que estaban
corriendo en Europa con notable éxito. Todos esos autos, en particular aquellos
que lograron “sobrevivir” hasta nuestros días, son hoy en día indiscutibles
piezas de colección. Todos estos autos sobrevivientes son piezas muy preciadas
con valorizaciones elevadas, casi inalcanzables para cualquier “mortal”,
sobretodo en aquellos casos en que hay pocos “ejemplares sobrevivientes”, y también,
en los casos en aquellos autos guardan una historia deportiva importante.
Cuarto. Estos jóvenes del CAS tenían alguna “pizca” de
bohemia, unas cuantas “cucharadas” de aventura, y los “bolsillos llenos“ de ganas
de vivir. Ellos no dudaban en trasladarse y compartir sus gustos y pasiones con
todos los amigos, con aquellos que eran viejos conocidos y con los nuevos por
venir en cada carrera, y en cada reunión. Por eso Jorge Caamaño habla en su carta
de la barahúnda que los muchachos del C.A.S. generaban en cada presentación de
los autos que hacían.
Por último. Quiero rescatar las palabras de Jorge
Caamaño en primera persona y cuando él escribe refiriéndose a Lucio Bollart.
Ambas referencias que él hace denotan el aprecio y el respeto que estos dos
muchachos tenían por mi Padre y por su profesión de médico.
6. Bohemios
Mi Padre vivió una niñez y juventud en un hogar donde
“no faltaron cosas”, pero también, donde “no se tiraba manteca al techo” porque
no la había.
El Abuelo Bernardo fue un hombre de trabajo y todo lo
material que pudo reunir en su vida lo hizo en base a esfuerzos personales, a
su iniciativa y decisión. Algunas cosas salieron mal pero muchas otras resultaron exitosas y eso le permitió a la
Familia Martinez Rosell vivir con cierta holgura.
Mi Abuela Encarnación acompañó al Abuelo en todos los
emprendimientos que encaró y en las decisiones que tomó. Era una “señora de su
casa”, dedicada a la crianza y educación de sus hijos, y a la participación en
la sociedad de Mendoza a través de la iglesia católica y de sus obras de
beneficencia.
En suma, la Familia Martinez Rosell se fue ganando su
lugar en la sociedad mendocina, y tarde o temprano los hijos fueron recibiendo
los que sus Padres habían “sembrado”.
Cuando mi Papá tomó la decisión de estudiar medicina
en Buenos Aires, cosa que nunca supe qué fue lo que lo motivó, fue apoyado por
los Abuelos. Solo sé que mi Padre no quiso seguir los pasos del Abuelo en las
empresas de agricultura y vitivinicultura de la familia, ni tampoco el camino
que ya había iniciado de su hermano mayor, Fernando, junto al Abuelo en los
emprendimientos familiares.
Instalaciones
de la bodega entre los años 1920 a 1930 y el primer Ford que compró el Abuelo Bernardo.
(Foto del archivo de la Bodega Rosell Boher)
En
Mendoza en los años ’30, Mi Tía Ñata Martinez Rosell sentada al volante del
auto del Abuelo Bernardo, y mi Papá sentado en el estribo a la derecha. (Foto
del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
En
la finca de Coquimbito, Maipú, Mendoza en los años ’30. Mi Papá sentado en el
estribo de otro auto del Abuelo Bernardo acompañado de señoritas amigas. (Foto
del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
En ese momento corría el año 1930 y Buenos Aires se
mostraba para los jóvenes que venían del interior, a pesar de la crisis económica,
con todas sus “luces. Buenos Aires “lucía” el esplendor de la arquitectura de
los magníficos edificios construidos desde principios del Siglo XX, los autos
de calle y los autos deportivos, y resonaban en las disquerías y en los bailes el
tango arrabalero y el jazz,… …. En cuanto a las “chicas”, muchas de ellas eran rubias
y de ojos celestes, hijas de inmigrantes sajones que se habían instalado en el
conurbano de las grandes ciudades, y muy pocos de ellos, a principio del Siglo
XX, se habían aventurado hacia el interior “profundo” de la Argentina de esa
época.
Mi
Padre Bernardo Martinez Rosell a principio de los años ’30, plenamente adaptado
a las “luces de Buenos Aires”. (Foto
del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
De
izq a der: Mi Padre Bernardo, Julio Fillipelli y una señorita (muy “mona”
ella), durante ese paseo por el Río de la Plata, a mediados de los años ’30. (Foto
del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Mi
Padre Bernardo en los preparativos para un viaje por el Río de la Plata, a
mediados de los años ’30.
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
De
izq a der: Mi Padre Bernardo, Pichona Segura, mi Tía Ñata, Dominga Emilia
Martinez Rosell, y Julio Fillipelli durante otro paseo por el Río de la Plata,
a mediados de los años ’30. (Foto del
archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Muy pronto mi Papá Bernardo se acomodó a la forma de
vivir de Buenos Aires, y diría yo, pronto adoptó su ritmo de vida y sus
buenas costumbres e hizo amistades con
jóvenes de la misma facultad y con aquellos que compartirían los mismos gustos,
en particular, la pasión por el jazz y los autos sports.
Pero la gran crisis económico-financiera mundial
también se hizo sentir en la Argentina, y en todos los ámbitos del quehacer
comercial. Los empresarios bodegueros mendocinos y sanjuaninos que
comercializaban sus vinos en el interior del país y en el exterior, no fueron
la excepción, y entre ellos, el Abuelo Bernardo vio afectadas su economía y
finanzas.
Por lo tanto, mi Padre Bernardo inició su nueva vida
en Buenos Aires con grandes cambios socioculturales importantes para un joven
del interior del país. Por un lado aparecían todas esas luces de Buenos Aires, y
por otro, dejaba su Mendoza natal y las facilidades de inserción estudiantil y
laboral que le podía brindar la posición social alcanzada por la Familia.
En un principio, en Buenos Aires no había otro
contacto conocido excepto la Tía Aurelia, en cuya casa el Papá vivió mientras
fue estudiante. En ese medioambiente inicial prevalecía el anonimato y la casa
de su Tía Aurelia fue desde el principio el único “punto a su favor”.
Los cambios fueron grandes para un joven de 18 ó 19
años. El Papá salía de un colegio secundario de curas católicos como el San
Buenaventura, para ingresar a una universidad como la Facultad de Medicina de
la Universidad Nacional de Buenos Aires, polifacética y multitudinaria, donde
un estudiante era un número y no había otra opción que valerse por sí mismo.
En suma, la crisis económica de los años ’30 y
posteriores poco ayudaron para que el Papá “aprovechara” todas aquellas “luces
de Buenos Aires”, y pronto “minaron” todo intento de hacer cosas distintas a
aquellas que no fueran estudiar y recibirse de médico. A pesar de esta
situación, el Papá pudo y supo darse algunos gustos mientras vivió en Buenos
Aires.
Al año siguiente de llegar a Buenos Aires, el Papá
estaba cursando su segundo año de la facultad, cuando el 25 de Junio de 1931
recibió la triste noticia del fallecimiento inesperado de su Madre, la Abuela
Encarnación Rosell i Boher. Sin dudas éste fue otro “golpe bajo” que le “asestó
la vida”. Las cosas a partir de ese momento fueron distintas, pues el “paraguas
protector” de su madre ya no estaba, y se ahondó aún más la imposibilidad de aprovechar
las ventajas de Buenos Aires para hacer cosas distintas a aquellas que no
fueran la de estudiar y de recibirse de médico.
El hecho de vivir con su Tía Aurelia facilitó la vida
del Papá en Buenos Aires en ciertos aspectos, pero en esa casa, como en muchos
hogares de inmigrantes de los años ‘30, había “mucho cariño para dar” pero “nada
de manteca para tirar al techo”. Las jornadas en la facultad eran muy largas y
por lo tanto los horarios de estudio durante el cursado de las materias y en
los períodos de exámenes se extendían hasta avanzadas horas de la noche. No sé
porqué razón era, pero mi Padre contaba con alguna nostalgia que muchas horas
de otras tantas noches de estudio debieron alumbrarse con velas de cebo, e
inmersos en la penumbra titilante de la luz de las velas, debieron “descubrir” las
letras de los libros de estudio. Sin dudas que aquella nostalgia del Papá
tendría algún fundamento en esas incomodidades que debió vivir, y que nosotros
no conocimos.
El Papá fue uno de los tantos jóvenes del interior del
país que fueron a estudiar medicina a Buenos Aires en los años ’30. Allí se
recibieron y luego muchos de ellos fueron los médicos que “hicieron el camino y
enseñaron cuál era la dirección a seguir” en la medicina moderna.
Médicos
residentes del Hospital de Clínicas de la Facultad de Ciencias Médicas de la
Universidad de Buenos Aires . Ciudad de Buenos Aires, año 1939. Parado, a la
derecha, mi Padre Bernardo.
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Creo que cada uno de ellos hizo lo suyo en su ambiente
de trabajo y en su especialidad, pero todos en conjunto forjaron el
renacimiento de la medicina en la Argentina, la cual se había iniciado como
movimiento científico alrededor de 1860 a 1865 con la llegada a Argentina de un
grupo de médicos inmigrantes.
El Papá, junto con colegas amigos, muchos de ellos que
compartieron con nosotros aquellas cenas familiares en el “patio español” de la
casa de la calle Chile 1474, formó parte de los médicos de Mendoza que le
dieron forma práctica y efectiva a la creación de la Facultad de Ciencias
Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo de Mendoza .
El Papá se encargó de planificar y de desarrollar la
Cátedra de Anatomía Normal y luego fue su profesor adjunto hasta su
fallecimiento en 1955. También le confiaron el cargo de Secretario Técnico de la
Facultad, cargo que ocupó hasta fines del año 1954.
Fue también, Médico de Necropsias y Taxidermista del
Instituto de Criminología y Medicina Legal, Médico y Presidente de la Cruz Roja
Argentina Filial Mendoza, Jefe de Clínica del Servicio Mixto de Cirugía del
Hospital José Lencinas, Miembro de la Sociedad de Cirugía de Mendoza y miembro de
su Comisión Directiva, entre otros cargos que ejerció hasta Abril del año 1955.
Ceremonia
de graduación de médicos de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad
Nacional de Cuyo de Mendoza del año 1954. En primera fila, el segundo de
derecha a izquierda, es mi Padre, Dr. Bernardo Martinez Rosell
(Foto
del archivo de Bernardo Martinez Wurster)
Ceremonia
de graduación de enfermeras de la Escuela de Enfermería de la Cruz Roja
Argentina Filial Mendoza, en el año 1954. En el centro, al fondo, el segundo a
la izquierda, es mi Padre, Dr. Bernardo Martinez Rosell
(Foto
del archivo de Bernardo Martinez Wurster)
Congreso Argentino de Cirugía en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de
Buenos Aires en el año 1954. En la fila del medio, el segundo de derecha a
izquierda, es mi Padre, Dr. Bernardo Martinez Rosell
(Foto
del archivo de Bernardo Martinez Wurster)
El Dr. Juan Carlos Fasciolo procedente de Pigüé, en
el interior de la provincia de Buenos Aires, y el Dr. Fidel José Rosell , proveniente de la
ciudad de Rosario, Santa Fe, fueron otros dos ejemplos de médicos de esa camada
de jóvenes del interior, que llegaron a Buenos Aires y luego, como profesionales
de la medicina, marcaron “el camino a seguir” en lugar elegido para vivir y en sus
respectivas especialidades.
Visto los acontecimientos como sucedidos con una
mirada retrospectiva, concluyo que esos jóvenes médicos graduados en los años
’30 y ’40 en conjunto “provocaron”, sin que ellos se dieran cuenta, un
resurgimiento de la medicina en la Argentina. Yo, como estudiante de medicina
primero y luego como médico egresado en el año 1970, debo decir que fui un
claro ejemplo del resultado de ese proceso de resurgimiento de la medicina en
nuestro país.
7. Renacimiento de la
Medicina – Año 1930
La medicina en los años ’30 estaba cambiando en todo
el mundo como consecuencia de las investigaciones científicas que se
encontraban en pleno apogeo y de la cirugía que progresaba con las nuevas
escuelas de enseñanza.
Ese escenario promisorio de la medicina de los años
’30 en el mundo también se replicó en Argentina pero se complementó con las
condiciones propias de un país “funcionando”, todavía en pleno desarrollo
económico gracias al impulso de sus exportaciones agropecuarias provenientes del
llamado “granero del mundo”. Mucho influyó en ese crecimiento la llegada de
miles de inmigrantes desde principio del Siglo XX que arribaron de toda Europa,
entre ellos personas con capacitación, con profesiones y con oficios
artesanales.
El resultado de esa conjunción del desarrollo
económico, de las investigaciones en materia científica y de los recursos
humanos capacitados en sus materias, fue crear el campo propicio para que
aquellos jóvenes que viajaron desde el interior a Buenos Aires encontraran allí
las mejores condiciones para formar sus carreras profesionales, y también, para
dar un nuevo impulso a la futura medicina que vendría hacia la segunda mitad
del Siglo XX.
El Dr. Juan Carlos Fasciolo, el Dr, Fidel José Rosell y
nuestro Padre, para citar ejemplos, llegaron a Buenos Aires en ese período de
resurgimiento de la medicina. Estos jóvenes tuvieron que vivir indefectiblemente
los cambios socioculturales que representaba llegar a la “Gran Capital” y
enfrentarse a los nuevos desafíos propios de la universidad, de la música y la
vestimenta de moda, el arte, el teatro y el cine, los autos y los desarrollos
científicos y tecnológicos posteriores a la Primera Guerra Mundial.
¿Y por qué no incluir también en estos cambios
socioculturales que debieron enfrentar estos jóvenes del interior a las nuevas
relaciones con las bellas mujeres que ellos encontraron en la Capital?
Evidentemente aquellos años de la década del ’30 han
de haber sido años “muy acelerados” desde la óptica de esos jóvenes del
interior del país, acostumbrados a una “vida pueblerina”.
Esos jóvenes ya inmerso en el quehacer diario y cosmopolita
de Buenos Aires, y dedicados de lleno al ambiente científico, tuvieron que
“codearse” con todos estos cambios inevitables.
Nuestro Padre Bernardo, al finalizar sus estudios
universitarios inició su internado en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires y
su entrenamiento durante un año en la escuela de cirugía de los hermanos Dres. Ricardo
y Enrique Finochietto .
Los Dres. Ricardo y Enrique Finochietto eran en esa
época verdaderos pioneros de la cirugía torácica en la Argentina de preguerra,
y también, reconocidos cirujanos abdominales.
Un ejemplo de aquel desarrollo científico de la
Argentina de los años ’30 es el retractor o separador de costillas que lleva el
nombre de Finochietto, y que nosotros los cirujanos de los EEUU utilizamos en
forma habitual, pues ese dispositivo forma parte de los instrumentos
quirúrgicos que están en uso hoy en día. Muchos creen aquí en los EEUU que éste
es un instrumento de origen italiano, pero nadie sabe que fue desarrollado en la
Argentina en los años ’30.
Mi Papá Bernardo terminó este entrenamiento en la escuela
de cirugía de los hermanos Dres. Finochietto y su internado de medicina hacia
fines de 1939 y principio del año 1940. Luego se radicó en su Mendoza natal, y
allí el Papá consolidó su desarrollo profesional durante los años ’40 y la
mitad de los años ’50. A pesar de que esos fueron tiempos muy difíciles y
tumultuosos como consecuencia de los resabios económicos y políticos posteriores
a la Segunda Guerra Mundial, el Papá pudo desarrollar su medicina con mucho
esfuerzo y se convirtió con los años en uno de los líderes y pioneros de la
cirugía torácica en la zona de Cuyo.
Médicos
residentes en el Hospital de Clínicas de la Facultad de Ciencias Médicas de la
Universidad de Buenos Aires. Año 1939. Parado, a la derecha, mi Papá Bernardo
Daniel Martinez Rosell.
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Juan Carlos Fasciolo, por su parte, al finalizar sus
estudios quiso especializarse en cirugía ortopédica. Sin embargo, una oferta
para investigar la hipertensión renal, efectuada en su momento por el Dr. Bernardo
Houssay ,
llevó al Dr. Fasciolo a desarrollar su tesis y al descubrimiento del sistema renina-angiotensina. El equipo de científicos de los Dres. E. Braun
Menéndez, Luis Leloir, J.M. Muñoz y. J.C. Fasciolo, bajo el liderazgo y
dirección del Dr. Houssay, hicieron conocer a nivel mundial este extraordinario
hallazgo de la investigación del equipo, mérito que valió para que el Dr. Bernardo Houssay recibiera el Premio Nobel
de Medicina del año 1947.
Entre los otros cambios socioculturales que mi Padre “debió
enfrentar” estando y viviendo en Buenos Aires, fue el de vincularse con un
grupo de jóvenes que, luego en Marzo de
1948, culminaría con la fundación del Club de Automóviles Sport . Me imagino yo, por
las reseñas históricas, que tal amistad entre estos jóvenes se debe haber
forjado y consolidado después de una larga serie de reuniones de amigos y luego
de consumir muchas tazas de café.
Como resultado de esa amistad con los muchachos que
más adelante fundarían el Club de Automóviles Sport, el Papá adquirió su primer
auto sport, un MG modelo TC del año 1939, color negro, con el cual se “apareció” por Mendoza, para sorpresa
muchos, de un día para el otro. Tengo recuerdos de haber visto alguna foto
tomada de ese MG y mi Padre en uno de sus viajes de Buenos Aires a Mendoza.
Otro de los cambios socioculturales que mi Padre “tuvo
que aceptar,” estando y viviendo en Buenos Aires, fue conocer a quien, luego de
algunos años, sería nuestra Madre. Papá conoció a Mausy Wurster, como la
llamaban por su sobrenombre y apellido los amigos de esa época, en los últimos
años de su carrera de medicina cuando cursaba la especialidad Nariz, Garganta y
Oídos.
Un amigo en común de Mausy y mi Padre, y posterior
colega de él, el Dr, Julio César Filipelli, los presentó. Mausy, joven, bella
rubia de ojos celeste, de descendencia suizo alemana, estaba afectada por una
parálisis parcial del nervio facial, probablemente de origen viral. Aprovechando
de aquella presentación e inicio de amistad, Mausy no tardó mucho tiempo en
convertirse en paciente de Bernardo, y luego de algunas visitas al consultorio
del hospital, Mausy y Bernardo no tardaron demasiados días para establecer una
relación de noviazgo.
8. Su poliomielitis …
El Papá tuvo poliomielitis en su pierna izquierda a la
edad de 14 años aproximadamente, mientras cursaba su escuela secundaria en el
Colegio San Buenaventura de Mendoza.
En los años ’20 la poliomielitis era una enfermedad que
tenía un alto porcentaje de afectación y de mortalidad en la población infantil
toda vez que se manifestaba una epidemia. El Papá sobrevivió a la enfermedad
pero le dejó secuelas en su pierna izquierda que lo obligaron a una prolongada
rehabilitación y a la utilización de calzado ortopédico.
Fue evidente que superada la enfermedad, el Papá no
tuvo otras secuelas que no fuesen las físicas de su pierna izquierda.
Su renguera de la pierna izquierda era muy notoria
pero el Papá supo superar y compensar su déficit neuromuscular.
En
esta foto de mi Padre se puede apreciar la secuela de su enfermedad de
poliomielitis que afectó su pierna izquierda.
(Foto del archivo de Eduardo
Martinez Wurster)
La afectación de su pierna no le impidió para que
desarrollara sus funciones de médico cirujano. Tampoco afectó su habilidad para
manejar autos, cuestión que había hecho desde su adolescencia pues el Abuelo
siempre dispuso de un auto en su casa.
Como el empleo del embrague y la caja de velocidades
dependen de la destreza de la pierna izquierda, recuerdo que el Papá siempre era
muy cuidadoso en el uso del auto porque él conocía su propia limitación en el manejo.
Esta conducta siempre la tuvo presente cuando conducía, por sobretodo, cuando estaba
al mando de su Jaguar XK 120.
La concesionaria Chevrolet
Quizás por esa limitación en su pierna, el Papá
hablaba de las cajas de velocidad automáticas que Chevrolet estaba empleando en
sus modelos. La Concesionaria oficial de esta marca era, en los años ’50 en
Mendoza, “Carlos Luján Williams”.
La agencia de exposición y venta de autos
quedaba en la calle Necochea 420, a la vuelta de nuestra casa de la calle Chile
1474. Por esta simple razón, recuerdo que toda vez que íbamos a comprar helados
a la Heladería Bernardi en la calle Necochea 589, pasar por esa agencia de auto
para mirar los últimos modelos expuestos en sus vidrieras era una parada
obligatoria del paseo.
La Heladería Bernardi
Estas “visitas” a la Heladería Bernardi y a la
agencia de autos eran un paseo casi obligado después de cena en las noches de la
primavera y del verano mendocinos.
Mi Papá había abierto una cuenta corriente en
la heladería para que nosotros, los chicos, pudiésemos tomar helados cuando
quisiéramos. A partir de ese momento, los chicos “habíamos alcanzado” un cierto
grado de libertad para comprar pero, como era de esperar, en pocos días
perdimos “todo lo alcanzado” porque exageramos nuestras compras de helados más
de lo previsto por el Papá. Fue bien claro que cuando el Papá vio que “el saldo
deudor en su cuenta corriente” con Don Bernardi era un mal negocio para él, el citado
grado de libertad quedó reducido a una mínima expresión plenamente controlada:
“… sólo podrán ir a la heladería siempre y cuando vayan acompañados por un
mayor…”. Esa fue la sentencia. Así fue cómo nuestras “visitas” a la heladería de
Don Bernardi quedaron asociadas con el paseo después de la cena.
Mi Papá pedía su helado favorito: el de canela.
Eddy y yo nos optábamos por el de chocolate y dulce de leche. Cada uno, con su
vasito o cucurucho, nos íbamos sentando en las sillas y mesitas que Don
Bernardi había dispuesto sobre la vereda de la calle Necochea. Recuerdo que era
una sola fila de mesas y sillas junto al cordón de la vereda, razón por la
cual, eligiésemos la mesa que fuese, siempre nos tocaba tomar nuestro helado junto
a la vía del tranvía n° 2 que “subía” por calle Necochea hasta calle Perú. Recuerdo
que cuando el tranvía se acercaba a la esquina de Necochea y 25 de Mayo, donde
tenía su parada, empezaba a frenar y tocar su campañilla avisando su
proximidad. Entre el rechinar de las ruedas sobre las vías por la frenada, y el
“tilín - tilín” de su campanilla de
advertencia, el ambiente de llenaba de ruidos que apagaban nuestras voces.
Pasado ese momento, todos nos dábamos vuelta para mirar hacia la parada de
tranvía, para “adivinar” quién se bajaría del tranvía, como si hubiéramos
estado esperando a alguien.
La imagen que tengo en mi mente recuerda a Don
Bernardi y su señora atendiendo la heladería, ambos con sus guardapolvos
blancos. Recuerdo a sus dos hijas pequeñas, jugueteando entre las heladeras y
el pasillo detrás del mostrador al tiempo que sus padres ponían los helados en
los vasitos y en los cucuruchos. De niño siempre me pregunté qué lindo debía
ser, ser el hijo de un papá heladero, para poder tomar helados cuando un
quisiera…
Boleta
original de la cuenta corriente de mi Papá en la Heladería Bernardi, de
Bernardi y Trujillo, que estaba ubicada en la calle Necochea 589 casi esquina
25 de Mayo, en Mendoza, de fecha 07 de Octubre de 1954.
(Foto
del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Un típico tranvía de Mendoza de
los años ’50 que circuló hasta el año 1966 .
El tranvía de esta foto perteneció a la Línea 1 que hacía el recorrido en ambas
direcciones, desde el Cementerio de la Capital en Las Heras hasta circunvalar
la Plaza de Godoy Cruz. (Foto del archivo de Internet )
El dibujo, una habilidad del Papá que no conocíamos
El Papá fue un muy buen dibujante “amateur”.
Esta habilidad innata la conocimos recientemente cuando descubrimos una serie
de dibujos en lápiz, gracias a que nuestra hermana Ana María había guardado un viejo
libro del Papá en el que estudió de Inglés en el Colegio San Buenaventura.
Para la sorpresa de los hermanos varones, este
libro “apareció” en la Navidad del año 2007, y a partir de él descubrimos para
nuestro asombro esta habilidad del Papá desconocida para nosotros.
Este libro está firmado de puño y letra del Papá en el
año 1928, dato que refiere que él lo usó cuando tenía 16 años. El libro está
ilustrado en las hojas libres de escrituras y en aquellos espacios en blanco, con
prolijos y variados dibujos realizados por mi Papá. Los dibujos representan
personajes de esa época en los que el Papá en evidencia las “inquietudes” de su adolescencia vigente en
esos días.
Con notable destreza artística, los dibujos están
realizados en lápiz de color negro, de trazo muy fino. El Papá supo captar los
detalles de la moda y de la ropa de la época y pudo representarlos con singular
belleza. Todos sus dibujos muestran el “manejo” que el Papá tenía de la
representación gráfica tridimensional, de la correcta profundidad de campo y de
la perspectiva.
Dibujo
original efectuado por el Papá en el año 1928, en el libro de Inglés.
El
dibujo está realizado en lápiz de trazo negro y muy fino, pleno de detalles. Representa
a una mujer joven, con sus típicos zapatos, vestido y sombrero, tal cuales
estaban de moda en los años ’20. Entre los detalles se distinguen: la silueta
delgada de la mujer, la cara y gesto de su cuerpo que insinúa mostrar sus
piernas y su cuerpo, la posición de las manos y el detalle de las mismas levantando
la pollera por encima de las rodillas, y los pliegues del vestido asido por las
manos. (Foto
del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Dibujo
original efectuado por el Papá en el año 1928, en el libro de Inglés.
El
dibujo está realizado como el anterior, con el mismo lápiz de trazo negro y muy
fino. Este dibujo muestra innumerables detalles de una jovencita, luciendo una
melena que, por la densidad de los trazos, sugiere que era rubia. Por otros
detalles que se observan, esta joven parecería estar de “entre casa”, luciendo
una pollera muy corta y una blusa que “ocultaba lo necesario pero insinuaba
todo”. Las pestañas y las cejas delineadas, los ojos, la mirada y la forma de
la boca son trazos que caracterizaban a los personajes de los años ’20.
(Foto
del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Dibujo
original efectuado por el Papá en el año 1928, en el libro de Inglés.
El
dibujo está realizado como el anterior, con el mismo lápiz de trazo negro y muy
fino. Este dibujo muestra innumerables detalles de una jovencita. Las pestañas
y las cejas delineadas, los ojos, la mirada, la forma de la boca y el gorro son
trazos que caracterizaban a los personajes de los años ’20.
(Foto
del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Sus hijos pensamos hoy, viendo estos dibujos
realizados en un libro de la escuela secundaria, que el Papá los debe haber
imaginado durante sus largos días de recuperación de su enfermedad, y también, luego
de ver esos personajes en el cine y en revistas, los debió haber “materializado” en sus
largas horas de estudios del régimen “semi pupilo” del Colegio San Buenaventura.
9. La natación y el ciclismo
La natación era, junto con la bicicleta, dos de los
pocos deportes que el Papá practicó por años como consecuencia de la secuela de
su poliomielitis.
Yo estoy convencido que la natación y el ciclismo que él
practicó desde aquel momento por el resto de su vida fue su terapia y bienestar
psicosomático.
Estas actividades deportivas las practicó junto con
sus seres queridos, con sus hermanos y con su socia y después su esposa,
nuestra Madre Mausy Wurster.
Mi Papá en uno de los paseos a Cacheuta, Mendoza, que
hiciera junto a Mausy en el año 1942 ó 1943. Esta foto fue tomada en la
localidad de Blanco Encalada, sobre la vieja Ruta Nacional 7 a Chile,
prácticamente en el mismo lugar donde yo me tomaría aquella foto junto a mi
primo Horacio Raúl Lucero Martinez en el año 1965.
(Foto del archivo de Eduardo
Martinez Wurster)
Mi Papá y Mausy
en uno de sus paseos por el Parque General San Martín de Mendoza, en el año
1942 ó 1943. Mi Mamá en su flamante bicicleta francesa Automoto y mi Papá en
una de las varias bicicletas Raleigh inglesas de color negro, con frenos a
varillas, que había en la bodega. (Foto del archivo de Eduardo Martinez
Wurster)
Por esa razón, sus tiempos al aire libre siempre
estaban asociados a una pileta de natación, o al mar, y en ese sentido al Papá,
como a sus hermanos, le gustaba disfrutar de la piscina, del mar y de la playa.
Pileta del
Hotel de Potrerillos, año 1946 ó 1947, disfrutando de un día de natación. De
der. a izq.: Mi primo Fernando Martinez Ihistarry, mi Tío Fernando Martinez
Rosell, mi Padre Bernardo, mi Tío Luis Domingo Martinez Rosell y Jorge
Guillermo Martinez Ihistarry. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
En cuanto pudieron, en la huerta familiar de la casa
de la bodega de Chacras de Coria, construyeron un tanque australiano para poder
nadar sin limitaciones de horarios y sin mucha gente. Para nosotros los
menores, “ir a bañarnos al tanque” como le decíamos, era toda una aventura.
Allí podíamos hacer cuanto juego con el agua se nos ocurriese sin limitación
alguna hasta el horario del fin de la siesta mendocina, puesto que a partir de allí
llegaban los mayores y nosotros ya sabíamos que debíamos comportarnos con cordura.
Una
tarde de verano del año 1958 ó 1959, en el tanque australiano de Chacras de
Coria. Sentados atrás, de izq a der: Mi Tío Fernando Martinez Rosell, mi Tía
María Ihistarry de Martinez, …, mi Primo Fernando Martinez Ihistarry y mi
hermano Eduardo. Sentados adelante, de izq. A der.: …, Yo,… ,… , Edith Valdez
de Martinez, la esposa de mi primo Fernando.
(Foto
del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Los hermanos Martinez eran unos “enamorados” de la
Playa Amarilla de Concón, en Chile, y hacia allá fuimos muchos años de
vacaciones de verano. Recuerdo casi todos los viajes de los veranos de los años
1947/1948 a 1953/1954. Un año viajamos en auto (Citroën) y en tren, desde las
Cuevas a Los Andes, por las restricciones vehiculares que había por el paso a
través del túnel ferroviario. Otro año el viaje fue en tren desde Mendoza hasta
Valparaíso en Chile, y tardamos casi 20 horas. Otro, creo que fue en el año 1947
ó 1948, fuimos en avión, en un Douglas DC 3. Recuerdo que este viaje en avión
fue muy ruidoso.
El viaje a
Chile en auto y con el Citroën 11 Ligero del Papá cargado sobre un vagón para
hacer en tren el tramo desde Las Cuevas en Argentina hasta Los Andes en Chile.
Quien se asoma por la ventanilla del Citroën, soy yo.
(Foto del archivo de Eduardo
Martinez Wurster)
El viaje a Chile con el Citroën 11 Ligero del Papá y
el Ford modelo 38 de mi Tío Fernando, ingresando al cobertizo en la boca del
Túnel Internacional del ferrocarril trasandino, del lado argentino, en la época
que ese túnel se habilitaba en horarios restringidos para el paso de vehículo. Recuerdo
que en esos años de post Segunda Guerra Mundial era muy difícil conseguir
neumáticos. Por eso, para estos viajes a Chile donde era frecuente dañar neumáticos por el estado del camino, había que llevar los repuestos necesarios
para prevenir cualquier contingencia. (Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Playa
Amarilla, Concón, Chile, Verano de 1945 / 1946
Parados, de
izq a der: mi primo Jorge Raúl Martinez Ihistarry (hijo de Fernando y María),
mi tío Fernando Martinez Rosell, mi Tía María Ihistarry de Martinez (esposa de
Fernando), Sra y Sr. Alberto Granata, mi Papá Bernardo Martinez Rosell y Victoria Cabanat. Arrodillados, de izq. a der.: Mi Mamá Mausy Wurster, Juan
Carlos Ihistarry (hijo de Antonio y Pichona), Antonio Ihistarry (hermano de mi
tía María Ihistarry), Pichona Segura de Ihistarry (esposa de Antonio) y Silvia
Ihistarry (hija de de Antonio y Pichona). Niños en la arena: de izq. a der. Yo
Bernardo Martinez Wurster y mi primo Jorge Guillermo Martinez Ihistarry (hijo
de de Fernando y María).
(Foto del
archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Playa
Amarilla, Concón, Chile, Verano de 1946 / 1947. De izq a der: Mi Tío Luis
Martinez Rosell, Doña Elodia de Echeverría (mamá de Ercilla), mi Tía Ercilla
Echeverría (esposa de mi Tío Luis), mi Papá Beranrdo Martinez Rosell y Mi Mamá
Mausy Wurster. Sentados sobre la arena, de izq a der: yo y mi primo Luis
Roberto Martinez Echeverría (hijo de Luis y Ercilla)
(Foto del
archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Playa
Amarilla, Concón, Chile, Verano de 1948 / 1949. Mi Papá Bernardo Martinez
Rosell y sentados sobre la arena, de izq a der: mi hermano Eduardo (Eddy) con
un poco más de un año de edad y yo con algo más de cuatro años.
(Foto del
archivo de Eduardo Martinez Wurster)
El último viaje en familia lo hicimos en el verano de
1953/1954 con un auto de la empresa CATA porque el Citroën del Papá estaba en
reparaciones. Ése era un auto de alquiler, de aquellos que hacía esos viajes
entre Mendoza y Viña del Mar y Santiago de Chile. Recuerdo que un Mercury Monterrey Modelo 1954, nuevo, con
caja de cuarta, en dos tonos de azul, y con la suspensión trasera levantada
para sortear los desniveles en cerradas curvas de los caracoles del Cristo
Redentor y de Juncal y Juncalillo en Chile. Recuerdo el los Mercury tenían sus
“escapes libres”, sin ningún tipo de silenciador, porque sus choferes decían
que así el motor tenía mejor rendimiento con la altura del cruce de Los Andes.
En aquella oportunidad salimos de Mendoza entre las 02 a 03 de la mañana y trepamos
por los caracoles de Villavicencio de noche. Recuerdo que los autos que
viajaban delante del nuestro, algunos más cerca otros bien lejos, iluminaban el
camino mostrándonos el sinuoso recorrido que debíamos transitar. Llegamos a
Concón a las 17 horas.
10. Andes Talleres Sport Club
El Papá se hizo socio del Andes Talleres Sport Club y
nos incorporó a Mausy, a Eddy y a mí también, como socios integrantes del
“grupo familiar,” para que pudiéramos utilizar la piscina para la natación.
El Papá fue el socio n° 4.414 del club. Comenzamos a
disfrutar de aquella piscina a partir de la temporada de verano 1951/1952. En
ese momento yo tenía siete años y Eddy cuatro, ambos recién cumplidos. Mi
hermana Ana María no había nacido aún.
La piscina del Club Andes Talleres era en esos años la
mejor, o sino, una de las mejores que había en Mendoza.
Carnet del
Andes Talleres Sport Club, perteneciente al Papá,
el socio
activo n° 4414, Año 1951 (Foto del Archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Recuerdo que en las horas del almuerzo y de las
siestas mendocinas el club cerraba sus puertas para los socios. No sé cuál
habría sido la razón de esa normativa pero me imagino que las reminiscencias
pueblerinas de antaño, o el “culto por dormir la siesta”, podrían haber sido
razones suficientes para esa determinación. Lo concreto es que no se qué
“arreglos” pudo haber hecho mi Papá, pero la verdad es que nosotros tres, él, Eddy
y yo, íbamos en verano casi todas las siestas a esa piscina, mi Padre para
nadar, nosotros para chapotear a nuestro antojo y jugar en el agua.
Recuerdo que el agua era en extremo cristalina y muy
fría, bondades que muy pocas piscinas de la época podían ofrecer.
Las vueltas de la vida quisieron que diez años más
tarde, en el año 1962, quizás por alguna coincidencia del destino, yo volví al
Club Andes Talleres pero esta vez para empezar mis entrenamientos de gimnasia
en aparatos durante las noches, bajo la dirección técnica de Gustavo Neumann.
Gustavo era un hombre de nacionalidad alemana, muy serio, recto y disciplinado.
Había servido en la Segunda Guerra Mundial como marinero y miembro de la
tripulación del acorazado alemán Admiral Graf Spee, que fuera hundido durante
la Segunda Guerra Mundial en el Río de la Plata, muy cerca de Montevideo, Uruguay
.
El objetivo de tal entrenamiento era mi preparación
final para participar en los Torneos Nacionales de Gimnasia que se realizarían
en los meses de Noviembre y Diciembre de ese año 1962.
En otra de estas historias les contaré mi experiencia
de vida y los amigos que conocí gracias a esta disciplina deportiva entre los
que, anticipo, se encontraban hijos de médicos que habían sido colegas de mi Papá
en vida. Recuerdo que cuando conocí a los padres de estos compañeros y empecé a
frecuentar sus respectivas casas, sus padres me manifestaron el aprecio y los buenos
recuerdos que ellos tenían por mi Papá, por su profesionalismo y su bonhomía.
En esas oportunidades fue cuando comprendí cuán buen
tipo habría sido mi Padre desde el momento en que todos sus colegas opinaban y
lo recordaban de la misma forma después de muchos años de su muerte, haciéndome
esos comentarios elogiosos sin necesidad alguna de quedar bien conmigo, pues no
había razón para ello.
Volviendo al Club Andes Talleres. Recuerdo que ya habíamos
tomado como costumbre al terminar nuestras sesiones de entrenamiento de
gimnasia, ir “religiosamente” al bar del club con Gustavo y los muchachos
gimnastas. Como esta “visita obligada al bar” ocurría habitualmente entre las
21 y 22 horas, ese horario era el propicio para “picar algo, lo que el
cantinero tuviera a mano”. Nuestra preferencia pasaba por pedir un sándwich de
queso con pan negro, acompañado de la bebida que hubiera. Podía ser una Coca
Cola, una Bidú (que era una copia nacional muy pero muy “lejana” de la Coca
Cola), o una Crush (otra bebida nacional que luego conoceríamos como la “Orange
Crush”). En esas reuniones Gustavo nos contaba, y así fue cómo las conocimos
“desde adentro”, las anécdotas e historias del buque Graf Spee, de la batalla
del Río de la Plata y de los prolegómenos del hundimiento del acorazado.
Entre esas anécdotas e historias del barco, también
cada vez que ingresaba o me retiraba del club, siempre venían a mi memoria las
tardes de piscinas y de juegos que había compartido con mi Padre en ese mismo
lugar, diez años antes.
11. Su Jaguar rojo
El Jaguar XK 120 que el Papá compró Jorge Caamaño en
setiembre de 1951 fue un auto fabricado en Inglaterra en el año 1950, y fue uno
de los cinco primeros Jaguar que entraron a Argentina traídos directamente de
la fábrica para competir y luego venderlos.
Debo decir que en el año 1951 “los dedos de una mano” eran
suficientes para contar los autos sport y de estirpe deportiva europea que
circulaban por Mendoza.
Año
1953. El Jaguar XK 120 en los Caballitos de Marly, en el Parque General San
Martín de Mendoza. Sentados en el habitáculo, mi hermana Ana María, yo Bernardo
Martinez Wurster y mi Papá Bernardo. Esta foto fue tomada por mi Madre Mausy
Wurster.(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Similar
a este Jaguar XK 120, del mismo color de carrocería, tapizado, espejo sobre el
tablero y ruedas, era el Jaguar XK 120 modelo 1950 del Papá
(Foto
del archivo de Internet )
Demás está decir que ese Jaguar XK 120, de color “rojo
sangre”, no pasaba desapercibido por ningún lugar, ya fuera por sus líneas
deportivas exóticas, ya fuera por el color porque en aquellos años la mayoría
de los autos que circulaban en aquella época por Mendoza eran de color negro.
Año
1953. El Jaguar XK 120 en el Parque General San Martín de Mendoza. Sentado al
volante, yo, Bernardo Martinez Wurster, mi hermana Ana María y mi Papá
Bernardo. Esta foto fue tomada por mi Madre Mausy Wurster.
(Foto
del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Ese auto fue el "deseo" de muchos, y unos cuantos
quedaron “prendados” de esa marca y de sus líneas. Muy pocos, creo que los
“dedos de una sola mano sobran para contarlos”, pudieron adquirir más tarde un
Jaguar. Aún hoy, casi sesenta años después, algunos personas amigas, mayores
ellas, recuerdan el Jaguar rojo del Papá y el Mercedes Benz alas de gaviota de Eduardo Copello.
El Papá tuvo este auto desde Setiembre de 1951 hasta
Abril de 1955 cuando falleció. Pienso que en esos cortos cuatro años, él supo
disfrutar ese auto y pudo compartirlo con su familia. Con su esposa Mausy
Wurster hicieron varios viajes a Buenos Aires, y con sus hijos algunas “corridas”
por el parque General San Martín, algunas escapadas veloces a la bodega de
Chacras de Coria, y los recorridos hacia el Aeropuerto de Mendoza y hacia el
Monumento de Canota.
El ir al Aeropuerto de El Plumerillo en el Jaguar en
las siestas de primavera, verano y otoño, recibiendo el sol de lleno en
nuestras caras, es un recuerdo y son sensaciones que tanto Eddy como yo no podemos
olvidar.
El Sr. Juan Cruz Vera fue el mecánico del Jaguar en
Mendoza. Recuerdo que Juan Cruz testeaba sus arreglos y los afinamientos del motor
del Jaguar en la larga subida a Villavicencio desde Panquehua pasando por el
Monumento de Canota.
Monumento
de Canota, en Las Heras, Mendoza, y la larga recta de la Ruta Provincial 52 en
subida hacia Villavicencio (Foto de archivo de Internet )
Recuerdo que un día fuimos los cuatro en el Jaguar, el
Papi manejando, Juan Cruz y yo en el asiento del acompañante, y Eddy como era
el más chiquito en el piso, entre los pies de Juan Cruz y los míos. Nosotros
los menores no podíamos perdernos lo que iba a suceder, por eso la incomodidad
del viaje se justificaba largamente. Cuando llegamos al Monumento de Canota , mi Papá, Eddy y yo
bajamos del Jaguar y nos sentamos en las piedras del monumento, teniendo frene
de nosotros la larga recta pavimenta a uno y otro lado. Nos sentamos como si
fuéramos a ver pasar la gente que en el lugar no había. Juan Cruz arrancó el motor
del Jaguar y se alejó de nosotros a velocidad reducida primero, para luego comenzar
a acelerar y alejarse rápidamente hasta que el auto de convirtió en un punto
rojo lejano en el pavimento. El sonido del motor era espectacular. Era un
sonido “sordo” y “uniforme”. Al rato, aquel punto rojo se empezó a agrandar, y
a medida que se acercaba el rugido del motor aumentaba hasta que sobrepasó por
donde estábamos sentados, ensordeciendo nuestros oídos en forma espléndida. Menos
mal que no habían hojas de árboles en el pavimento por que sino “hubieran
quedado revoloteando” por largo rato. Realmente era apasionante escuchar el
motor del Jaguar a alta velocidad, tanto en la larga trepada como en el
descenso desde Villavicencio.
Con el tiempo supimos que de tanto en tanto, Juan Cruz
Vera hacía estas corridas veloces con el Jaguar. Recuerdo la recomendación que
Juan Cruz le hacía al Papá respecto de la forma de manejar el Jaguar: “…
Bernardo,... éstas picadas a altas revoluciones y velocidad hay que hacerlas de
tanto en tanto para que no se le junte carbón en los cilindros,… porque estos
autos están preparados para otro tipo de nafta que nosotros no tenemos, con más
octanaje… Si usted pudiera conseguir nafta de avión,… … eso sería lo ideal…”.
Diez años más tarde, estando en la facultad, la gente
que había conocido al Papá y a su Jaguar aún me preguntaba por el “… Jaguar
rojo…”.
El auto quedó en silencio en el garaje de la casa de
Agustín Álvarez desde Abril hasta Noviembre de 1955. Sólo yo puedo contar lo
que fue aquel sentimiento mío, de un niño de diez años, sentado sobre el mismo
Jaguar en el cual había pasado momentos tan sentidos en aquellos tiempos en que
su motor rugía. Ahora el auto estaba en el garaje inmóvil y en silencio.
Recuerdo que en aquellos momentos, solo en el garaje
frente al volante y al tablero con los instrumentos inmóviles, comencé a llorar
tratando de encontrar una explicación del por qué de la ausencia de nuestro
Padre, tratando de entender el por qué tanto silencio dentro de mí y en ese
lugar.
Muchos años después comprendí las sensaciones y los
sentimientos que en nuestro Padre se pudieron haber despertado cuando tuvo la
oportunidad de su vida de conducir aquel Jaguar “de sus sueños” llevando de
acompañantes a sus dos hijos.
Yo disfruté mucho cuando pude llevar a mi hijo,
primero de niño, después de adolescente, en una Ferrari mía del mismo modo que
mi Padre lo hizo conmigo.
Yo pude percibir en aquellos ojos y en aquella sonrisa
de mi hijo, las mismas expresiones que sé que mi Padre pudo haber visto en
nosotros, sus hijos, y sé que supo disfrutar esos momentos con nosotros a su
lado.
Cada vez que recuerdo esas dos vivencias propias,
siempre me digo en silencio “… No hubo momento más hermoso que aquel que pude disfrutar
de la sonrisa y de la alegría de mi hijo en la Ferrari…”.
12. Su hijo huérfano de
patria
Deseo cerrar estos recuerdos sobre mi Padre con
algunos pensamientos míos. Creo que si mi Padre hubiera vivido unos años más y
hubiera visto mi desarrollo profesional de postgrado, él habría titulado este
último capítulo de recuerdos con este mismo título.
Si debo resumir estos casi 40 años de médico cirujano
vascular en los EEUU, debo empezar desde el principio. No vienen a mi memoria
otros recuerdos que aquellos conceptos que Eddy expresó a su sobrino en el año 2008
cuando se refirió a la partida de su hermano Bernardo hacia EEUU en 1970. Con
estas palabras o con otras, ellas son lo de menos, lo importante es el
concepto, Eddy sintetizó:
“… Tu Padre hizo
una “apuesta” muy fuerte en 1970 cuando se graduó y decidió educarse en EEUU haciendo
su post grado… Fue una “jugada” que él hizo porque tuvo la “corazonada” de que
ése era el camino correcto. Fue una decisión muy audaz en todos los sentidos…”.
En los años setenta Argentina vivía momentos sociopolíticos
muy complicados para el desarrollo profesional y de controvertidos resultados a
futuro. Los profesionales que egresábamos de las universidades en aquellos años
debíamos tomar una decisión de vida, o nos quedábamos en el país, o nos íbamos
al exterior. Así fue como muchos jóvenes profesionales, entre los que me
incluyo, tuvimos la oportunidad de salir del país con una posibilidad de
ampliar nuestra formación profesional con un postgrado que determinó la meta de
nuestras vidas. Muchos profesionales y científicos que se quedaron en el país
pudieron descollar en lo suyo, pero otros tantos siquiera pudieron
desarrollarse. Los que tuvimos la oportunidad de salir al extranjero, debimos pelearla
solos en ambientes que fueron, con seguridad, aún más hostiles que en nuestro
país, políticamente hablando, porque en cualquier parte que estuviésemos,
éramos extranjeros para todo y para todos. Y esto de ser extranjero, lo dijo
así, no fue ni será cosa fácil ni sencilla.
Eddy concluyó aquellos conceptos expresados a su
sobrino refiriéndose al resultado final a mi carrera profesional en EEUU que se
inició en 1970 con aquella “corazonada”. Nuevamente, con estas u otras
palabras, eso es lo de menos, Eddy expresó estos conceptos:
“… Bernardo tomó aquella decisión y la llevó adelante,
yo pienso, de la mejor manera que pudo. Vos tienes ante tus ojos el resultado
de su carrera profesional después de casi cuarenta años de la toma de aquella
decisión…. Ese resultado es gracias a su dedicación, sacrificio y aptitud
personales…”
13. La graduación de Médico -
El 11 de Junio de 1970
El 11 de Junio de 1970 me gradué de médico en la
Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo, en Mendoza.
Ese
día marcó la culminación de una etapa de mi formación profesional, lo digo así,
porque después vinieron muchas otras etapas que continúan hasta el presente,
pues debo ser sincero, en medicina y en mi especialidad, siempre hay algo nuevo
por aprender.
Pero
aquella etapa de estudiante de medicina estuvo “plagada” de acontecimientos que
en repetidas oportunidades me recordaron al Papá, ya fuera porque yo estaba
siguiendo sus mismos pasos, o porque estaba terminando mi educación como médico
en la misma facultad que él había formado en muchos aspectos casi dos décadas
antes, o porque ese día 11 de Junio de 1970 me convertiría en colega de los
antiguos colegas de mi Padre, por supuesto, que sólo por compartir la misma
profesión porque si de experiencias profesionales hablamos, había como era
lógico, un “abismo” entre las experiencias de ellos y la mía.
Recuerdo
que aquel 11 de Junio, mientras caminaba hacia las escalinatas que me llevarían
hacia el ingreso de la Facultad de Medicina donde asistiría a mi graduación,
vino a mi mente el recuerdo de un acto de académico vivido un par de años
antes. Imaginé en aquel corto camino hasta las escaleras que el acto de ese día
podría tener cosas en común con aquel otro.
El homenaje a mi Padre en la
Sociedad de Cirugía de Mendoza del 17 de Diciembre de 1968
Una
mañana de Noviembre de 1968 llamó a casa el dilecto amigo de mi Padre, el Dr.
Jorge Perez, quien había sido colega de la Facultad y de los hospitales y
clínicas de Mendoza, y como les conté, también, uno de los “invitados” a las
cenas y sobremesas en el “patio español” de la casa de la calle Chile.
En
un muy emotivo llamado telefónico, el Dr. Perez le hizo saber a mi Madre Mausy
que la Sociedad de Cirugía de Mendoza quería hacer un justo reconocimiento a “…
los entrañables colegas y amigos que ya no están con nosotros, en un acto
académico que la Sociedad está organizando para homenajear a colegas que ya se
han retirado de la práctica de la medicina,… ....Quiero comunicarte, Mausy, que
la Sociedad de Cirugía desea que Bernardo tenga un diploma en esta oportunidad
y quiero que asistas a ese acto académico para recibirlo en su nombre… … En un
par de días te llegará por correo una invitación dirigida a tu nombre…”.
Recuerdo
que en cuanto mi Mamá colgó el teléfono “rompió en un llanto de emoción”, y nosotros
que no sabíamos de qué se había conversado hasta el momento, pensamos que había
llegado alguna noticia lamentablemente triste.
Cuando
nos explicó el motivo del llamado del Dr. Jorge Perez, entre sollozos y
lágrimas, no dejó de expresar un pensamiento “muy suyo” que quizás tenía
guardado desde hacía mucho tiempo: “… yo sabía que algún día llegaría,… … han pasado
trece años del fallecimiento de vuestro Papá y el Dr, Perez me avisa que le
harán un homenaje y entregarán un diploma en su nombre… …. Quiere que vaya a
recibirlo…”.
Entonces,
tal como anticipado, la Sociedad de Cirugía de Mendoza organizó para el 17 de
Diciembre de 1968, en el hermoso Teatro Independencia de Mendoza, la entrega
del premio trianual a los Dres Héctor Perinetti y Arturo Ceresa y al Dr. José
Candisano Liqueno “in memoriam” . Fue en esa
oportunidad que el Dr, Jorge Perez, como Presidente de la Sociedad de Cirugía
de Mendoza, hizo una referencia especial sobre mi Padre al auditorio que ese
día se había reunido para el acto académico, e hizo la entrega de un diploma
especial en nombre de la Sociedad de Cirugía de Mendoza.
Mi
mamá Mausy, con la humildad que siempre la caracterizó, quiso que fuera yo
quien recibiera de manos del mismo Dr. Jorge Perez aquel diploma de
reconocimiento.
Tal
como el Dr. Perez expresó en aquella oportunidad, con ese diploma que me estaba
entregando la Sociedad de Cirugía de Mendoza quiso homenajear la trayectoria
profesional del Papá, y lo hizo refiriéndose a mi Padre tanto como médico
cirujano de tórax, como miembro de esa Sociedad de Cirugía, y como ser humano.
Recuerdo
que al término del Acto Académico, muchos de los profesionales que habían
asistido y que habían sido amigos personales y colegas del Papá saludaron
afectuosamente a Mausy y la felicitaron por el homenaje que se le había hecho al
Papá.
Invitación
que la Sociedad de Cirugía de Mendoza le cursó a Mausy Wurster para el Acto
Académico que se llevaría a cabo el 17 de Diciembre de 1968 en el Teatro
Independencia de la ciudad de Mendoza, con motivo de la entrega del Premio
Trianual a médicos de Mendoza y de un Diploma del homenaje a mi Padre.
La
invitación estaba suscripta por el Dr. Jorge Perez y por el Dr. Oscar Masetto
como Presidente y Secretario de la Sociedad de Cirugía de Mendoza,
respectivamente
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Acto
Académico de la Sociedad de Cirugía de Mendoza del 17 de Diciembre de 1968, realizado
en el Teatro independencia de la ciudad de Mendoza, en el que recibo de manos
del Dr. Jorge Perez, un Diploma de reconocimiento por la trayecto profesión de
mi Padre Dr. Bernardo Daniel Martinez.
(Foto
del archivo de Bernardo Martinez Wurster)
Diploma
de la Sociedad de Cirugía de Mendoza de fecha 17 de Diciembre de 1968, por
reconocimiento a la trayectoria profesional de mi Padre Dr. Bernardo Daniel
Martinez, suscripta por el Dr. Jorge Perez y por el Dr. Oscar Masetto como
Presidente y Secretario de la Sociedad de Cirugía de Mendoza, respectivamente.
(Foto del archivo de Eduardo Martinez Wurster)
Acta Académico del 11 de
Junio de 1970 de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de
Cuyo
Aquel
Acta Académico del 11 de Junio de 1970 formó parte de la historia de actos que
todos los años celebra la Facultad de Medicina para tomar el Juramento Hipocrático
y graduar a los nuevos médicos.
En
una parte de esa historia está el acto de graduación del año 1954, en el cual
mi Padre Bernardo, como Secretario Técnico de la Facultad, tuvo el honor de
dirigir las palabras del acto académico.
En
ese mismo acto del año 1954 estuvo presente el Dr. Oscar Masetto, como
abanderado de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de
Cuyo. La historia quiso que el mismo Dr. Masetto, dieciseis años después, en aquel
17 de Diciembre de 1968, suscribiera como secretario de la Sociedad de Cirugía
de Mendoza junto al Dr. Jorge Perez como Presidente, el diploma con que esa
Sociedad homenajeó a mi Padre.
Graduación
Médicos de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo
de Mendoza. Año 1954. Mi Papá en el momento de dirigir las palabras del acto
académico de los nuevos médicos.
A la derecha, el Abanderado de la Facultad, el
Dr. Oscar Masetto.
(Foto
del Archivo de Bernardo Martinez Wurster)
Esa mañana del día 11 de Junio fue una mañana fría, ya
faltaba poco para iniciar el invierno en el hemisferio sur, y el sol iluminaba
tímidamente los picos de la precordillera mendocina de Los Andes que ya lucían
las primeras nevadas caídas. El calor del sol apenas lograba elevar la
temperatura de aquella fría mañana.
Dentro de las aulas del edificio de la Facultad de
Ciencias Médicas, en el Parque General San Martín de Mendoza, cuatro flamantes
médicos se aprestaban para dar el Juramento Hipocrático de rigor. A partir de
allí y luego de acto académico, el último acto de la carrera universitaria,
cada uno de nosotros iniciaríamos los respectivos caminos profesionales que la
vida nos tenía preparados.
Hay tres fotos de ese día de la graduación. Para ser
sincero, yo no había recabado en los detalles de esas fotos ni había tomado
conciencia de ese momento decisivo hasta que tuve en mis manos nuevamente esas
fotos, recientemente, en Marzo de 2013.
Una de las fotos muestra a los familiares y amigos de
los nuevos graduados, presentes en la Facultad de Medicina ese 11 de Junio de
1970. La segunda foto muestra mi persona, pero por sobretodo, refleja la
inocencia de un joven de 25 años de edad en el momento del Juramento Hipocrático.
La tercera foto ha plasmado el momento en que recibí mi diploma de médico, fue
el instante en el cual “dejé de ser estudiante para convertir en médico”, y a
partir de allí se abrió todo un mundo de desafíos y oportunidades.
Acto
Académico de Graduación de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad
Nacional de Cuyo del Año 1970. En la
primera fila estamos sentados los cuatro médicos egresados, de izquierda a derecha, Juan Afif y yo. En la cuarta fila, también de
izquierda a derecha, se encuentran Victoria Cabanat y mi Madre Mausy Wurster.
En la tercera fila, se encuentra tres parientes míos, muy allegados de mi Padre
y de mi Madre. Todos tienen expresiones en sus rostros que sugieren “estar
pensando en el más allá”. Pero la expresión de Victoria habla por sí sola, me
sugiere que en ese momento pasaban por su mente sentimientos “muy queridos”. En
definitiva, Victoria de un modo o de otro, vivió la graduación de mi Padre
Bernardo en el año 1939, y en ese momento, estaba viviendo mi graduación en el
año 1970. No me imagino cuáles recuerdos pasaron por su mente esa mañana de
Junio de 1970. (Foto del archivo de Bernardo Martinez Wurster)
Acto
Académico de Graduación de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad
Nacional de Cuyo del Año 1970. Yo estoy cumpliendo con el Juramento
Hipocrático. (Foto del archivo de Bernardo Martinez Wurster)
Recientemente llegó a mis manos y tuve la oportunidad
de leer el libro “Juan Carlos Fasciolo: Del Hombre al Científico”, escrito por
su hija Susana Fasciolo. Ella recuerda Susana que el Dr. Fasciolo dio varios
“keynotes” a los alumnos graduados, y en su libro, ella describe con precisión
las palabras y recomendaciones del Dr. Fasciolo, las cuales fueron sabias para
muchos de nosotros.
Recuerdo también que al concluir aquella breve
ceremonia, un profesor de la Facultad, quien sabía que viajaría a EEUU en breve
para continuar mi especialidad, porque era “vox populi” en esos claustros
universitarios que me alejaría de la Argentina, me separó del grupo en el que
estaba y me dijo:
“… Yo fui muy amigo de tu Padre. Sin dudas él hubiera querido
estar presente hoy aquí. Seguramente él está muy orgulloso de ti, de tu
decisión de proseguir sus pasos, y de continuar con tu educación quirúrgica en
el país del norte… Deseo decirte aquello que tu Padre hubiera querido decirte
en este momento… Él seguramente te hubiera dicho… …” Hijo, en todos estos años
de estudios en esta facultad nosotros te hemos preparado intelectualmente lo
mejor que pudimos. Hemos enriquecido tu intelecto… … En los próximos siete años
prepárate técnicamente lo mejor que puedas en EEUU… … Pero no te olvides, Hijo,
que nadie te va a enseñar el componente político de la medicina y la cirugía… …
Eso lo vas a tener que aprender solo, con el tiempo…”.
Cuán sabias fueron esas palabras. Ellas han
permanecido en mi memoria hasta hoy, no sé por cual razón. Pero debo confesar
que las guardo en mi memoria como si me las hubiera dicho mi propio Padre,
entremezcladas en un abrazo de padre e hijo que nunca hubo.
Ya en EEUU, y habiendo transcurrido mis primeros ocho
años de profesión, también a ocho años de aquella mañana del 11 de Junio de
1970, terminé mi entrenamiento médico quirúrgico en la Cleveland Clinic y me
radiqué en la ciudad de Toledo, Ohio. Allí tuve que enfrentar y solucionar mi
primera crisis política profesional, que se convertiría con el correr de los
siguientes cuarenta años, en la primera de las muchas crisis que sucedieron.
Con la sabiduría de aquellas palabras del 11 de Junio
de 1970, con la técnica quirúrgica que aprendí, con la honestidad y la humildad
que me inculcaron en mi hogar paterno, he podido “sobrevivir” a todos esos
“tembladerales políticos” con entusiasmo sirviendo a mis pacientes.
Me siento gratificado de haber pasado cuando niño
momentos con mi Familia bajo el cielo estrellado de aquellas noches mendocinas.
Han pasado casi setenta y cinco años desde que mi
Padre perfeccionó su cirugía torácica en la Clínica de los Hermanos Finochietto
en Buenos Aires con las técnicas y conocimientos de los años 1930. Hoy. en el
año 2013, yo me encuentro perfeccionando las técnicas quirúrgicas mínimamente
invasivas en la revolucionaria cirugía robótica y endovascular, que había
empezado a desarrollar y a entrenar en la escuela de medicina de la Universidad
de Stanford, California, hacia fines de 1998.
Veo hoy que las técnicas quirúrgicas mínimamente
invasivas han cambiado notablemente las prácticas empleadas en los años 1930 -
1940, por suerte, para el beneficio de nuestros pacientes debido al menor dolor
post – operatorio y a la rápida y mejor recuperación funcional de ellos.
Muchas gracias a la eterna leyenda de mi Padre y al
apoyo incondicional de mi Madre.
Bernardo D. Martinez MD. FACS Hecbc. …”.
14. “Recuerdos de un viaje”
Memorias del Dr.
Horacio Sanguinetti
Buenos Aires,
Marzo de 2012
Este texto hace honor a nuestros Madre y Padre. Está
escrito por un gran escritor a un pedido que yo le hice con motivo de de mi
próximo libro próximo a editar.
Se trata de un bellísimo relato que dice así.
“… Recuerdos de un viaje
Al término de la guerra, los automóviles
norteamericanos inundaron el mercado argentino provocando un deslumbramiento
explosivo. Líneas modernas y sorprendentes, elementos de bienestar hasta
entonces desconocidos, motores poderosos, todos los avances técnicos posibles.
En 1949 mi padre, luego de conducir durante una década
un vetusto Chevrolet, adquirió un Frazer celeste, cuyo capot y baúl eran
exteriormente casi idénticos, ¡tenía calefacción!, y un andar mullido de
balanceo subtropical. Salimos a probarlo y mi madre, lo recuerdo siempre, se
transfiguró en un ataque de euforia.
Nuestro veraneo habitual de un mes en Rosario y tres
en Unquillo, Córdoba, donde residían los respectivos Abuelos, comenzó en las
condiciones más benévolas. Pero mi Padre, volante pionero del automovilismo
nacional, especializado en los demoníacos caminos cordobeses de cornisa,
preparó una gran aventura: el viaje a Mendoza.
De cualquier modo temía encontrarse con cuestas y
serpenteos mayores que en Córdoba y dudaba que el novedoso automóvil, con toda
su aparente potencia, fuese capaz de trepar el macizo andino presumiblemente
inaccesible. Entre entusiasmos y cavilaciones hicimos el periplo, que planteó
inmejorable.
Pernoctamos en el flamante Hotel de Turismo de San
Luis y al día siguiente abordamos la última etapa, bastante monótona, según mis
memorias. En tales circunstancias nos sobrepasó un estilizado Jaguar rojo,
sumamente veloz en el cual divisamos a quien lo piloteaba, un hombre apuesto de
mediana edad acompañado por una rubia espectacular de fulgurante cabellera.
Mi padre, cediendo al impulso nacido de la parcimonia
del viaje y de cierto espíritu de emulación, propio de quién conduce un coche original,
se lanzó a perseguirlo. Logró adelantarse pero un trecho después el Jaguar nos
rebasó nuevamente. Divertido y acuciado por la numerosa familia que lo incitaba
(éramos seis), mi Padre insistió y así seguimos avanzando. Ya nos saludábamos y
nos sonreíamos en cada desborde, que fueron varios, hasta que arribamos a una
estación de servicio. Allí fueron las presentaciones. Como el hombre, médico de
Mendoza, con su legítima mujer, era lugareño y evidentemente entendido, mi Padre
inició un interrogatorio para que le diera opinión acerca del Frazer, de los
desniveles cordilleranos y de que si un auto de ese peso podría ascender sin
riesgo de quedar varado. El médico asesoró en positivo, explicó que las rutas
de Mendoza pavimentadas eran más seguras que las cordobesas, y que un auto
nuevo y potente como el Frazer no hallaría problemas. Así fue, admiramos las
líneas del Jaguar y sus asombrosos detalles, él nos advirtió que sólo había dos
de ese color en el país, y partió tras cordiales saludos.
No nos vimos nunca más. Murió intempestivamente poco
después. Yo lo supe porque el destino, y mi buen ojo para elegir esposa,
hicieron que al cabo de casi veinte años me casase con una sobrina suya. Así,
la rubia espectacular Mausy Wurster de Martinez pasó a ser mi familia, al igual
que sus hijos Bernardo, Eduardo y Ana María. Con ellos redescubrí mucho después
un poco casualmente, el remoto episodio, que es un recuerdo emotivo y un buen
signo del azar que rige parte de nuestras vidas.
Dr. Horacio Sanguinetti, Buenos Aires, Marzo de
2012…”.
“… En julio de 1947… … se crea el lnstituto de Medicina para Graduados con
el objeto de desarrollar estudios médicos superiores. Su director el Dr. Juan
Carlos Labat y los que le sucedieron Dres. Fernando y Amadeo Cicchitti, Zavala
Jurado y Balter impulsaron la actividad académica, organizando cursos y
conferencias con destacadas personalidades del país y del extranjero… … El 26 de Diciembre de 1950, se crea en la UN Cuyo la Facultad de Ciencias
Médicas…”.
Fidel
José Rosell, (primo segundo de mi Padre Bernardo
Martinez Rosell), se radicó en la ciudad de Pigüé, provincia de Buenos Aires. En 1949 realizó la primera transfusión de
sangre en la historia del Hospital de Pigüé. En 1950 realizó la primera
operación cesárea en la historia del Hospital de Pigüé, y en 1953 creó la
primera escuela de enfermería en la misma ciudad.